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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 12/10/2025 04:35
Los 16 jóvenes sobrevivientes sin experiencia en la montaña ni ropa especial para condiciones climáticas extremas fueron protagonistas de una verdadera hazaña (Gentileza Museo Andes 1972) Con los hechos consumados, con el diario del lunes, como se suele decir, el avión de “la tragedia de los Andes” no estaba destinado a cruzar la cordillera. Pese a los 53 años transcurridos, el caso de los rugbiers uruguayos que sobrevivieron durante 72 días en las condiciones extremas de la alta montaña se sigue recordando como una hazaña en la que el compañerismo y la determinación permitieron que 16 jóvenes le ganaran la batalla a una muerte que el mundo entero había dado por hecha. En los relatos que todos los años se repiten sobre la historia, se cuenta cómo se dieron ánimo y se organizaron, la terrible decisión de utilizar los restos de los muertos para alimentarse cuando ya no hubo alternativa, la épica caminata de dos de ellos para buscar auxilio, el milagroso encuentro con el arriero chileno y el rescate que ya parecía imposible. En cambio, queda en un muy segundo plano – o se omite – que el avión Fairchild FH-227D de la Fuerza Aérea Uruguaya que los llevaba desde Montevideo a Santiago de Chile debió demorar en dos ocasiones el cruce de la cordillera y que la tercera fue a la vez la vencida y la fallida. En octubre de 1972, los clubes de rugby Old Christians de Montevideo y Old Boys de Santiago de Chile acordaron realizar un encuentro amistoso en la capital chilena. Para trasladar al equipo, el presidente del club uruguayo, Daniel Juan, contrató un bimotor turbohélice de la Fuerza Aérea. Era un vuelo charter y, con el fin de solventar su costo, una vez ocupados todos los asientos para la delegación del club, se ofrecieron los diez pasajes restantes a familiares y amigos. El vuelo 551 despegó la tarde del 12 de octubre de 1972 del Aeropuerto de Carrasco, en las afueras de la capital uruguaya, con cinco tripulantes y cuarenta pasajeros a bordo. Estaba completo. El comandante de la aeronave, el coronel Julio César Ferradas, era un experimentado piloto de la Fuerza Aérea, con un total de 5117 horas de vuelo, y el asiento del copiloto lo ocupaba el teniente coronel Dante Héctor Lagurara, con más de 1000 horas en el aire y una amplia experiencia en aviones de combate. Era casi una leyenda entre sus compañeros de armas porque en 1963 había sobrevivido a una colisión en vuelo con otra aeronave al eyectarse de un avión de combate. El club de rugby Old Christians de Montevideo viajaba a Chile para un amistoso con los Old Boys de Santiago Cuando el Fairchild FH-227D partió de Montevideo estaba previsto que llegara esa misma tarde a Chile, pero un frente de tormenta sobre la cordillera de los Andes lo obligó a descender en Mendoza hasta que mejoraran las condiciones climáticas. Aunque existía – y existe – una ruta directa de 200 kilómetros entre Mendoza y Santiago, la altura de las montañas exige que el avión vuele por encima de los 7600 metros. El techo de vuelo del bimotor era de 8500 metros, pero al estar completamente cargado, su peso hacía imposible alcanzar la altura necesaria. En el caso específico del FH-227D se planteaba una dificultad adicional, aunque era un avión relativamente nuevo, con poco más de cuatro años de antigüedad, los pilotos consideraban que le faltaba potencia y lo apodaban “el trineo de plomo”. Había una ruta alternativa a menor altura, un trayecto en forma de U hacia el sur, que era unos 600 kilómetros más larga para cruzar el Paso del Planchón hasta la radiobaliza de Curicó, en Chile, e iniciar el descenso hacia el norte a Santiago. La tarde del jueves 12 el cruce de los Andes era imposible por el frente de tormenta y la mañana del viernes 13 se debió postergar de nuevo el vuelo porque las condiciones meteorológicas seguían siendo adversas, aunque se esperaba que mejoraran por la tarde. Finalmente, el Fairchild pudo despegar a las 14.10 para emprender la ruta en U hacia la capital chilena. Era el tercer intento. El techo de vuelo del bimotor era de 8500 metros, pero al estar completamente cargado, su peso hacía imposible alcanzar la altura necesaria Caída en glaciar El avión hacía la ruta a 5.500 metros de altura y, debido a las condiciones meteorológicas, los pilotos volaban con