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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/10/2025 06:36
Del Otro Lado - Karen Cooper “Yo soy Karen Cooper, tengo 19 años”, dijo con una sonrisa que desarma. Su voz transmite calma, pero detrás hay una historia de supervivencia, abandono y una profunda capacidad de resiliencia. Nacida en La Plata, creció entre la carencia y la discriminación, primero bajo el cuidado de una abuela materna, que marcaba cruelmente las diferencias entre ella y su hermana, y luego al lado de un padre con problemas de adicción. “Mi mamá tenía 17 años cuando me tuvo. Cuando yo tenía 3 años nos a mi hermana y a mi con mi abuela”, recordó. Desde entonces, su infancia estuvo atravesada por el maltrato y la sensación de no pertenecer a ningún lugar. Cuando tenía 5 años su vida dio un vuelco inesperado: su padre la sacó de la casa de su abuela y la llevó a vivir con él. Pero al poco tiempo, con la excusa de salir de paseo, llegaron a la Ciudad de Buenos Aires y comenzaron a vivir en la calle. Durante seis años, su hogar fue alternando entre las plazas de Belgrano y Chacarita. Entre cartones, frío y miedo, aprendió a sobrevivir y a sostener la rutina escolar como refugio. Pero incluso allí, el bullying la perseguía: algunos compañeros la veían despertar en la plaza antes de entrar a clases y la distancia no tardó en llegar. Su padre, marcado por la adicción, alternaba momentos de ternura con episodios de violencia. “Yo soy el ejemplo que vos no tenés que seguir”, le decía, con una tristeza que ella todavía recuerda. Con apenas 15 años, Karen decidió romper el círculo. Se alejó de su padre y comenzó un proceso de sanación que combinó fe, psicoterapia, coaching y acompañamiento a otras mujeres. Hoy, convertida en mentora, ayuda a quienes atraviesan duelos, heridas emocionales o pérdidas de autoestima. “Me dedico a trabajar el amor propio, la salud física, mental y espiritual”, contó. Su historia no es solo un testimonio de dolor, sino de transformación. Desde la misma inocencia que logró conservar, Karen aprendió a resignificar su pasado y transformarlo en una guía para otras mujeres que buscan reconstruirse. Karen Cooper vivió seis años en la calle junto a su padre, afectado por adicciones. Hoy es mentora de mujeres y promueve el amor propio y la superación personal. (Gustavo Gavotti) Luis: — Presentate, contame quién sos. Karen: — Yo soy Karen Cooper, tengo 19 años. Luis: — ¿Qué hacés en la vida? Karen: — Ahora soy mentora de mujeres. Me dedico a todo lo que es la autoestima, amor propio, hábitos integrales, la salud física, mental y espiritual. Luis: — Contame cómo era tu familia. Karen: — Mi mamá tenía 17 años, era muy jovencita, cuando me tuvo. No tengo muchos recuerdos de ella porque a los tres años cuando me dejó con mi abuela y mi hermana, que es de otro padre. Nos llevamos un año diferencia... Luis: — ¿Cómo era tu casa? Karen: — Vivíamos en La Plata. Era precaria, de chapa, muy humilde era la casa. Luis: — ¿Cómo era el vínculo con la abuela y tu hermana? Karen: — El vínculo con la abuela era bastante complicado. Tengo recuerdos no muy lindos porque mi hermana es más blanquita que yo y mi abuela hacía diferencia por los tonos de piel. Pero la diferencia no era solo en el trato sino también en alimentación. Yo comía polenta reseca viendo cómo ellas comían otra comida, por ejemplo, unos fideos con tuco o milanesas. Y yo siempre comía lo mismo y no me permitían tomar agua hasta que termine la comida. Después fui deduciendo con el tiempo que siempre fue por el tono de piel. De hecho, mi abuela ha tenido dos perritos: uno blanco y uno negro. Al blanco le puso el nombre de mi hermana y al negro le puso mi nombre. Luis: — ¿Y te lo decía expresamente que era por tu