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Concordia » El Heraldo
Fecha: 11/10/2025 10:50
Sobre el papel, estos números representa una señal de disciplina fiscal y continuidad del ajuste iniciado en 2024. Pero detrás de las proyecciones macroeconómicas se esconde un delicado equilibrio: ingresos que dependen de una recuperación económica todavía incierta y un gasto que, si bien comprimido, enfrenta presiones sociales y políticas crecientes. O sea, estas cifras descansan en supuestos que hoy son frágiles: volatilidad cambiaria, reservas limitadas, dependencia de ingresos extraordinarios por exportaciones y negociaciones externas, y un contexto político tenso que pone en riesgo la aprobación y la ejecución del presupuesto 2026. Ads La construcción del equilibrio El esquema oficial parte de una economía que crecería entre un 4,5 % y 5% en 2026, con inflación descendente y un tipo de cambio real estable. Bajo esos supuestos, los ingresos tributarios recuperarían terreno y las cuentas públicas lograrían sostener un superávit primario. Sin embargo, el desafío central no es técnico sino político: mantener la coherencia del ajuste en un año donde podrían acentuarse las tensiones sociales, el desgaste del oficialismo y la fragmentación parlamentaria. El esfuerzo fiscal del Gobierno se concentra en mantener el gasto corriente bajo control y en limitar las transferencias discrecionales a provincias. Pero el espacio para nuevos recortes es cada vez más estrecho. Con salarios públicos rezagados, inversión paralizada y una creciente demanda de asistencia social, el margen de maniobra luce agotado. Cifras que generan sospechas razonables 1) Supuestos cambiarios y de exportaciones. Gran parte de los ingresos proyectados dependen de supuestos sobre exportaciones e ingreso de dólares (mejor performance exportador, derechos de exportación, etc.). Si la cotización del dólar, el volumen exportado o los precios internacionales difieren, los ingresos fiscales se resienten rápidamente. El propio proyecto incorpora expectativas optimistas sobre exportaciones. 2) Reservas y acceso al mercado. El programa con organismos internacionales y el flujo de financiamiento externo condicionan la capacidad de sostener el tipo de cambio y pagar deuda. El FMI ya flexibilizó metas de acumulación de reservas dentro del acuerdo vigente, dejando claro que la trayectoria de reservas sigue siendo débil y dependiente de desembolsos y de la ejecución de políticas. Esa fragilidad eleva el riesgo de ajustes bruscos si se agotan colchones. 3) Contradicciones internas: crecimiento alto + recorte real en gasto. El presupuesto muestra aumentos reales en algunas partidas sociales, pero se combina con una disciplina fiscal estricta que en la práctica reduce gasto en otras áreas (o lo deja atado a ejecución condicionada). Si la demanda agregada cae por ajustes del crédito o por caída del consumo privado, el crecimiento proyectado puede no materializarse, obligando a revisiones. Ads Un equilibrio sensible al contexto Para demostrar la extrema fragilidad de este proyecto, hemos realizado un análisis de sensibilidad que muestra claramente que el equilibrio fiscal proyectado es altamente vulnerable a las variaciones mínimas en las variables clave. Pequeñas variaciones en los ingresos o en el gasto pueden alterar sustancialmente el superávit estimado. Una caída del 10 % en la recaudación o en las exportaciones, por ejemplo, reduciría el superávit a niveles cercanos al 0,9 % del PBI, mientras que un aumento similar en el gasto lo llevaría a apenas 0,5 %. Solo un escenario favorable —con mayor recaudación o mejora de precios internacionales— permitiría alcanzar un superávit superior al 2 %, una hipótesis difícil de sostener en el contexto actual. La sostenibilidad del superávit primario de +1,5% del PIB para 2026 es altamente sensible a las variaciones en la Recaudación y, en segundo lugar, al control del Gasto Primario. El superávit se convierte rápidamente en déficit ante una caída del 10% en la recaudación o un aumento del 10% en el gasto. El análisis de sensibilidad fiscal muestra que el resultado positivo depende más de la estabilidad externa y del cumplimiento estricto de metas internas que de una transformación estructural del gasto público. En otras palabras, el superávit no se sostiene sobre una reforma de fondo, sino sobre un delicado balance coyuntural que podría revertirse ante cualquier shock moderado. El componente político del Presupuesto En términos políticos, el Presupuesto 2026 funciona más como una herramienta de narrativa que como un plan de ejecución garantizada. El Presupuesto 2026, en definitiva, no es solo un documento contable: es una radiografía del momento político y económico del país. Refleja la aspiración de consolidar el orden fiscal, pero también evidencia los límites estructurales de un modelo que depende más de la disciplina del mercado que de la fortaleza institucional. Para que el gobierno cumpla con la previsión de un Superávit Primario del +1,5% del PIB, deben cumplirse condiciones macroeconómicas y fiscales estrictísimas que mitiguen la alta sensibilidad identificada. Esto requiere simultáneamente un ajuste profundo y un crecimiento sólido: 1) Ajuste Fiscal Implacable: Es indispensable el mantenimiento estricto y la caída real del Gasto Primario. Esto se logra mediante la implacable contención de subsidios (energía, transporte) y transferencias corrientes a provincias. Crucialmente, los aumentos a empleados públicos y jubilados deben ser inferiores a la inflación para generar un ahorro real. 2) Materialización Macro: El gobierno debe materializar el crecimiento del PIB del +5% proyectado, al mismo tiempo que la eficacia recaudatoria aumenta. Solo así los ingresos superarán el gasto y el superávit será sostenible. 3) Anclaje de la Inflación: Es vital que la inflación se cumpla de acuerdo a las previsiones del Presupuesto (10,1%), ya que cualquier desvío al alza presionaría el gasto indexado. Solo si esta convergencia de austeridad, crecimiento y control inflacionario ocurre, se podrá superar el riesgo de alta sensibilidad fiscal y validar la meta de superávit. Ads Pero más allá de todo, la aprobación del Presupuesto 2026 es una necesidad impostergable para la Argentina. El país no puede permitirse atravesar un tercer año consecutivo sin una ley de presupuesto sancionada por el Congreso. Más que una discusión jurídica sobre la validez de prorrogar el esquema anterior, el problema es político e institucional: gobernar sin presupuesto es hacerlo sin la principal herramienta de planificación financiera y control del Estado. Esa ausencia erosiona la credibilidad fiscal, debilita la gestión pública y profundiza la sensación de improvisación. Pretender ordenar la economía sin un presupuesto aprobado no solo es poco realista, sino directamente inviable en cualquier nación que aspire a normalidad institucional. En la mayoría de los países, carecer de presupuesto no sería un hecho excepcional, sería algo abiertamente anormal. En la Argentina, esa anormalidad se ha vuelto una costumbre peligrosa que urge corregir.
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