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» Diario Cordoba
Fecha: 05/10/2025 14:10
La reiteración de indicadores negativos en las evaluaciones de competencias básicas o los informes PISA empiezan a conducir a una reflexión sobre las estrategias y prácticas docentes adoptadas en los últimos años. No basta con señalar los recursos disponibles, el número de alumnos por aula o la dedicación horaria del profesorado y reclamar un aumento de la inversión en decisiones de gasto que no siempre tienen una relación clara con el incremento de la calidad de la educación. Las tendencias pedagógicas mayoritarias en los últimos años (u otras decisiones de las recientes políticas educativas) no pueden mantenerse en rumbo fijo sin asumir revisión. No se puede ignorar cualquier crítica como muestra de inmovilismo, ni puede sostenerse que la solución solo pasa por seguir profundizándolas, ni tampoco argumentar que serían efectivas con la aplicación de recursos inexistentes, si no se las hace pasar por el tamiz de una evaluación basada en resultados. Este proceso de revisión es el que muchos docentes empiezan a realizar. Hay una tendencia emergente a revalorizar una práctica que había sido cuestionada como la toma de apuntes en clase (asociada en gran parte a un enfoque de clase magistral no menos discutido), de las inquietudes sobre cómo replantear la realización de trabajos y exámenes en plena emergencia de las herramientas de inteligencia artificial y de experiencias que empiezan a cuestionar el espacio destinado a proyectos o actividades no directamente curriculares frente a la formación en materias básicas o que plantean la limitación a determinados momentos o tareas del uso del ordenador personal. El debate está, y debe estar, abierto. La toma de apuntes no tiene sentido como la transcripción mecánica de una clase magistral que solo espera la receptividad pasiva del alumno: pero sí como una habilidad a entrenar que permite fijar conocimientos, ejercitar la atención y la capacidad de extraer y organizar información relevante. Acotar el tiempo dedicado a fórmulas etiquetadas como rincones, talleres, cápsulas o proyectos, promovidas como expresión de un enfoque competencial, puede permitir, precisamente, recuperar la dedicación al trabajo en competencias básicas como la comprensión lectora, la expresión oral y escrita y las matemáticas; pero no debería renunciarse a introducir contenidos que se escapan a los esquemas más rígidos de currículum escolar. El regreso a los exámenes orales o escritos frente a la realización de trabajos prácticos puede ser una forma de evitar que estos últimos queden desvirtuados por la facilidad de recurrir a preguntas y resúmenes desde herramientas de inteligencia artificial: pero sería un error renunciar a la evaluación continua y a aplicar los conocimientos académicos a circunstancias concretas y próximas a los intereses y la realidad de los alumnos. El uso de teléfonos o ordenadores personales parece cada vez más vinculado a problemas de dispersión y falta de atención: pero la solución no es una escuela desconectada, sino que forme en cómo utilizar estos recursos de forma responsable. Como dice un docente, es necesario que «las aulas no sean demasiado diferentes del mundo». Que ni busquen regresar a un pasado idealizado ni apliquen fórmulas convertidas en moda cerrando los ojos a cómo pertrechan a los alumnos a enfrentarse con la realidad.
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