tono de piel? Karen: — A veces cuando se enojaba me decía negra de mierd*. Luis: — ¿Y cómo hacés para contarlo ahora con esa calma y hasta una sonrisa? ¿Cómo se procesa eso? Karen: — Y yo creo que lo acepté en su momento. Es parte del pasado, lo acepto y también me pongo a pensar a veces ¿qué le habrá pasado por la cabeza para hacer eso? Lo cuento desde mi inocencia porque, gracias a Dios, la tengo intacta todavía. Luis: — ¿Y papá qué hacía en ese momento? Karen: — Papá trabajaba y él venía cada fin de semana por medio y nos veíamos. De hecho, a mí me gustaba mucho verlo porque era la única persona que me sacaba a la plaza, que me traía un chocolate o que me traía golosinas. Porque yo siempre comía polenta, siempre. Luis: — ¿Todos los días? Karen: — Todos los días polenta con agua. No existía para mí la gaseosa y esas cosas que los nenes suelen experimentar. En los cumpleaños no comía tampoco y no salía a jugar a la plaza. De hecho, salía a buscar cartones con mi abuelo en vez de ir al jardín. Mi abuela llevaba al jardín a mi hermana y yo también estaba anotada, pero tenía que ir a ayudar a mi abuelo a cartonear. Entonces, no experimentaba esa vida de niña. Y cuando venía mi papá, me llevaba a la plaza, a la calesita... Era un día en el que yo me podía sentir niña y me sentía como amada. Luis: — En algún momento de tu vida, ¿dejas de vivir con tu abuela y te vas a vivir con...? Karen: — A la casa de mi papá. Uno de los días que pude ir al jardín me desmayé. Tenía mucha fiebre y la seño llama a mi abuela, que estaba a cuatro cuadras. Mi abuela le dice que ahora va a ir a buscarme. Pero tardó una hora y media. Me llevaron al médico y le dijeron: “Esta nena está muy mal, tiene problemas de salud”. Mi abuela le dijo: “Bueno, debe ser chiquita o... habrá nacido así”. No se hizo responsable. Me recetaron cinco medicamentos diferentes y cuando viene mi papá ese finde, yo me acuerdo que no tenía fuerzas. Yo siempre lo abrazaba, me tiraba encima, le hacía fiesta. Pero ese día lo miré de reojo, lo saludé así nomás y me quedé sentada en una silla. Mi papá se sorprendió porque yo no era así y ahí fue cuando me lleva a su casa, que es en Lomas de Zamora. Luis: — ¿Y qué aprendiste viviendo con tu papá en Lomas? Karen: — Aprendí lo que es ser una niña, lo que es el amor. En ese tiempo, yo aprendí lo que de verdad es querer a alguien. En la casa de mi abuela yo no podía quererlas a ellas y sentía lo mismo de su parte. No había amor, no lo conocía. Y cuando me crié con mi papá fue otra cosa. Mi papá me ha enseñado hasta bañarme porque nadie se había tomado el tiempo de enseñarme. Yo no conocía lo que era un shampoo, un jabón, no tenía en claro nada de eso. Papá me alimentaba y para mí esa es la forma de amor. Mirábamos la tele juntos. Tengo recuerdos que a mí me daba mucho miedo todo y estaba como en alerta. Las primeras noches, yo no toleraba las comidas, no estaba acostumbrada y las vomitaba. De hecho, me acostaba el pecho de mi papá y una vez le vomité todo. “Perdón, pa, perdón, perdón, perdoname, perdóname”, le dije. Y él me dice: “No pasa nada, no te preocupes. Vas a ver que de a poquito te vas a mejorar”. Entendí el lado B de la niñez. Yo ya había aceptado mi destino en la casa de mi abuela. Pero ahí tenía otra oportunidad. Luis: — ¿Y qué edad tenías cuando de a poquito fuiste aprendiendo no solo a querer, sino a ser querida? Karen: — Entre tres y cinco años. Era muy chiquita. El inicio de la vida en la calle Luis: — ¿Cómo llegan a vivir en la calle con tu papá? Karen: — Nosotros siempre salíamos a pasear. Mi papá siempre era muy atento, me llevaba al jardín y demás. Y de repente todo eso menguó. No me sacaba a pasear, no hacíamos planes. Y una vez me dice: “Cambiáte y abrígate que vamos a pasear”. Y yo me