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  • El perfume de una fe militante

    » Diario Cordoba

    Fecha: 05/10/2025 14:06

    Ayer, en su fiesta, san Francisco de Asís nos dejaba el perfume de un cristianismo abierto a la rosa de los vientos, como fundador del sentido fraternal de la historia. Pocos santos han encarnado el Evangelio de forma tan nítida y luminosa. Su pobreza, su amistad hacia todos los seres vivos, su deseo de construir comunidad, su cariño por la Iglesia, reflejan una simplicidad que recuerda a la de los niños de los que habla Jesús, cuando dice que tenemos que ser como ellos para entrar en el Reino de los cielos. Francisco de Asís vivió a fondo esa ingenuidad militante de quien, aunque ha atravesado pruebas y contradicciones, las ha superado manteniendo una fe limpia y una esperanza fresca. A Francisco se le reveló la sabiduría de Dios, que no se encuentra en libros ni en discursos, sino que asoma serena en el don abierto de la propia vida. Hoy, el evangelio de las eucaristías dominicales nos ofrece una breve plegaria de los apóstoles, diciéndole al Señor: «Auméntanos la fe». Jesús responde con dos imágenes: el «grano de mostaza» y el «siervo disponible». La fe comparable al grano de mostaza es una fe que no es orgullosa ni segura de sí misma; es una fe que, en su humildad, siente una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él. Es la fe la que nos da la capacidad de mirar con esperanza los altibajos de la vida, la que nos ayuda a aceptar incluso las derrotas y los sufrimientos, sabiendo que el mal no tiene nunca la última palabra. Jesús nos lo explica indicando cuál es la medida de la fe: el «servicio». Y lo hace con una parábola que a primera vista es un poco desconcertante, porque presenta la figura de un amo dominante e indiferente. Pero ese mismo comportamiento del amo pone de relieve el verdadero centro de la parábola, es decir, la actitud de disponibilidad del siervo. Jesús quiere decir que así es un hombre de fe en su relación con Dios: se rinde completamente a su voluntad, sin cálculos ni pretensiones. El problema es el «relato» de los no creyentes, los viejos argumentos que plantean. El primero consiste en considerar a la religión como «resto arcaico», fase superada de la historia humana, o lo que es peor, una «neurosis infantil», un «platonismo» para el pueblo ignorante, una «alienación» de la vida humana. El segundo presupuesto del que parten esos grupos y autores es que en una sociedad democrática la religión es un asunto exclusivamente privado, sin relevancia pública. El tercer presupuesto es que toda religión es fundamentalista, y que en la historia han sido siempre fuente de violencia, negación de libertad y causa de muerte. Frente a la fe, la razón ilustrada aparece como la gran inocente y liberadora. Las palabras del teólogo Olegario González de Cardedal, centran admirablemente y esclarecen la cuestión: «Creer o no creer son dos implantaciones radicales y primarias en la existencia. Ninguna de las dos tiene primacía o plusvalía civil. Cuando una de ellas se erige en juez que dicta a la otra sus deberes, está ejerciendo violencia personal e institucional. La religión no es solo un acto particular, sino también un hecho social, fruto de convicción racional y de elección en libertad». El papa León XIV nos ha ofrecido una breve y apasionante definición de la fe: «Fe auténtica es arriesgarse por amor como hizo Jesús». Y subraya con fuerza: «Una fe auténtica es aquella que se convierte en criterio de vida diaria, capaz de inspirar decisiones difíciles, de vencer el egoísmo y de sostener el compromiso por el bien común, la paz y la justicia». Benedicto XVI nos ha dejado una visión de la fe entre poética y soñadora: «La fe no es otra cosa que en la noche del mundo tocar la mano de Dios y así, en silencio, oír la Palabra, ver el Amor». Octubre nos adentra poco a poco en paisajes otoñales. Todo parece más difícil. Por eso es tan importante una fe sembrada, viva, militante: «Una manera de leer la historia con ojos de esperanza». Con el eco final de los versos de José Ángel Valente: «Reconozco tu oscura transparencia, / tu rostro no visible, / el ala o filo con el que he luchado. / No separes la sombra de la luz / que ella ha engendrado» *Sacerdote y periodista

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