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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/10/2025 14:34
Miguel Ángel Russo, en el banco de Boca durante el Mundial de Clubes (Foto PATRICIA DE MELO MOREIRA / AFP) Ya hace un tiempo largo se lo notaba más sensible. Como cuando lloró al ser campeón con Central de la mano de Pedro, su nieto. O cuando dijo, abriendo su corazón y con los ojos vidriosos, una frase que hoy es viral: “Mi cabeza dispara atrás una pelota”. El fútbol era la forma de no pensar, o de escapar por un rato de la realidad. No por miedo, de ninguna manera. Hay que tener agallas para enfrentar el eco de la muerte como hizo Russo. Ya sabía que se acercaba, impiadoso, el final de su película. Y él, el señor que patentó el “son decisiones”, decidió cómo hacerlo. O dónde hacerlo. Miguel quería que el último partido de su vida lo viera como técnico de Boca. Se lo confesó a Riquelme en la charla que tuvieron para volver al club en su tercer ciclo, según cuenta su círculo más cercano. Sabía que era difícil pensar en varios campeonatos, pero dirigir el Mundial de Clubes le devolvió su amplia sonrisa. Se la disparó Román, con un gesto repleto de humanidad. Como fue también ir a despedirse el fin de semana, sin cámaras, del hombre que ya padecía detrás del entrenador. Por eso el agradecimiento de la familia Russo. Para entenderlo no hay que saber el significado de la palabra empatía: alcanza con pensar qué sentirías si alguien le da el último gusto a tu papá, a tu abuelo, a tu hermano. Y sin egoísmo, respetar el deseo de tu papá, de tu abuelo, o de tu hermano... Tal vez sea difícil de argumentar en términos médicos, pero sentirse querido puede darte vida. De mínima al Palomo, como le decían sus compañeros de la Selección, se la alargó. O se la mejoró. La última foto de Russo y Riquelme juntos. Fue el 23 de septiembre en Ezeiza, donde entrena Boca. Se fundieron en un cálido abrazo Hace un par de semanas recibió el cálido abrazo de los jugadores y del pueblo de Central, otro de los tantos clubes donde lo adoran. Todo el fútbol homenajeó a Miguel. Y él se hizo su propio homenaje. No había chance de quedarse en su casa, de apartarse de las tensiones del Mundo Boca o de la obligación de los 3 puntos para disfrutar de su buen pasar económico, como pretendían sugerir algunas miradas sin pasión. O sin saber que eso podía ser un veneno para alguien como él. “Elegir un lugar más tranquilo sería no ser yo -dijo alguna vez-. ¿Sabés lo que es no ser yo? ¿Nunca te preguntaste cómo sería no ser vos?”. Russo fue Russo hasta el final. Quería ir a las prácticas aunque el cuerpo le hiciera ruido. Iba a las conferencias de prensa pese a que no tuviera tantas fuerzas para hablar. El peleó durante años como hizo para recuperar la pelota en ese legendario mediocampo de Estudiantes en el que todos jugaban -era el guardaespaldas de Sabella, Ponce y Trobbiani- o para transformarse en uno de los DT más respetados de la historia del fútbol argentino. Hasta fue a dirigir una final en Colombia después de una quimio. En vez de rendirse, él subió la apuesta. “Todavía estoy en una etapa que gracias a Dios me vibra el corazón y no el celular. Y eso es clave para vivir”, dijo emocionado mientras festejaba su última vuelta olímpica con Central. Después, cuando parecía que no podía batallar tanto, llegó San Lorenzo. Con su equipo protegió a un club boicoteado desde adentro. Y unos meses más tarde, cuando parecía imposible una chance más, otra vez Boca. ¿Por qué fue? ¿De pronto se había vuelto loco? ¿Era masoquista? Nada de eso. “A Boca uno nunca le puede decir que no”. Y menos ahora... El destino quiso que uno de los últimos partidos de Russo dirigiendo a Boca sea contra su amado Rosario Central. Recibió el cariño de los hinchas y de sus ex dirigidos. En