puse súper contenta. Fuimos a la plaza del Belgrano C, por el Barrio Chino y tardamos una hora más o menos de viaje. Yo jugué toda la tarde. Y cuando me empezó a agarrar sueño y veo que se está haciendo de noche, le digo a mi papá: “Bueno, vamos a casa, ya tengo sueño. Jugué un montón”. Estaba re cansada. Y me dice que espere un rato porque nos quedamos sin trenes. Había un banquito y yo me quedé ahí con él y me dormí. Cuando me despierto, era de día, no había nadie, no estaba mi papá conmigo y tenía mucho frío. Lo primero que me afectó fue no verlo porque yo tenía muchas heridas de abandono y tenía miedo que mi papá me haya dejado. Empiezo a gritar y a llorar y aparece de atrás de un árbol. Yo era chica, no me daba cuenta. Ese día seguí jugando, nos mantuvimos en el mismo lugar y cuando llegó la noche, le volví a preguntar: “¿Cuándo volvemos?” Y así pasaron seis años. Karen relató su infancia marcada por el abandono y la discriminación. (Gustavo Gavotti) Luis: — ¿Y alguna vez te explicó por qué no podían volver más a la casa? Karen: — No, nunca habíamos tenido esa conversación. Luis: — ¿Y qué pasó en realidad? ¿Por qué no pudieron volver? Karen: — Mi papá se quedó en una adicción muy fuerte, se tiró al abandono básicamente. La casa siempre fue nuestra, siempre estuvo ahí, pero él se tiró al abandono y fue a ese círculo donde estaba todo lo vicioso, estábamos cerca de la Villa 31, y con ese círculo de esa gente que estaba en la misma sintonía que él. Luis: — ¿Adicción a...? Karen: — A la cocaína, a la pasta base... Luis: — ¿Lo viste consumir alguna vez? Karen: — Nunca. Siempre fue lejos mío. Se iba atrás de un árbol o algún otro lugar, pero siempre se iba lejos de mí o me dejaba en un lugar, se iba a consumir y volvía. Pero yo ya lo notaba. Se iba de una manera y a los tres segundos venía de otra. Al principio no lo notaba, me parecía muy raro. Pero después en un momento ya había entendido todo. A las personas con las que se relacionaba sí las veía drogarse en vivo. Sobrevivir en la calle: comida y abrigo Luis: — Viviste seis años en la calle. ¿Cómo te bañabas? ¿Cómo mantenían esas rutinas? Karen: — Difícil, porque yo siempre me bañaba con agua fría. En la calle no tenés la posibilidad de bañarte con agua calentita, así que era ir a una fuente que estaba ahí en la plaza y tirarte vasitos para bañarte. A mí no me gustaba eso porque pasaban los autos y aparte me daba frío. Entonces, cruzaba una pizzería que estaba ahí y les preguntaba si podía ir al baño a cepillarme los dientes y ahí aprovechaba, me bañaba y era un lugar más calentito. Luis: — ¿Y la comida? Karen: — Comer siempre se nos dio muy fácil, puedo decir, porque estábamos en un lugar donde había mucha abundancia. La gente nos veía y nos traía comida. También nos daban lo que sobraba de los restaurantes o había gente que bajaba de los autos y nos decía: “Mirá, tengo esto para darte”. Luis: — ¿Y la ropa tuya que había quedado en Lomas? Karen: — Quedó ahí. Yo me vine sin nada, solo con un saquito para abrigarme y nada más. Quedó todo ahí... Luis: — ¿Y a la noche? ¿Cómo era dormir a la intemperie? Karen: — Al principio dormíamos en la intemperie, pero después pudimos recolectar algunas frazaditas y cartones. No teníamos colchones porque ese era un privilegio. Como tenés que moverte durante el día para que la Policía no te saque, teníamos que tener lo menos posible. A las seis de la mañana tenés que agarrar todas tus cositas e irte porque no podés estar ahí tirado. Así que era la plaza, el pasto, el cartón, la frazada. Y a veces, en el invierno, teníamos que tener un nylon para taparnos por el frío, porque te daba en la cara si no. Educación y vínculos en la calle Luis: — ¿Y la escuela? Karen: — Iba a la escuela. Una vez vino una chica