instrumentos, ya que no tenían contacto visual con tierra. En los comandos estaba el teniente coronel Lagurara, que todavía se entrenaba en ese tipo de vuelos con la supervisión del coronel Ferradas, que ya había sobrevolado los Andes otras 29 veces. A las 15.21, Lagurara se comunicó con Santiago y notificó a los controladores aéreos que esperaba llegar a Curicó dentro de un minuto. Era falso, la lectura de los instrumentos lo había engañado: todavía se encontraba sobrevolando los Andes, pero las condiciones meteorológicas le impidieron verlo. Poco después sonó la alarma de colisión y el piloto intentó desesperadamente volver a elevar el avión que ya estaba descendiendo para evitar el impacto. Ya era tarde. Lagurara aplicó la máxima potencia en un intento de ganar altitud y logró que a las 15:34 la nariz del avión superara la cresta, pero el cono de cola del fuselaje golpeó la montaña a 4.200 metros de altura. Una segunda colisión separó el ala derecha del fuselaje y la arrojó hacia atrás con tal fuerza que arrancó el estabilizador vertical. Cuando se separó el cono de cola, se llevó consigo la parte trasera del fuselaje, incluidas dos filas de asientos de pasajeros, la cocina, la bodega de equipaje, el estabilizador vertical y los estabilizadores horizontales, dejando un gran agujero en la parte trasera del fuselaje. Junto con la sección de cola, tres pasajeros, el navegante y el auxiliar de vuelo cayeron al vacío. Poco después, el ala izquierda impactó contra un afloramiento de rocas a 4.400 metros de altura y una de las hélices perforó el fuselaje cuando se desprendió su ala. Dos pasajeros más cayeron al vacío por un nuevo agujero. La parte delantera surcó el aire antes de deslizarse unos 725 metros por una pendiente empinada a 350 kilómetros por hora como por un tobogán, para detenerse al impactar contra un banco de nieve y hielo. El golpe aplastó la cabina y a los dos pilotos contra sus asientos. Ferradas murió instantáneamente. Resulta difícil imaginar la odisea vivida por los sobrevivientes del Fairchild FH-227D tras estrellarse más de una vez y caer como por un tobogán a una velocidad increíble El fuselaje quedó detenido sobre el glaciar Valle de las Lágrimas, a 4.280 metros, entre el cerro El Sosneado y el volcán Tinguirica, en territorio argentino, muy cerca de la frontera con Chile. Sobrevivir en la nieve Como resultado de la caída, 11 personas murieron por el impacto y 18 más perdieron la vida con el correr de los días, algunos por sus heridas y otros aplastados por una avalancha de nieve. Los 16 sobrevivientes tuvieron que soportar temperaturas de entre 25 y 42 grados bajo cero, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, sin ropa adecuada ni experiencia para enfrentar las condiciones climáticas extremas de la zona andina conocida como el Valle de las Lágrimas. Tuvieron la suerte de poder refugiarse en el fuselaje del avión, pero una semana después de caer ya no tenían qué comer y solo bebían el agua que obtenían derritiendo la nieve. Después de muchas cavilaciones tomaron la decisión de alimentarse de los restos de sus compañeros muertos. Era eso o morir de hambre. El 12 de diciembre, dos meses exactos después de la caída, los 16 sobrevivientes se convencieron de que ya no los buscaban más, que las operaciones de rescate ya estarían suspendidas porque los creían a todos muertos. Entonces, Fernando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín, los que estaban en mejores condiciones físicas, iniciaron una caminata hacia el oeste, para buscar ayuda. Poco después, Vizintín no pudo continuar y regresó, haciendo un esfuerzo extremo, al lugar donde estaba el fuselaje del avión mientras sus dos compañeros seguían adelante. Los jóvenes pudieron refugiarse en el fuselaje del avión, pero una semana después de caer ya no tenían qué comer y solo bebían el agua que obtenían derritiendo la nieve Subieron y bajaron laderas montañosas hasta que finalmente llegaron a un valle. Llevaban casi diez días de una caminata infernal cuando, el 21 de diciembre llegaron a un valle, divisaron un río y, al acercarse más, vieron a tres hombres a caballo que estaban arreando a unas ovejas. La cabalgata del arriero Ese encuentro casi milagroso ocurrió en las orillas del torrentoso río Azufre, al que los lugareños llaman “El Barroso”. De un lado del río había dos jóvenes exhaustos y hambrientos después de caminar