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» Elterritorio
Fecha: 05/10/2025 11:11
El equipo de gobierno, enceguecido en la idea de que tenían a la gente en el bolsillo, porque el miedo al "riesgo kuka" era más fuerte que el desánimo del ajuste, creyó que podía tocar hasta los símbolos. domingo 05 de octubre de 2025 | 6:00hs. Imagen ilustrativa. En la Argentina actual, el Congreso se ha transformado en el espejo más claro de la debilidad política del gobierno nacional. Allí donde debería haber negociación, construcción de consensos y debate democrático, reinan la improvisación, las presiones y una lógica de imposición que, paradójicamente, sólo desnuda la fragilidad del oficialismo. Fragilidad que fue quedando expuesta con el pasar del tiempo, y de la que hoy ya nadie duda. En una primera instancia, allá por los inicios de la gestión de Javier Milei, el Poder Ejecutivo llegaba a cada sesión con proyectos cargados de urgencias y promesas de transformación, pero carentes de la más mínima ingeniería política que asegure respaldo legislativo. Así llegó una ley bases que era un ómnibus y terminó siendo un remís. Así llegó el primer presupuesto que lo terminaron bajando por falta de consensos. No obstante ello, sacar leyes en línea con las aspiraciones del Ejecutivo no les fue tan difícil. Lo hizo a fuerza de latigazos mediáticos y virtuales. Cientos de videos tomados de canales de noticias con analistas políticos ensalzando a Milei por la “revolución” generada en la política argentina y un ejército de trolls moviendo cientos de terabytes de información digital de contenidos de redes sociales le fueron suficientes para domar un sector tibio de la política argentina que, asustado por una mala lectura del “mensaje de las urnas”, se dejó amansar. Hoy esa escena cambió. Desde hace ya poco más de cuatro meses la debilidad de un gobierno que no sabe gestionar con política quedó al descubierto. Y fue así por errores propios. El equipo de gobierno, enceguecido en la idea de que tenían a la gente en el bolsillo, porque el miedo al “riesgo kuka” era más fuerte que el desánimo del ajuste, creyó que podía tocar hasta los símbolos. Creyó que tenía un cheque en blanco para la batalla cultural. Y así fue contra la universidad pública, los jubilados, el hospital Garrahan y los discapacitados. Como si éstos fueran símbolos del peronismo o el kirchnerismo. Nunca se dieron cuenta de que son símbolos de la Argentina. Se equivocaron y “la gente” comenzó a hacérselos sentir. La imagen del presidente y del gobierno está en caída libre y en las redes sociales su ejército de trolls no es capaz de instalar una discusión a favor desde hace meses. Ese contexto cambió al Congreso. Y el gobierno nacional, que sabe de motosierras, pero no de herramientas políticas, perdió toda capacidad de acción. Ya no sólo no puede imponer leyes, ni siquiera puede conseguir un tercio de los votos para sostener un decreto o un veto. El problema allí no radica en que el gobierno carezca de mayorías propias —algo común en sistemas democráticos—, sino en su incapacidad para tender puentes sólidos con la oposición dialoguista. Confundieron desde el principio consenso con disciplinamiento y diálogo con transacción coyuntural. El resultado es un Congreso convertido en ring de boxeo, donde cada proyecto del Ejecutivo se transforma en una pulseada a todo o nada. Ahora, en lugar de aceptar las reglas del juego parlamentario, el oficialismo insiste en confrontar con quienes no se alinean, como si el Congreso fuera un obstáculo y no un espacio de representación. En estos términos planteó el Presidente la campaña electoral que está en curso. Pero lo que está en juego en estos días no es sólo la aprobación de leyes, sino la salud de la democracia. Cuando un gobierno desprecia el rol del Congreso o lo somete a negociaciones de último minuto, transmite como mensaje que la construcción de consensos no forma parte de su proyecto. Y así, en el corto plazo arrancó algunos triunfos legislativos, pero en el largo plazo acumula desgaste y resentimiento político. La Argentina no necesita un gobierno que vea al Parlamento como un enemigo, sino uno que entienda que gobernar en minoría exige pragmatismo y capacidad de negociación. De lo contrario, lo que se anuncia como voluntad de cambio terminará siendo sólo la crónica de una impotencia repetida.
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