policía, era una oficial de la Policía Metropolitana que iba en bicicleta, con la que hablaba. Yo siempre interactuaba con la gente grande. Nunca me pasó de relacionarme con los más chiquititos. Resulta que con esta chica yo hablaba mucho y una vez ella me dice: “Tenés la edad para ir al colegio. Tenés seis años. ¿Nunca quisiste ir al colegio?” Y yo le digo: “Sí, yo sí quiero ir. Yo ya sabía leer”. Luis: — ¿Y cómo aprendiste? Karen: — Me enseñó mi abuela a mis cuatro años. Luis: — ¿La que te daba polenta? Karen: — No, mi abuela paterna. Luis: — ¿Y cómo aparece esa abuela en tu vida? Karen: — Antes de irse internada, mi papá me la hizo conocer. Cuando yo iba al jardín, ella me veía, me visitaba y me enseñaba a leer. Luis: — Y el resto de la familia, ¿no te visitaba en la calle? Karen: — No, éramos mi papá y yo. No apareció mi mamá ni mi abuela. No aparecieron mis tíos, mis primos... Yo tengo una familia muy numerosa, pero nadie. De hecho, a mis 15 años me la encontré a mi mamá y yo súper entusiasmada le conté todo lo que había vivido. Le dije: “Nos pasó esta situación y demás, pero pudimos salir”. Y me dice: “Sí, yo sé todo lo que pasaste. Yo sabía que vos estabas en la calle”. Cuando me dijo eso, me quedé helada porque era como yo te estuve esperando seis años y vos me estás diciendo que sabías que yo estaba en la calle y no hiciste nada. Fue duro. Luis: — ¿Cómo es hoy el vínculo con tu mamá? Karen: — Hace poquito me contactó y me dijo: “Lo que hacés por un poquito de cámaras”. Me dijo palabras muy fuertes. Luis: — ¿Te reprochó que hicieras esto de contar tu historia públicamente? Karen: — Sí. Ella es muy cínica. Me había contactado una vez en las redes sociales y me dijo que yo no me acordaba de nadie. Porque claro, yo hice mi vida. Salí de la casa de mi papá y de todo ese círculo familiar que no me daba paz, no me daba tranquilidad y que no tengo un historial muy lindo con ellos. Así que hice mi vida y me alejé de todo ese círculo. Siempre me hostigaba por Instagram, por las redes sociales. “Vos no te acordás de nosotros, no te acordás de tus hermanos”, me decía. Ella rehízo su vida y tuvo seis hijos más. Y yo no le contestaba y la bloqueaba. Me contactaba por otra red social, me contactaba otra cuenta y ahora me contactó por WhatsApp. Y me puso todo esto y la volví a bloquear. Yo perdono todo lo que haya pasado, pero no quiero ese contacto. El regreso a casa, los nuevos desafíos y la violencia Luis: — ¿Y cómo salís de la calle? Karen: — Un día mi papá me dice: “Bueno, vamos a volver a casa”. Había estado dos o tres días sobrio. Estaba recuperando su semblante y yo dije: “¿A qué casa?” No sabía si me hablaba de la plaza de Belgrano o de Chacarita. Esas dos eran mis casas. Y yo dije: “No entiendo lo que me estás diciendo”. Claro, yo había eliminado completamente que tenía una casa de verdad. Me había olvidado y había asumido que ese era mi hogar. Tomamos los trenes y en el viaje empiezo a reconocer un poco de imágenes y veo que abre la casa y estaban mis cosas: mis juguetes, mi cama, la ducha, la cocina, la tele, estaba todo como lo dejamos. No teníamos luz ni gas, pero era como ¡wow!. A mí al principio me dio en ojo, porque yo hasta llegué a pedir hasta en los trenes. Estaba muy enojada con toda la situación. Pero después lo acepté porque él me enseñó a ser muy agradecida con lo que teníamos y claro, yo veía una cama, una ducha y dije: “Ya está, ¿qué le voy a reprochar?” Luis: — Veías un techo, por ejemplo, que si llovía estabas en una casa... Karen: — Sí, lo mal que la pasamos en la calle cuando llovía. Luis: — ¿Y seguías yendo al colegio? Karen: — Sí, siempre estuve escolarizada y siempre fui abanderada. Siempre fui mejor promedio. Me encantaba estudiar. Luis: — ¿Y en la escuela qué decías cuando