diez días en la nieve. Del otro lado había tres hombres a caballo, un padre con sus dos hijos. El padre se llamaba Pablo Sergio Catalán Martínez, un arriero chileno. El Barroso no es muy ancho, pero tiene un caudal extremadamente correntoso y, más allá de verse, ni unos ni otros podían cruzarlo, ni siquiera podía oír lo que intentaban decirse a los gritos, porque el ruido del agua se los impedía. Después de un momento de perplejidad, Catalán consiguió un papel y un lápiz que tenía uno de sus hijos, los envolvió dentro de un pañuelo junto con una piedra y los arrojó hacía la otra orilla. Vio como uno de los dos jóvenes, Parrado, escribía febrilmente, volvía a envolver el papel, el lápiz y la piedra con el pañuelo, y se los devolvía con un lanzamiento que le exigió un esfuerzo supremo. “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”, leyó Catalán en el papel. Fernando Parrado y Roberto Canessa caminaron durante 10 días en busca de ayuda cuando creyeron que ya los habían dado por muertos El arriero tomó cuatro panes amasados en su casa, los envolvió junto con la piedra, e hizo otro lanzamiento. Después, por señas, les indicó a los dos jóvenes que se quedaran ahí y pidió a sus hijos – de 12 y 14 años - que no se fueran, que encendieran un fuego y no perdieran de vista a esos jóvenes. Recién entonces volvió a montar su caballo y emprendió una larga cabalgata hasta el retén de Carabineros más cercano, en Puente Negro, a 80 kilómetros de distancia. Esa cabalgata le llevaría diez horas y cada minuto de ellas podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte para los 16 jóvenes que todavía vivían después de la caída del avión y más de dos meses en medio de la nieve, los sobrevivientes de lo que ya se conocía en el mundo como “la tragedia de Los Andes”. Al llegar al puesto de Carabineros de Puente Negro, Catalán estaba agotado y cuando contó que había encontrado a dos sobrevivientes del avión uruguayo no le creyeron. El hombre, de muy pocas palabras, no se expresaba con claridad y el cansancio – sumado a los prejuicios de los carabineros – hacían parecer que había tomado de más. “No puede ser, ese hombre está borracho, métanlo en una celda”, escuchó Catalán que decía uno de los oficiales. Solo cuando el arriero les entregó la nota escrita por Parrado, los agentes empezaron a tomarlo en serio y se comunicaron por radio con la jefatura, en Santiago de Chile, para informar. Se puso entonces un operativo en marcha, primero para rescatar a Canessa y Parrado, que no podían cruzar el río, y luego buscar al resto de los sobrevivientes. El arriero Sergio Catalán les dio panes y recorrió 80 kilómetros para dar aviso al puesto de carabineros más cercano, que al principio no le creía El 22 de diciembre, guiados por Parrado y Canessa, los helicópteros de Carabineros llegaron hasta el lugar donde estaban los otros 14 sobrevivientes y los rescataron. “La tragedia de Los Andes” se convirtió entonces en “El milagro de Los Andes”. La vida después Cuando se cumplen 53 años del despegue del Fairchild FH-227D desde el aeropuerto de Montevideo rumbo a la tragedia, 14 de aquellos 16 sobrevivientes que quedaron 72 días atrapados en el Valle de las Lágrimas siguen con vida. Roberto Canessa es el que tiene la trayectoria más conocida de todos ellos. Siguió estudiando medicina y llegó también a formar parte del seleccionado de rugby de Uruguay, con el que viajó a Sudáfrica en apoyo a la abolición del apartheid. Se convirtió en cardiólogo infantil y recibió tres veces el Premio Nacional de Medicina de Uruguay. Sigue trabajando como médico y también como docente del posgrado especializado de Cardiología Pediátrica de la Facultad de Medicina y, como varios otros de los sobrevivientes, como orador motivacional. En 2016, publicó el libro “Tenía que sobrevivir”. Tiene tres hijos y seis nietos. Roberto Canessa (EFE/ Sofía Torres) Fernando “Nando” Parrado dejó sus estudios universitarios y empezó a trabajar en la cadena de ferreterías que era propiedad de su familia. Dejó también el rugby y se dedicó al automovilismo, primero como piloto y luego como periodista especializado. Escribió el libro “Milagro en los Andes” y recorrió el mundo dando charlas motivacionales basadas en su experiencia de vida. Se casó con Veronique Van Wassenhove, con quien tuvo dos hijas, Verónica y Cecilia. Carlos Páez tenía 18 años cuando sobrevivió a la caída del avión