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  • Magna de Córdoba

    » Diario Cordoba

    Fecha: 15/10/2025 09:37

    En estos días Córdoba se ha mirado en un espejo antiguo: la ciudad se hizo procesión y la procesión, ciudad. No hubo túnicas ni capirotes -eso se reserva a la Semana Santa-, sino cortejos negros, rostros descubiertos y velas que ardían como una obediencia humilde. La Mezquita-Catedral respiraba como un pulmón de caliza y sombra; y el latido de las campanas hilvanaba una coreografía sin aspavientos, donde cada paso parecía recordar a los distraídos que la belleza, cuando es pública, educa. Más que un inventario de imágenes, la Magna fue un movimiento moral. Un pueblo de barro que acepta elevarse mientras camina, en silencio, bajo la luz temblorosa de la cera. Gracián hablaría de decoro; Bernanos, de esa alegría sobria que visita a quienes han sufrido. Y acaso Newman -tan poco frecuentado- nos susurraría que la santidad de lo cotidiano se teje de hábitos discretos, no de gestos sonoros. Porque aquí todo fue discreción: hombres y mujeres de negro, sin máscara, sosteniendo una llama que no alumbra el ego, sino el Misterio. En las aceras se encontraron dos Españas que a menudo se desconocen: la que rezonga por sistema y la que reza por costumbre. Sin embargo, en el quiebro de la Carrera Oficial ambas callaron un instante, comprendiendo que la dignidad consiste en inclinarse ante lo que nos excede. No hubo retórica, sino un orden visible de un cuerpo invisible: la ciudad reconciliada consigo, obediente a una música antigua que pone cada cosa en su sitio. Se dirá que todo es folclore. Pero el folclore, cuando está vivo, deja de serlo: se vuelve rito, materia humilde que hospeda un sentido mayor. El incienso -símbolo elevado a arquitectura del aire- no fue decoración, sino confesión de que todo sube. Las velas -tiempo que se sacrifica- dibujaron una constelación terrenal donde el dolor de cada casa parecía encontrar un cauce. Y esos cortejos serenos probaron que aún hay ciudadanos capaces de marchar juntos sin otro aplauso que el de su conciencia. Al concluir, cuando la noche recogió sus telas, Córdoba parecía peinada por una lluvia de respeto. Quedaron papeles, sí; pero también pequeñas promesas: visitar al enfermo, pedir perdón a un hermano, entrar en el templo sin prisa, mirar con piedad al vecino ruidoso. Las ciudades se salvan por estas naderías que no cotizan en las redes. El mañana traerá las fotos, los balances, las quejas por desvíos y comercio; lo de siempre. Pero algo habrá quedado a salvo si, al cruzar la Puerta del Puente, entendimos que la belleza no es espectáculo, sino tarea. De eso ha tratado, a mi juicio, la Magna: de recordar que nuestra grandeza nunca fue la arrogancia, sino la obediencia a una música que todavía sabe ordenar el corazón. Y que cada cual, según su medida, debe cargar con esa belleza -como con una cruz leve y luminosa- hasta que la cera se consuma y quede, sobre la piedra, una luz más honda que la llama. *Mediador y escritor

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