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  • El progreso, ese enemigo público

    » LaVozdeMisiones

    Fecha: 05/10/2025 20:04

    Por: Fernando Oz @F_ortegazabala Conozco esa clase de sujetos, suelen ser los de siempre. No son revolucionarios ni luchadores sociales; son los custodios del statu quo, los que ven en cada avance una amenaza personal, los que prefieren el lodo de lo conocido a la promesa de la modernidad. Como si fuera pecado crecer, como si prosperar fuera una traición a las costumbres. Pero, claro, hay gente que hace de la obstinación un oficio y de la mezquindad una bandera. Dejemos de tropezar con las mismas piedras si queremos avanzar. Les cuento una de túnel del tiempo. Pocos meses antes de que finalizara el siglo pasado, un joven reportero quedó en medio de una batalla campal entre una prestigiosa Cámara de Comercio y un poderoso grupo económico de ultramar, pero de pabellón nacional. Los primeros arrancaron con un ataque preventivo apenas se enteraron de que los segundos estaban por ponerles un “mega supermercado” en las narices. Los comerciantes, siempre apesadumbrados por la situación económica, hicieron cónclaves para analizar la situación y después pasaron a realizar reuniones ampliadas con los “líderes y representantes de las fuerzas vivas”, y continuaron con un repentino espíritu asambleario convocando a la sociedad a combatir al invasor. Fue un revuelo grande, hasta llegaron a cortar el acceso a un puente internacional y, días antes, los medios más importantes del país ya se habían instalado en el lugar para cubrir el asunto. La movida debe haber costado lo suyo, pese a que los hombres de negocios del lugar no se destacaban por su filantropía; en aquella ocasión, tuvieron que tocar las alforjas. La cuestión es que la gente estaba indignada. Una señora repetía en la radio que ese mega supermercado iba a conducir a la ciudad hacia la perdición; el almacenero de un barrio se encadenó a las rejas del Concejo Deliberante y los del gremio de los empleados de comercio movilizaron lo suyo. La realidad es que nadie sabía muy bien cuál sería el alcance del faraónico emprendimiento extranjero. Entonces, los temerosos al cambio se defendían ante lo desconocido, mientras los especuladores de siempre aprovechaban la confusión para llevar agua a su molino. Tras la tensión y el show business, el entuerto se resolvió como comenzó: en cónclaves a puertas cerradas. Nada de lo que dijeron que iba a suceder ocurrió. No fue un mega supermercado, sino una zona franca con un área destinada al comercio internacional con depósitos fiscales y otra para el comercio minorista de marcas internacionales. Se construyó en un lugar donde antes había una capuera que era utilizada por contrabandistas de diferente talla. Las obras finalizaron en 36 meses, significaron una inversión de 12 millones y medio de dólares de entrada y el monto total en obras fue de unos 35 millones de la misma moneda. Sé que después construyeron una escuela y un par de obras más para el municipio. Los honorables comerciantes de la Cámara de Comercio no se fundieron y el almacenero de las cadenas tiene dos supermercados. La construcción de la Zona Franca Puerto Iguazú produjo cientos de puestos de trabajo de manera directa e indirecta; desde hace unos veinticinco años viene dando empleo a muchas personas y el duty free shop –con marcas internacionales– terminó siendo un atractivo más del destino turístico y considerado como uno de los mejores free shops del mundo. London Supply es la compañía que explota el área exenta de impuestos en Puerto Iguazú, tiene una experiencia de más de 80 años como proveeduría marítima y operadora aeroportuaria, está integrada por capitales argentinos y tiene experiencia en gestionar el riesgo porque, miren lo que hicieron entre 1999 y 2002, en plena crisis. Ahora, desde que hace unos días se confirmó que la compañía London Supply extenderá sus operaciones en el Cantón con dos zonas francas más, una en Posadas y otra en Irigoyen, comenzaron a oírse voces que pronostican infortunios. Como verán, todos los tiempos tienen sus agoreros de turno, defensores de una tajada en nombre propio o ajeno, ya sea por la paga o por pura convicción. Cuesta creerlo, pero veinticinco años después, los saboteadores siguen ahí, con la energía de quien nunca leyó un libro de historia. Cambian los nombres y los lemas, pero el fondo es el mismo: “No a la modernidad, sí a mi pequeño negocio”. ¿Y el bien común? ¿Y el desarrollo? Bien, gracias. Para esta gente, Misiones es una finca privada y el futuro, un enemigo a derrotar. No hay argumentos, solo intereses. No hay visión, solo egoísmo. Miren otro caso, pero del mismo palo. La Entidad Binacional Yacyretá (EBY), empeñada en modernizar nuevas áreas de la costanera y transformar la Bahía El Brete en un verdadero espacio público digno, tropieza con una fauna conocida: los enemigos del desarrollo. Se oponen al cambio por sistema, como quien teme que el cemento arruine la memoria. Pero la memoria no se construye con barandas oxidadas, sino con oportunidades. La modernización del área costera traería calidad de vida, turismo, acceso ciudadano y belleza urbana. Pero, claro, para algunos, todo eso es sospechoso. En el fondo, la oposición a la Bahía El Brete no es más que la defensa de intereses particulares. No podemos dejar que la planificación urbana de un espacio público intente ser coaccionada desde la mesa de una cafetería por un grupo de amigos de la secundaria. Son las mesas a las que también acuden los mismos diputados que el jueves pasado votaron en contra del presupuesto para que la provincia funcione, miren lo que son las cosas. Pero también se sientan jueces, fiscales, ministros y empresarios de pocos escrúpulos que en algún momento habría que alumbrarlos. En definitiva, todo aquel que tenga lo suficiente para tener a su embarcación a mano. Los opositores a la modernización claman por conservar lo que, en realidad, nunca supieron cuidar. Se oponen al reordenamiento urbano como si defender la mugre y el desorden fuera un acto heroico. Atacan a la EBY, desacreditan obras, desinforman y siembran dudas. En el fondo, temen que la ciudad deje de ser refugio de pocas oportunidades y se convierta en un lugar donde todos puedan vivir mejor. La resistencia al cambio, en Bahía El Brete, tiene la misma raíz que en Iguazú: el miedo a perder prebendas y privilegios, el terror a que el progreso ablande las fronteras del egoísmo. El progreso en Misiones no fracasa, pese al permanente viento en contra de sectores minúsculos y mezquinos, por la voluntad política de impulsar ideas y convertirlas en hechos, como lo fue en su momento la propuesta de “vivir de cara al río” que realizó Carlos Rovira y que nos trajo la actual costanera, un lugar de todos y para todos. Fracasaría si quienes pudieran liderar el cambio prefieren recostarse en la comodidad del “no se puede”, y quienes pueden invertir son vistos como herejes, capaces de romper el orden preestablecido. Así, cada intento de modernización se convierte en un combate, cada propuesta en motivo de escándalo, cada inversión en amenaza a la paz de los mediocres. Modernizarse no es peligroso, abrirse al mundo –ni hablemos– es casi una obligación. Hoy, nuevamente la provincia se debate entre el deseo de avanzar y el terror a perder los privilegios de unos pocos.

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