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» Diario Cordoba
Fecha: 20/10/2025 14:26
Se acerca un camarero serio, callado. Lleva camisa blanca, pantalón negro y las gafas a media asta. Le pido café y media de jamón y desaparece en silencio. El local es una mezcla entre una tienda de moda de los años sesenta abandonada y un bar de la esquina cualquiera. Los techos altos y las molduras con ínfulas conviven con una máquina tragaperras digital y otra de tabaco, una nevera de Mahou repleta de botellines y sillas plegables de colores. Las décadas se han ido amontonando sin transición, sin armonía. A mi izquierda hay una botella de anís La Cordobesa y una foto pixelada de una jarra de sangría sin enmarcar, sujeta con un soporte de plástico duro. Contrasta el buen ambiente con la cara de los camareros. Estoy en Capitoné, en la esquina de Claudio Marcelo con García Lovera, por donde los cordobeses suelen pasar derrapando. Aquí viví algo que recordaré toda mi vida. Tenía doce años y estaba en la esquina de la barra, con la mirada clavada en la televisión. Jugaban el Madrid y el Alavés, y debutaba Ronaldo, el que convertía el fútbol en una fiesta que nadie se quería perder. Todos recuerdan sus dos goles, sobre todo el primero, que marcó de volea, después de que el balón botara en el césped. Guardé durante años la portada del Marca del día siguiente, con Ronaldo golpeando el esférico. Sin embargo, aunque recayera en él todo el protagonismo, el gol que prevalece en mi cabeza, el que soñaba con marcar, lo anotó otro jugador, Zidane. Recorrió la banda izquierda como un patinador sobre hielo; al llegar a la esquina del área, no regateó, sino que cambió de dirección; el rival se redujo entonces a una cuestión meramente ornamental; después, aprovechando el espacio, disparó con el interior de la bota derecha y el balón dibujó una trayectoria perfecta, como las balas de Lucky Luke: golazo por toda la escuadra, sin mácula. Hizo algo extraordinario de la mejor manera posible, es decir, como quien no quiere la cosa. Celebré el gol sin contenciones. Pensé que los partidos del Madrid de esa temporada iban a ser el espectáculo más divertido del mundo y que yo iba a poder disfrutarlos. En Capitoné fui un niño ilusionado. El camarero llega con el café y la tostada. Le doy las gracias, pero algo se ha resquebrajado en mi interior: el jamón es de lonchas, no de pizcos. Zidane ya no marca goles; Ronaldo, tampoco. Podría decir que me invade la melancolía, pero mentiría. Cuando salgo a la calle, me deslizo por las aceras y, al cruzar las esquinas, al cambiar de dirección, me imagino golpeando un balón: golazo por toda la escuadra. *Escritor
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