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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/10/2025 02:34
Juan Seguí y Carlos Cisneros llevan el tango queer por el mundo El espectáculo desata su hechizo antes siquiera de rozar las tablas. Un zapato de tango tradicional y un taco de mujer comparten el mismo bolso: la revolución queer del 2x4 se anuncia desde el vestuario, ese primer manifiesto del deseo que no pide permiso. En la penumbra de los camarines, Juan Seguí elige, siempre, cargar dos mundos: alterna la piel austera del líder con el temblor sutil del seguidor; balanza entre el masculino de Juan y el femenino de Akira, su alter ego reluciente y audaz. ¿Puede un solo cuerpo asumir tantas identidades sin fragmentarse? “Cuando llevo los dos zapatos en el bolso, llevo dos mundos conmigo”, expresó el titiritero de su deseo, antes de enfrentar una función más. “No es solo cambiar de vestuario, es habitar diferentes energías, diferentes formas de conectar con el otro cuerpo. El tango siempre fue eso: una conversación sin palabras”. No baila solo. Junto a Carlos Cisneros, partieron desde septiembre por los escenarios mayores de Europa: una gira de teatros y milongas que promete extenderse hasta noviembre. Su espectáculo no reconoce fronteras: fuego, látigos, cabaret y tango se entreveran sin pedir permiso, pero la huella viene de más atrás. Tango Queer, una propuesta que gira por Europa Desde Barcelona, ciudad donde se detienen y se piensan a sí mismos, vuelven sobre aquellos primeros pasos en una charla exclusiva con Teleshow. “Mi formación fue a partir del folclore argentino, después me pasé al tango y después empecé a ver que no era suficiente para poder explotar más mi parte artística”, recordó Carlos. “Entonces, empecé a estudiar un poco de jazz, un poco de clásico y actuación también. Y cuando fui avanzando, comenzó a interesarme el tango queer. Al principio fue muy chocante, no quería que me vieran bailando con hombres. Luego entendí que era una forma artística también de expresar y descubrí todo un ambiente y una movida”. A diferencia de su compañero, Juan destacó un desapego temprano por las normas: “De chico empecé a ser un poco más rebelde, en lo queer. Pasé de la gimnasia artística al tango escolar, y a los trece descubrí los musicales, los cabarets, los circos. Empecé a formarme en distintas disciplinas y a aceptar propuestas arriesgadas sin miedo. A los catorce hice trabajos de tango queer, bailé con chicos sin temor. Aunque el tango comenzó entre hombres, siempre es complejo: muchos señalan cuando se baila entre hombres o entre mujeres”. Nunca le pesó la necesidad de agradar ni el qué dirán: “Siempre me importó poco lo que digan los demás. Tuve apoyo familiar y de amigos, así que fui bastante rebelde. Fui a parar al mundo del cabaret, el burlesque, el circo, y ahora fusionamos todo eso. Lo queer es la base de nuestro espectáculo”. El dúo dios sus primeros pasos en el país para luego embarcarse en una gira por el exterior ¿Y cómo se recibe el tango queer en los circuitos tradicionales? Carlos lo narró sin nostalgia: “Empezó a hacerse fuerte para mí en Europa. En Argentina iba a eventos queer pero no me animaba a bailar con hombres. En 2022 o 2023, mi primer acercamiento real fue en Europa, bailando con un amigo en la plaza, a la gorra. Allí empecé a interesarme en ser follower, a entender que es complejo y una totalidad como artista aprender ambos roles, para dar clases y crecer artísticamente”. Juan trazó otra cartografía: “Mi primera milonga queer fue en la Marshall, una casa para mí, siempre me abrieron puertas en festivales. Yo era niño, bailaba con señoras el tango de salón o con hombres mayores para aprender del lenguaje corporal. Mis noches más felices fueron en milongas queer. En otras, cuesta bailar con hombres sin ser observado. Luego ya no me importó: bailaba con hombres en milongas tradicionales, buscaba espacios libres de prejuicios”. El proceso artístico y personal de alternar identidades, de desplazarse entre roles, perfila una coreografía íntima. Carlos lo