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  • “El 12 de Octubre no necesita disculpas: necesita comprensión”

    Crespo » Paralelo 32

    Fecha: 12/10/2025 18:02

    Cada vez que se acerca el 12 de octubre, una parte del mundo político, educativo y mediático enciende una suerte de ritual: reescribir el pasado con el lenguaje del presente. Lo que fue, durante siglos, una fecha de conmemoración por el inicio del proceso que unificó cultural y lingüísticamente a medio continente, se ha vuelto una jornada de acusaciones simbólicas, maniqueísmos históricos y gestos expiatorios que no se sostienen ni desde la historiografía rigurosa, ni desde la sensatez política. Vivimos un tiempo donde el relato reemplaza al hecho, la emoción al juicio y el slogan a la lectura crítica. Desde hace años, el 12 de octubre ha dejado de ser el “Día de la Raza” (nombre cuestionable pero comprensible en su contexto), para pasar a llamarse “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”. Sin embargo, el nuevo nombre no ha traído mayor respeto ni más diversidad, sino una banalización progresiva del debate sobre nuestra historia. Lo que se impone es una narrativa donde hay buenos y malos, víctimas eternas y victimarios eternos, una colonización que solo oprimió y unos pueblos originarios congelados en la idealización. Pero la historia, si se la toma en serio, no permite relatos planos. El arribo de Cristóbal Colón a América marca el inicio de un proceso que —con todas sus violencias y contradicciones— también fue el punto de partida de una civilización nueva. América Latina no existiría sin esa síntesis brutal y fascinante entre Europa y las culturas indígenas. Y aunque hoy suene incorrecto decirlo, fue esa España del Siglo de Oro, católica y universalista, la que hizo posible una idea de humanidad en común, un idioma común y con una noción del bien y del mal trascendente. Ni idealización de los conquistadores, ni victimismo eterno. Es hora de tratar de entender —no de juzgar— lo que fue ese acontecimiento. Porque los juicios morales lanzados desde el siglo XXI sobre los actos del siglo XVI, no solo son injustos: son infantiles. No había en 1492 una ONU, ni derechos humanos modernos, ni pueblos "indígenas" en el sentido actual. Había imperios enfrentados, dioses exigentes, sacrificios humanos, oro, pólvora, ambición, y también misioneros que enseñaron el alfabeto, defendieron a los nativos y creyeron que podían civilizar evangelizando. Citar a Bartolomé de las Casas como único argumento de la maldad española es tan pobre como afirmar que todos los pueblos precolombinos eran pacíficos custodios del equilibrio ecológico. La historia es más compleja. Hubo violencia, sí. También hubo mestizaje, universidades, ciudades, sincretismos culturales y un concepto de dignidad humana que ninguna otra potencia colonizadora intentó siquiera aplicar con tanta coherencia como la monarquía católica hispánica. Hoy, los hijos de esa mezcla, nos avergonzamos del espejo. Nos parece más elegante denunciar a nuestros ancestros que entenderlos. Nos resulta más cómodo acusar a España que discutir por qué nuestras propias repúblicas fracasaron tantas veces en construir un proyecto nacional viable. La culpa es una gran coartada para el subdesarrollo. ¿Y qué hacemos mientras tanto con el presente? ¿Reescribimos manuales escolares donde se omite el legado hispánico, el idioma castellano, las catedrales, los códices, las leyes, la lengua? ¿Seguimos hablando de “resistencia indígena” como si viviéramos en 1530? ¿Seguimos usando el indigenismo como sustituto del pensamiento? No se trata de celebrar ingenuamente la conquista, sino de madurar políticamente como sociedad. De entender que somos fruto de un mestizaje civilizatorio y que negar esa raíz hispánica es negarnos a nosotros mismos. No existe un “nosotros” latinoamericano sin esa herencia. La patria no se construye desde el remordimiento, sino desde la asunción lúcida de lo que somos: mezcla, trauma, gloria y contradicción. El 12 de octubre no necesita ser cancelado, ni resignificado desde un progresismo culposo. Necesita ser comprendido. Con rigor, con historia, con contexto. Y, por qué no, con un poco de gratitud hacia ese pasado que, con todos sus errores, nos dio una lengua común, un horizonte espiritual y una idea compartida de civilización que todavía puede tener algo para decirnos.

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