y era el más joven del equipo. Su padre no dejó de buscarlo, aún después de que se lo diera por muerto. Se convirtió primero en empresario, luego en publicista, escritor y orador motivacional. Publicó dos libros: “Después del día 10”, en 2007, y “La cordillera del alma”, en 2019. Se casó y tuvo dos hijos, María Elena de los Andes y Carlos Diego, a quien bautizó así en homenaje a sus amigos Diego Storm y Gustavo Diego Nicolich, que fallecieron sepultados por una avalancha cuando estaban en la montaña. Tuvo seis nietos. Fernando Parrado José Pedro Algorta es uno de los sobrevivientes que no pertenecía al equipo de rugby. Después del accidente, volvió a la facultad a estudiar Economía, en la Universidad de Buenos Aires y posteriormente en la Universidad de Stanford, donde consiguió una maestría en Administración de Empresas. Se casó con Noelle Sauval en 1974, con quien tuvo tres hijos y dos nietos. En 2015, publicó el libro “Las montañas siguen allí”. Alfredo “Pancho” Delgado estudiaba Derecho y, luego de ser rescatado, fue quien se encargó de explicar que habían sobrevivido comiendo carne humana. Fue la primera y última vez que habló del tema. Luego desapareció de la escena pública y nunca concedió una entrevista. Daniel Fernández Strauch dirigió una empresa informática y tecnológica. Se casó y tuvo tres hijos. En 2012, al cumplirse 40 años del Milagro de los Andes, publicó el libro “Regreso desde la montaña”. Roberto Francois es otro de los sobrevivientes que ha preferido mantenerse alejado de la exposición pública. Es productor agropecuario, está casado con Graciana Manini, con quien tuvo seis hijos. Carlos Páez Roy Harley terminó sus estudios de Ingeniería. A él se deben las fotografías de los días que permanecieron aislados en la montaña ya que era el único que tenía una cámara. Está jubilado y da conferencias sobre la tragedia. Está casado y tiene tres hijos. Álvaro Mangino se casó con su novia, Margarita Arocena, y se fue a vivir a Brasil, tuvo cuatro hijos, y varios nietos. Después de muchos años en Brasil, regresó a Uruguay, donde trabajó en una empresa de calefacción y aire acondicionado. Es otro de los que mantiene bajísimo perfil. Ramón “Moncho” Sabella vivió un tiempo entre Montevideo y Punta del Este, y luego se mudó a Asunción, donde trabajó como empresario. Estuvo mucho tiempo en silencio, con un perfil bajo. Pensaba que, teniendo en cuenta la pérdida de la familia de los que no habían regresado, era poco ético hablar de su experiencia. Luego decidió dar conferencias y entrevistas, convencido de que su experiencia podía ser útil para la sociedad. Antonio Vizintín (EFE/ Sofía Torres) Eduardo Strauch terminó su carrera y se convirtió en arquitecto. Se casó siete años después y tuvo 5 hijos. Muchos años después, un montañista mexicano encontró su campera y sus documentos entre los restos del avión, en los Andes. A partir de ese momento, entabló amistad con él y juntos van, cada año, al lugar del desastre. En 2022, coincidiendo con el 50 aniversario del Milagro de los Andes, CNN los acompañó en ese viaje para grabar un documental. Adolfo “Fito” Strauch se recibió de ingeniero agrónomo y se casó con Paula, con la que tuvo 3 hijos. Se muestra muy poco en público, no ha dado casi entrevistas y vive en el campo, donde administra su estancia. Antonio “Tintín” Vizintín se recibió de abogado y trabajó en una empresa importadora de productos químicos y, más recientemente, como muchos otros sobrevivientes, se dedica a dar charlas y conferencias. Fue presidente de la Unión de Rugby del Uruguay. Se casó tres veces: Un matrimonio terminó en divorcio y su segunda esposa con la que tuvo dos hijos – falleció. Gustavo Zerbino trabajó en una empresa farmacéutica, fue presidente de la Asociación de Química y de la Cámara de Especialidades Farmacéuticas y Afines del Uruguay. También siguió ligado al rugby, jugó en la selección de su país y presidió la Unión de Rugby del Uruguay durante varios años. Ha dado charlas motivacionales por todo el mundo. Está divorciado y tiene cuatro hijos. Debido al cambio climático, si el accidente del Milagro de los Andes ocurriera hoy no habría sobrevivientes porque a esta altura del año casi no hay nieve capaz de amortiguar el impacto del avión en el Valle de las Lágrimas. El glaciar ha retrocedido un 60% en los últimos cincuenta años.
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