te preguntaban dónde vivías? Karen: — Y esas reuniones las tenían con mi papá, pero yo siempre trataba de evadir un poco el tema. Pero con el tiempo en ese colegio todos sabían que yo vivía en la calle, porque era a una cuadra de la plaza. Entonces, los nenes pasaban por ahí y me veían. Una vez una maestra tiró un comentario y yo había ido al colegio y nadie me habló de mis compañeritos. Cuando yo me senté, el que estaba al lado mío se va para adelante y el que está de este lado se va para adelante. Y yo dije: ¿Qué pasó ahora? ¿Qué hice? Y viene una compañerita y me dice: “Pasa que la seño nos contó que vos vivís en la calle y la gente de la calle tiene otras conductas. No nos tenemos que rodear de esa gente porque es mala”. Y yo me quedé re mal. Hasta que pude contarle a la chica policía y a mi papá y ellos fueron a hablar a la escuela. Luis: — Hubo bullying. Karen: — Sí, hubo. Pero también me he juntado con gente muy buena. Cuando está en la calle lo que menos conoce es la gente buena. Y sin embargo me juntaba con gente que me ha ayudado. Una mujer quiso adoptarme con papeles y todo. Era una familia millonaria. Después venía también una chica que me decía: “Vamos a pasear que te quiero comprar unas cositas para el colegio y volvemos”. Le pedía permiso a mi papá. Me llevaba, me compraba mochila, guardapolvo, cosas del colegio y volvíamos. Otra que me llevaba al shopping, me compraba ropa y volvíamos a la plaza. Siempre tuve gente que me ayudó. Luis: — ¿Y nunca te tentó dejarte adoptar? Karen: — No, porque yo tenía muy en claro que yo lo amaba a mi papá y no lo quería dejar solo. Luis: — ¿Lo amabas o lo amás? Karen: — Lo amo. Lo amo con todo mi corazón. Pero en aquel entonces, cuando se me presentaban esas situaciones de adopción y demás, yo lo miraba a mi papá y decía que no. De hecho, cuando me quisieron adoptar, yo le dije a la señora: “Pero ¿lo vamos a llevar a mi papá?” Es lo único que me salió. Y ella me dijo que no. Y yo le dije: “No, entonces no. Gracias, pero no lo quiero dejar solo”. Me daba lástima. Mi papá me daba lástima y yo no lo quería dejar solo, quería cuidarlo. Luis: — Sufriste bullying. ¿Qué es lo que más te dolía que te dijesen? Karen: — Que no tenía una casa. Eso me dolía un montón, me rompía el corazón. O que no tenía una familia, que era huérfana. Eso también me lo decían un montón. Después, recibí un montón de comentarios por mi color de piel y demás, pero eso ya con mi abuela me curé de espanto. Luis: — ¿No hablaste más con esa abuela? Karen: — Apareció en mi cumpleaños de 19 años, pero fue muy tranquilo el contacto. Siempre lo mío fue muy distante. Nunca logré decirle abuela ni logré decir mamá... Era como vos por tu nombre, vos por el tuyo. Y si el vínculo se tiene que restaurar, va a tener que ser con paciencia de poquito. Pero tampoco tengo intenciones. Luis: — ¿Y con tu hermana? Karen: — Ella ahora tiene 20 años, tuvo un hijo y me hizo su madrina. El vínculo está súper bien con ella. Con todo lo que hablamos de la abuela, ella no está muy contenta. Pero sí hemos tenido un montón de charlas y yo cero rencor con ella, porque eramos chiquitas y se nos puso como una competitividad que no existía, nunca existió. Cómo resignificar la historia y superar la violencia Luis: — ¿Cómo se pasa de un lado al otro? Porque vos dijiste: “Lo que se encuentra en la calle es difícil”. ¿Cómo pasaste de eso a esta otra realidad que vivís hoy? Karen: — Y yo creo que todo empezó desde resignificar mi historia. Yo tenía todas las chances de decir: “Es lo que me tocó” y ser la peor persona del mundo. Porque también sufrí violencia de parte de mi papá. A mí no me marcó mucho la calle, la verdad, en sentido de herida o de trauma. Lo que sí me marcó mucho es cuando volvimos a mi casa, mi papá, en