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» Corrienteshoy
Fecha: 10/10/2025 15:36
Mons. Castagna: 'El perdón y la seguridad de haber sido perdonado' "La condición para ser acreedor de la gracia es la fe. La misericordia y el perdón se logran mediante la fe en la persona de Jesús", recordó el arzobispo emérito de Corrientes. Sugerencia para la homilía de monseñor Castagna Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que los santos, algunos de ellos precedidos por una vida de graves pecados, recuperan la seguridad de haber sido perdonados y, por ende, del gozo indescriptible de estar en paz con Dios". "Es una experiencia que inspira el regreso a dar gracias", aseguró y consideró que el hecho narrado por san Lucas "muestra el valor de aquel extranjero que regresa, con la disposición de quedarse junto a su divino sanador". "El Señor considera ese regreso como una declaración de fe en su poder divino: 'uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero? Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado'", profundizó. "La condición para ser acreedor de la gracia es la fe. La misericordia y el perdón se logran mediante la fe en la persona de Jesús", sostuvo. Texto de la sugerencia 1. Jesús se deja abordar por diez leprosos. Pasamos de las parábolas a los hechos. Jesús muestra en su vida lo que enseña con sus palabras. El hecho de la curación de los diez leprosos posee una capacidad expresiva particularmente reveladora. El relato del evangelista San Lucas no tiene sombras. Ser leproso exigía entonces una exclusión despiadada. No obstante, Jesús se deja abordar por diez leprosos y los atiende con amor. Supera todos los prejuicios, que afectan la convivencia de aquellos enfermos, en un contexto legal, agobiado por cierta cultura, también religiosa, que inhabilita para una cordial relación entre las personas más cercanas, tanto de sangre como de afecto. Aquellos hombres arriesgan su libertad, al acudir a Cristo, que dispensa su generosa atención al pueblo, en los más pobres y enfermos. Vino para ellos, se consagra principalmente a ellos, les enseña y los sana. La misión de Cristo, en la actualidad, conserva su primitiva inspiración. Hoy también, más aún que entonces, viene a curar a los enfermos del alma y a dar vida a sus muertos. Por lo mismo, el clima de mortalidad espiritual, que sofoca a tantos hombres y mujeres, parece agravarse. El principio de la curación de un enfermo es reconocerse enfermo. Lo mismo digamos de quienes se reconocen pecadores: el principio del perdón y de la santidad es ese reconocimiento. La ciencia de los santos se abre a la clara percepción del estado doloroso en el que se encuentran. Dios hace santos a quienes, arrepentidos, deciden transitar el camino de la conversión, a partir del reconocimiento de su condición. La pretensión de percibirse santo es un engaño que el hombre debe denunciar y superar. El pobre de corazón -o humilde- baja su autoestima hasta reconocer el dolor de haber pecado y ofrecerlo, como lo hacía Santa Teresita de Lisieux: "Te ofrezco el dolor de haber sido mala". El dolor padecido y ofrecido al Padre ha constituido a Cristo en Redentor de todos los pecadores. Si no sabemos ofrecer la humillación de haber pecado, no lograremos merecer el perdón. La confianza en el perdón de Dios es el secreto de la paz y de la alegría. 2. El perdón y la seguridad de haber sido perdonado. Los santos, algunos de ellos precedidos por una vida de graves pecados, recuperan la seguridad de haber sido perdonados y, por ende, del gozo indescriptible de estar en paz con Dios. Es una experiencia que inspira el regreso a dar gracias. El hecho narrado por San Lucas nos muestra el valor de aquel extranjero que regresa, con la disposición de quedarse junto a su divino sanador. El Señor considera ese regreso como una declaración de fe en su poder divino: "Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero? Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado" (Lucas 17, 15-19). La condición para ser acreedor de la gracia es la fe. La misericordia y el perdón se logran mediante la fe en la persona de Jesús. Él asegura su presencia salvadora y reconciliadora: "Yo estaré siempre con ustedes". Nos basta ofrecerle todo el lugar, en nuestras vidas, y obedecer sus mandamientos. Incluirá la principal atención a su enseñanza: al Evangelio predicado por los Apóstoles y testimoniado por los santos. La Lectio Divina, y su continua meditación, causarán una perfecta intimidad con la Trinidad y su revelación en la vida y palabra de Jesús. El hecho de la curación de los diez leprosos y, sobre todo, del agradecimiento del samaritano, nos invita a decidir una postura nueva, que corresponda al ser perdonados de nuestros pecados. La ingratitud expresada por los nueve restantes, comporta recaer en la lepra del pecado, una y otra vez. El samaritano, detestado extranjero, en un pueblo engolosinado por la presunción de ser "el elegido", vuelve a quien lo sanó, para no contraer, en lo sucesivo, la misma enfermedad que los excluyó de la vida. El camino a la conversión definitiva está despejado por la fidelidad, sostenida a los pies del Señor, que perdona y santifica. La actitud de los nueve manifiesta que Cristo había sido buscado para ser liberados de la lepra y no para quedarse junto a Él. Volver a Él, después de ser perdonado, garantiza que el perdón es más que una absolución sacramental. Se produce un cambio - en la mente y en corazón - que asegura, vivir en el amor, o "vivir en gracia". 3. El extranjero que regresa a Jesús y agradece. Ante el samaritano, que regresa a agradecer, Jesús insiste en la importancia de la fe: "Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado". (Lucas 17, 19) La fe en el poder de Cristo, alimentada por la gracia de la Palabra y de los sacramentos, es todopoderosa. El autor de la fe es Cristo, el sometimiento a su poder divino es la clave para la santidad. En el texto de San Lucas hallamos los elementos para una reflexión exhaustiva. Ayer recordábamos a San Francisco de Asís, transparencia de Jesús, cercano a los enfermos que se hallan excluidos de la convivencia con los seres más amados de la comunidad. El pecado es la lepra, cuyos enfermos viven en medio de la comunidad, sin advertir que están infectados por el pecado. Los afectados hoy por esta lepra exponen públicamente sus llagas, sin reclamar, como aquellos diez hombres, ser curados por Quien vino a curarlos. El pecado se convierte en una enfermedad que necesita ser tratada por el único Médico de las almas. Cuando Jesús cura a los enfermos, trasciende a quienes sufren en el alma y en el cuerpo, restableciendo la relación filial con Dios y fraterna con todos los hombres. La ruptura de la comunión con la Creación causa una herida mortal que sólo Cristo puede curar. El Evangelio despliega, ante nuestros ojos deslumbrados, la acción taumatúrgica del Hijo de Dios. Su predicación lo predispone al servicio "de los más necesitados de médico": todos los pecadores. La mayor tragedia del hombre contemporáneo es la pérdida de conciencia del pecado, verdadera y múltiple participación del pecado del mundo. El Bautista designa a Jesús: "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Existe una gran resistencia a reconocer la propia condición pecadora. Escapa a los esquemas de la psicoterapia más bien intencionada. El pecado es absuelto por Dios o se convierte en una enfermedad incurable. Para ello es preciso prepararse en la oración, en la penitencia, mediante un sereno examen de conciencia. De esa manera su eliminación se produce inexorablemente. Es decir, Cristo es el Verbo que perdona y, mediante el don del Espíritu santifica a quienes ha perdonado. Su encuentro con los pecadores cierra un proceso que restaura la salud dañada. 4. Virtud sanadora de la fe. "Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano" (Lucas 17, 15-16). Aquel extranjero reconoce la divinidad de Jesús postrándose, con su rostro en tierra. La recuperación de la salud confirma su fe en Cristo, y su gesto de postración la explicita. Se produce, de esta manera, un estado de religioso acatamiento a la autoridad divina del Maestro. No en vano reditamos hoy aquella conmovedora actitud samaritana. Recibirá el reconocimiento del mismo Señor: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado". Aquellas palabras son reveladoras de la nueva forma de vida, que Cristo inaugura para quienes creen en Él. El prodigio de sanación se produce hoy del mismo modo: respetando el origen -y sus medios- que conducen al perdón y a la santidad.
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