explicó: “Fue muy interesante, porque los patrones sociales me limitaban. Alejándolos, crecí. Gracias a Juan, que me incluyó en el cabaret, el burlesque, el circo, mi parte artística creció. Hoy podemos llevar todo esto afuera de Buenos Aires: látigos, folclore, tango, mezclados con glamour y mugre cotidiana”. Llevas las expresiones artísticas más allá de los géneros es su premisa Juan apuntó hacia el público: “Es muy lindo ver la reacción de la gente que, con miedo o expectativa, termina aplaudiendo. Recibimos palabras positivas de colegas, expertos en tango, que nos felicitan incluso en ciudades extranjeras. Nada se compara con viajar llevando lo nuestro: el tango, lo queer, las dos cosas. Es emocionante mostrar este trabajo con Carlos por tantos lugares”. El miedo, esa sombra persistente, marcó los primeros intentos. Carlos no lo negó: “En las milongas argentinas sentía miedo, vergüenza. Mi primera charla con Juan fue sobre lo que podía pasar: ¿Y si la gente tira manzanas? ¿Y si arrojan agua? Pero luego en escena, la reacción fue positiva. Todo el temor solo estaba en mi cabeza. En Europa también imaginé ese miedo, pero el público nos abrazó. El tango queer me regaló momentos como estar en el show de Lali en su gira por España y bailar tango queer. Eso es una señal de que ‘vamos bien’”. Esa colaboración con Lali fue una bifurcación inesperada. Juan sonríe: “Una artista pop, con su género, logró incluir una pareja queer bailando tango. Nos vio público adolescente que quizá no conoce el tango. Muchos terminaron amándolo. Nos felicitaron todos: público, producción, compañeros. Esa es la gracia del tango, mostrarlo en todas sus versiones, con diferentes músicas, dos varones, chicos, chicas. Eso hacemos con Carlos, mostrar la fusión y divertirnos”. Seguí y Cisneros junto a Lali Espósito, con quien actuaron ¿Y el impacto que buscan? Juan no titubea: “Queremos que más gente se anime. Terminamos los shows y se acercan personas queriendo bailar, pero no se atreven al qué dirán. Creo que estamos abriendo una puerta para todos: más parejas queer, más drag bailando, más mujeres bailando juntas. Nos apasiona y nos divierte. Queremos que las generaciones abran su mente, que la gente grande vea que con el tango argentino se puede hacer arte en todos los aspectos”. Carlos coincide, casi agradecido: “El éxito actual responde al pedido del público. Aunque algunos organizadores no apuestan, confío en un futuro con más oportunidades para todos los bailarines de tango queer”. Detrás del fulgor queda la pregunta incómoda: ¿Por qué el tango es el único género popular con un movimiento queer propio, visible y resistente? La respuesta se esconde entre notas y pasos. La diferencia, evidente: no existe una salsa queer, ni cumbia, ni vals queer con la fuerza del tango. En Buenos Aires, el Festival de Tango Queer es marca registrada; en Nueva York, Roma, Hamburgo, Stuttgart, Montevideo, Moscú y San Petersburgo florecen milongas donde los roles siguen el deseo, no el género. Ningún otro ritmo latinoamericano replica esta magnitud. La pareja de bailarines junto con Cristian Manchego, el productor de la obra “El tango siempre fue transgresor”, explicó Cristian Manchego, productor peruano-argentino al frente de la gira. “Nació en los prostíbulos, en los márgenes. Los inmigrantes lo bailaban entre hombres antes de invitar a una mujer. Esa fluidez nunca desapareció, solo se ocultó”. ¿Hacen algo nuevo? No. Cisneros lo aclara: “No inventamos nada. Recuperamos la libertad de roles que el tango tenía antes de las normas fijas. Le devolvemos esa fluidez desde una propuesta escénica contemporánea, con elementos visuales que amplifican el abrazo”. Hoy, mientras Europa debate su identidad, dos bailarines argentinos caminan con un bolso de zapatos desiguales. Recuerdan al mundo que el tango fue siempre más complejo que la postal para turistas. Mucho antes de ser patrimonio, fue insurrección. Y esa insurrección, tras años de exilio, ocupa ahora y sin permiso el centro mismo de la pista.
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