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» Diario Cordoba
Fecha: 14/10/2025 13:42
El caballo de vapor es quizá la unidad de potencia más poética, la metáfora que concibió el señor Watt para sostener que la máquina de vapor podía superar el tiro y la noble eficiencia de los equinos. Fue un primer zarpazo para aventar el ludismo, pero a la postre un (nunca mejor dicho) caballeroso reconocimiento, como la entrega de las llaves que le hizo Justino de Nassau a Antonio Spínola tras claudicar la ciudad de Breda. En Málaga se ha producido otro armisticio. Los coches de caballos se retiran de sus calles, como lo hicieron los elfos camino de un Occidente que ya no existe. Su alcalde se ha convertido en el Le Corbusier de los espetos o en un Haussmann que no ha necesitado la banda sonora de Los miserables para su renovación urbanística. Francisco de la Torre también se ha entorchado de animalista, para demostrar que por encima de las siglas aflora siempre el factor humano. Y acaso para tratar de compensar una de las rendijas de su visión transformadora, con esa carestía y escasez de la vivienda que lo fagocita todo. De la Torre ha querido evitar que Málaga se convierta en el puerto galáctico de Moss Eisley, con ese sinfín de tranvías, tuk-tuk, triciclos de grandes focos turísticos como Lisboa, donde los jamelgos se apuntan a esa competitividad con la alfalfa del sufrimiento. El efecto colateral es que los adoquines se privarán de las cagaditas de los caballos, muy ecológicos pero impertinentes. Pero no nos libraremos del estiércol. Abascal se enloda de populismo rechazando ir al palco del desfile de la fiesta nacional, jugando a las espantadas mesiánicas del general De Gaulle, pero cayendo en los mismos tics de ausencias de quienes quieren reventar el Estado. Ya han tenido sus cuotas de gobernanza en Castilla León y Extremadura, y los incendios de este verano no son precisamente reflejo de una excelente gestión. Deleznables las declaraciones de Pablo Iglesias, con esa verborreica bilis de casi mejor otorgarle el Nobel de la Paz a Hitler que a María Corina Machado, el ápice de esa izquierda estreñida que se niega a ver las satrapías de la dictadura venezolana. El problema de las mamografías no puede reducirse a un sarpullido de la sanidad andaluza. Aquí se ha roto esa fobia nacional a provocar dimisiones, un baldío esfuerzo si este conservadurismo moderado no exorciza sus contradicciones. Y el colofón de este paseo a caballo, las cínicas excrecencias del sanchismo. Ese ¡Ánimo, Alberto! habría de figurar con letras de molde de su ideario. Un pírrico éxito, que pretendía desnudar a su adversario pero que en el fondo demuestra una clara decantación por el caos antes que por el consenso, si esta entrega del alma apura las posibilidades de aferrarse al poder. De corderitos puede ser la actual composición del arco parlamentario en comparación con la que nos puede venir encima. Nada sería Vox sin esa sobreestimada apropiación del hartazgo frente al sanchismo, la radicalidad como ingenua vía que incluso gente de buena fe está tanteando para provocar una transformación. También alemanes de buena fe, desde campesinos a pianistas, encumbraron a Hitler. Pronto se irán los últimos cocheros de la Alameda malagueña. Echaremos en falta la mierda de los caballos. *Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor
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