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Crespo » Paralelo 32
Fecha: 20/10/2025 20:17
En una casa humilde del barrio Pompeya, Silvia Graciela Schurman crio a seis hijos con una fórmula infalible: esfuerzo a raudales y amor incondicional. Entre ellos, se forjó Débora Dionicius, “La Gurisa”, la campeona mundial de boxeo de la FIB que pone en alto el nombre de Villaguay, Entre Ríos y Argentina en el mundo. Pero detrás de cada cinturón y cada medalla, hay una madre que peleó su propia batalla: la de criar, sostener y acompañar el sueño poco convencional de sus hijas. A sus 66 años, Silvia recuerda con una mezcla de gratitud y emoción el camino recorrido. “Para mí es un orgullo grandísimo tener una hija campeona mundial”, confiesa a diario El Pueblo, pero rápidamente aclara los inicios: “Aunque no fue la primera en subirse a un ring. La que empezó fue mi hija Miriam cuando tenía 12 años. Ella llevaba a su hermano Andrés al gimnasio para que adelgace un poco y al final se entusiasmó también”. El boxeo, así, se convirtió en un asunto de familia. “Débora empezó yendo a ver los entrenamientos de su hermano. Hasta que un día le dijo a Peteco [Luis Alberto Franco, su entrenador] que quería probar. Tenía 13 años. Él pensaba que iba a ser solo para estorbar, que no iba a durar. Pero ella dijo: ‘Esta vez voy a boxear de verdad’. Y lo hizo”. Esa decisión no fue fácil de asimilar para una madre. “Por supuesto que me dio miedo. Yo decía ‘no puede ser que mis hijas me salgan boxeadoras’”, admite Silvia. Sin embargo, la palabra del entrenador fue clave. “Peteco me habló, me dijo que las iba a cuidar y firmamos el permiso con mi esposo, como hice antes con Miriam, porque eran menores de edad”. El debut amateur de Débora, con apenas 14 años en Gualeguay, marcó el comienzo de una leyenda. “Le pusieron una rival que ya tenía como siete peleas y ganó. Ahí arrancó y no paró más”, evoca con una sonrisa. La trayectoria fue en ascenso imparable: torneos locales, provinciales, hasta llegar al Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD) en Buenos Aires, donde entrenó cinco años. “Ahí empezó a viajar: conoció México, Ecuador, Brasil, Panamá, hasta Rusia… Yo la miraba por televisión y no podía más de los nervios porque cada golpe que le daban lo sentía como si fuera propio”, confiesa. Hoy, “La Gurisa” es una boxeadora consagrada con una carrera internacional, pero en su casa de Villaguay, sigue siendo simplemente Débora. “Cuando vivía conmigo, yo le preparaba las comidas especiales de su dieta. Nosotros comíamos una cosa y ella otra. Sin sal, sin condimentos, con limón. Todo para que pueda dar el peso. Ahora ya vive con su esposo y se arregla sola, pero siempre fue muy estricta con eso”, relata su madre. El carácter luchador de la campeona se vislumbraba desde la infancia. Silvia guarda anécdotas que lo demuestran: “Cuando iba a la escuela, tenía fama de no dejarse pasar por nadie. Un día una chica le dijo algo y Débora le respondió: ‘Te voy a esperar a la salida’. Y lo hizo. Después, un muchacho le contó a mi esposo que había visto una pelea tremenda enfrente del Registro Civil. ¡Y era nuestra hija! Qué vergüenza…”, recuerda entre risas. A lo largo de su vida, Silvia ha sido más que una madre; fue el pilar inquebrantable. “Yo también fui una luchadora. Crié a seis hijos: Gustavo, Tatín, Miriam, Yamina Gómez —que ahora también está en una escuela de boxeo en Santa Cruz—, Débora y Andrés Dionicius. Trabajé en casa, amasando. Hacía pasteles y los chicos los vendían en el barrio. Yo los crié vendiendo pasteles”, relata con orgullo. Hoy, cuando camina por las calles de Villaguay, Silvia ya no escucha los murmullos incrédulos de los comienzos. “Antes decían ‘mirá esa negrita petisa, cómo va a ser boxeadora’. Pero después, cuando fue ganando, cuando la vieron en la tele, la empezaron a respetar. Hoy es una ídola. Y yo soy su mamá”. Consultada sobre qué le diría a la madre de una chica que quiere seguir un camino como el boxeo, Silvia responde con la sabiduría que da la experiencia: “Que la familia la apoye. Es un deporte rudo, más para una mujer. Pero si le gusta, si le apasiona, que la acompañen, como yo acompañé a Débora”.
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