la foto, saludado por "Fatura" Brown “La Bombonera está. Siempre. Y siempre va a estar. Esté quien esté”, solía decir. Y ese estadio mítico lo despide estos días, allí donde sus hinchas lo ovacionaron después de ganar la última Libertadores. En ese 2007, con Riquelme más 10 que nunca, nadie pensó que iba a ser tan difícil volver a ganar esa Copa... O “la Cooopa”, según decía Russo en una mesa en la que sólo se sienta junto al Toto Lorenzo y Carlos Bianchi, dos entrenadores con estatua en el hall del club. Para eso volvió en 2020, una gran decisión del Román dirigente. Miguel y su simpleza, palabra difícil en el Mundo Boca, le dieron paz a un club convulsionado. Y otra vez, en siete partidos, ganó un torneo con un guión perfecto: el gol lo hizo Carlitos Tevez, que festejó colgado del alambrado, y en el otro banco, justo de Gimnasia, estaba Diego, que en el entretiempo se fue haciendo la gallinita en complicidad con la hinchada. El título, para agrandar el combo, se lo arrebató al River de Gallardo... Ahora, casualidad o guiño del destino futbolero, el último partido que festejó de su Boca fue un 5-0 a Newell’s, la misma noche que Central le ganó 2-1 a River con un show de Di María y de Nacho Malcorra, el que se iba a ir a Independiente hasta que Miguelo lo convenció de quedarse a ser campeón en Rosario. El fútbol le sacó una sonrisa hasta el último minuto. Hace un tiempo, en una entrevista, Juan Pablo Varsky le preguntó qué le quedaba por hacer después de una carrera repleta de logros. “Seguir compitiendo al máximo nivel. Es lo que uno busca. También sé que un día tengo que dejar. Pero no sé si está cerca eso... Lo que me enseñó esta enfermedad es que es día a día. Tengo una pelota abajo de la cama. El día que me levante y no le dé un beso, llegará el momento”. Entendía todo Miguel, un tipo más que nunca para admirar adentro y afuera de la cancha. Russo con la Copa Libertadores, la última que pudo ganar Boca, en 2007 (AP Foto/Marcelo Hernández) Pudo haber modificado el estilo, pero Carlos Bilardo no sólo fue el técnico que lo hizo saltar de la Quinta División para debutar en Primera: lo marcó toda su vida. Más que por llevarlo a ver el primer partido de Diego... Los más chicos lo vieron sólo con el traje de entrenador. Antes Russo fue un volante central inteligente, líder táctico dentro de la cancha. Uno de los golpazos que se dio fue cuando se quedó afuera de la Selección que fue al Mundial 86, justo por decisión del Narigón...“Carlos me dijo ‘me vas a odiar, me vas a insultar, pero el día que seas técnico te vas a dar cuenta’“. Al final comprobó que tenía razón cuando él debió tomar decisiones en un grupo. Siempre compitió para ganar y buscó poner el grupo por encima de todos. Y lo logró. Hay que ser preponderante para que te quieran así en Boca, Central, Estudiantes, Lanús y Vélez. En todos fue campeón, logró ascensos. Dejó un sello, desde su querido Estudiantes al que devolvió a Primera en dupla con Eduardo Luján Manera, con un equipazo que tenía al Chocho Llop, el Mago Capria y la Brujita Verón. Al Lanús que le enseñó a pensar en grande desde el orgullo y la unión del barrio. Siempre fue el padre de todos, justo él... Una vez, en TyC Sports, le preguntaron a qué personajes invitaría a un asado. Podía ser cualquier compañero famoso tipo Maradona o Passarella, algún jugador que dirigió como Palermo. Le pidieron tres nombres, pero él, un tipo siempre sencillo, sólo dio dos... “Mi padre, que no tuve oportunidad de conocerlo. Y mi nona, la mamá de mi papá, que me formó culturalmente. Siendo muy pobre, me llevaba a tomar el té, a museos, al teatro Colón...”, dijo hasta que se quebró, pidió dejar de hablar y le envió un beso al cielo. Hoy el beso al cielo es para vos, Miguel.
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