vez de estar en las drogas, empieza con el alcohol. Y siempre que volvía de sus giras, me golpeaba muy fuerte. Era agarrarme los pelos, arrastrarme por toda la casa a las seis de la mañana cuando estaba durmiendo, era pegarme cachetazos... Yo pensaba cómo podía frenarlo porque hablándole no iba a parar. En un momento se me ocurrió hacerme la desmayada para que él piense que se le fue la mano. Pero tampoco funcionó. Fueron tres años seguidos, consecutivos, donde había violencia todos los días. Y eso es lo que más me marcó. Cuando resignifiqué todo eso y toda mi historia por completo, pude liberarme. Porque también me daba mucha inseguridad tener un historial de haber vivido en la calle y todo esto. Pero me aseguré de lo que soy, de lo que soy ahora. Luis: — ¿Y qué sos ahora? Karen: — Soy una mujer que pudo resignificar su historia y hoy soy la voz de muchas personas. La voz de las personas que están en situación de calle, que la están pasando mal o están en una situación económica muy fea. También soy la voz de esas mujeres o personas que han sufrido violencia, que tienen rencor por sus padres. Soy esa persona que puede hablar desde el amor y que comunica el perdón y el amor incondicional. Luis: — “Lo amo con locura”, dijiste de tu papá, incluso siendo esa persona que te golpeó por tres años todos los días. Karen: — Sí, mi papá le dio otro significado al amor porque es hermoso amar cuando está todo bien. Lo elijo, elijo ese amor. Pero a mi papá lo amo por haber sido parte de mi historia. Lo amo porque, a pesar de todas esas cosas, él tuvo la valentía de que cada día decirme: “Yo soy el ejemplo que vos no tenés que seguir”. Y él me lo decía como podía, a veces tartamudeando, a veces borracho, con casi un coma alcohólico, siempre me decía lo mismo y me ha marcado tan fuerte que me convertí en todo lo contrario a mi papá. Y yo le agradezco y todo ese agradecimiento se lo doy con amor. Y amor, amarlo, no significa que yo hoy me tome unos mates con mi papá, está todo bien y me olvide completamente lo que pasó. Él tuvo que transitar su proceso y lastimosamente yo estaba ahí en ese proceso y me tocó transitar todo eso, pero capaz también era mi proceso. Luis: — ¿Hoy está recuperado? Karen: — Sí, mi papá va a la iglesia, se encontró con Dios y cambió su vida. Siempre fue muy inteligente, ahora la está aprovechando, está haciendo su vida y está experimentando nuevamente. Yo siempre digo que ahora está siendo un niño. Porque él también tiene una historia muy difícil y ahora está permitiéndose ser un niño sin la responsabilidad que tenía sobre mi vida. Ahora está él haciéndose responsable de la suya. "Hoy soy esa persona que puede hablar desde el amor y que comunica el perdón y el amor incondicional", expresó Karen en diálogo con Luis Novaresio. (Gustavo Gavotti) Mensajes a quienes están en situación de calle y a la sociedad Luis: — Te voy a pedir que le hables a dos personas. Primero a una chica o un chico que está en situación de calle, solo y desamparado en el banco de cemento de la plaza. Karen: — Si creés que ese es tu destino, yo pude salir y vos también podés. Pero tuve que pagar un precio. Y el precio es tomar una decisión. Una decisión que requiere de muchísima valentía y es decir: “Yo no elijo esto”. Es muy difícil porque uno se queda resignado en un sentimiento de ya está, estoy cansado. Pero un porcentaje de fuerza lo tenés que utilizar para eso. Tenés la posibilidad y tenés todo para salir. Solamente se requiere de ganas. Yo pude. Vos también podés. Luis: — Háblale ahora al que pasa por ahí caminando, que tiene más o menos solucionadas las cosas y dice: “Estos viven acá porque quieren”. Karen: — Algunos sí viven ahí porque quieren. Pero no te olvides que vos tenés algo que tal vez te parece poco, pero para el resto es un montón. Y no estoy hablando ni de dinero ni de comida. A veces estoy hablando de un abrazo, de que te miren a los ojos. Porque ese niño que está ahí con 3 añitos, con 5 añitos, no eligió estar ahí. Es producto de una mamá que no tuvo otros recursos, que no pudo hacer otra cosa y dice: “A mí me duele con todo el corazón, pero esto es lo que me tocó. Esto es lo que voy a tener que hacer en el momento”. Esas personas no eligieron estar ahí. La mayoría no eligió estar ahí. Y si vos podés darles un abrazo, podés mirarlos a los ojos, eso es muy importante. Yo creo que salí adelante porque me miraron, porque tuve de 100 personas al menos una que me miró, me notó en el colegio y me enseñó del amor. Otra me miró y me dijo: “Vení, te voy a comprar cosas para para el colegio, para que sigas estudiando. Te voy a comprar este libro para que lo leas porque te va a ayudar un montón”. Es súper importante eso. Luis: — ¿Cómo te ganás la vida hoy? Karen: — Sobreviví bastante, así que hoy vivo la vida. Hoy le doy el significado que merece. La vida no es mala para nada, la vida es hermosa. Y hoy tengo la posibilidad de estar en gratitud constantemente. Tengo un montón de mujeres a las que puedo ayudar con mi mensaje. Después tengo la posibilidad de cuidar de mí, de mi cuerpo, de mi salud mental, de poder expandir el mensaje. Estoy muy feliz. Luis: — ¿Hay algo que no te pregunté que te gustaría que te preguntara? Karen: — Sobre el perdón. Luis: — ¿Cómo se perdona a tu abuela, a tu mamá, a tu papá y a los que pasaron por la plaza y no te miraron? Karen: — Yo creo que el perdón a veces está puesto en restaurar el vínculo. Pero el perdón es tuyo, es propio, es el que te salva. Yo quería continuar mi vida y no podía porque tenía enojo, angustia, ira, tenía todo adentro mío, pero quería continuar porque veía que mi mamá ya había tenido otros hijos, que mi papá resignificó su historia, que mi hermana, mi abuela, todos estaban en sus vidas y la única que se había quedado en el pasado era yo. Entonces dije: “Cómo salgo de esto?” Y la respuesta es: perdonar. Dejar atrás el me hicieron porque uno se lo toma personal y nadie te lo hace a vos. Créeme que con las intenciones nadie te hizo nada. Tenés el poder de resignificar, fue parte del proceso y si no hubiese pasado eso, hoy no estaría acá. Y el perdón te libera. El perdón es como sacarte esa mochila, esa carga de años, dejar de condenar a las personas de por vida. Cuando condenas al otro, te condenas a vos. Si querés pasar de etapa, primero hay que perdonar. Luis: — Y qué vas a hacer cuando seas grande? Karen: — Yo ya me siento grande (risas), pero sé que voy a ser una gran comunicadora y voy a dar un mensaje muy lindo en el mundo, que es esto de que solo el amor salvará al mundo. Parece cliché, pero es así. El amor salva, el amor sana. El amor trasciende un montón de cosas que el ser humano a veces está en piloto automático, con enojo, ira y lo refleja a otras personas. Y es constantemente esa guerra, pero se termina cuando está el amor. Cuando hay amor, existe la paz. Luis: — Cuándo te diste cuenta que podías comunicar tan bellamente y que tenías el don de la palabra? Karen: — Empecé a dar mentorías cuando tenía 16 años. Daba zooms y enseñaba de marketing, de redes sociales y diseño gráfico, pero siempre alguien venía con algún tema. “No hice esto porque me pasó esto personal”, me contaba y ahí empezaba a dar sesiones y la gente quedaba feliz. Y yo dije: “Tengo un don de la comunicación, se me da muy bien” y creo que habrá sido por toda la experiencia que he transitado. Así que desde ahí empecé a compartir la experiencia con amigos, con círculos, en algún evento y demás, y empecé a comunicar.
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