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» Clarin
Fecha: 03/10/2025 06:41
El lunes, durante el anuncio del nuevo plan de paz para Oriente Medio, era sencillo adivinar en la trastienda de ese ambicioso proyecto la larga mano de las opulentas potencias árabes asociadas a nivel político, económico y personal con el presidente norteamericano. El acuerdo propone un complejo camino por el medio. Le brinda una victoria al líder israelí, Benjamín Netanyahu, pero no a su gobierno. Un triunfo por puntos. Se desarmaría la banda terrorista como pretende este polémico mandatario y las potencias árabes y liberan a la totalidad de los rehenes israelíes secuestrados en la masacre de hace dos años. Pero se fulmina la limpieza étnica que alentaban los socios integristas del Ejecutivo israelí, lo que se traduce en que no habrá anexión del territorio de Gaza y menos aún del de Cisjordania. Lo que suceda será con y para los habitantes del enclave. El plan propone, además, una noción borrosa pero existente de un eventual Estado Palestino que Netanyahu niega, pero está ahí confirmando una cuestión dinámica de esta crisis en el sentido de que el futuro de ese pueblo y su altura institucional no deja de colarse en cualquier modelo hacia adelante. Es el poder de la historia. Y es lo que demandan los significativos socios árabes de EE.UU. que aspiran a calmar la región para impulsar inversiones que involucran también al grupo Trump y a Israel. Pero, claro, en todo este armado que parecería auspicioso, está el líder israelí y está Hamas... La intervención de ese puñado de potencias regionales, con las cuales Trump dialogó en la ONU antes de encontrarse con Netanyahu, debe ser observada en dos dimensiones. Es posible medir su influencia concreta sobre el lado occidental en el extraordinario episodio en la Casa Blanca con el premier israelí obligado a un diálogo monitoreado por Trump para disculparse con Qatar por haber ordenado el bombardeo de la capital del emirato para intentar eliminar a dirigentes de Hamas. Una acción de la cual el líder israelí ha venido vanagloriándose de modo desafiante hasta que el pragmatismo del lunes lo obligó a un humillante retroceso. Es claro quién había reclamado este gesto para pasar página. Trump se ocupó de exhibirlo de un modo hasta grotesco con decenas de fotos de Netanyahu sentado contrito hablando con su par qatarí. Esa acción, más las concesiones que incluye el pacto, lo convirtió en “un Chamberlain negociando con Hitler”, según el brutal reproche de su ministro de Finanzas, el ultranacionalista, Bezalel Smotrich, quien le había impuesto una diversidad de líneas rojas a cualquier acuerdo. El temor de ese sector extremo por el destino de las conversaciones del líder israelí con Trump y la posible pérdida de sus ambiciones colonialistas, alcanzó niveles tales que envió una delegación para intentar mantener bajo control al premier. De modo que para esmerilar el impacto de la nueva propuesta de paz, Netanyahu sin consultas previas a todos los participantes, modificó parte de lo que el enviado especial de la Casa Blanca, Steven Wiltkoff y el propio yerno del magnate, Jared Kushner, --detalle de pie de página, todos empresarios inmobiliarios y de la construcción como el propio mandatario norteamericano-- habían acordado con aquellos aliados. No se sabe hasta qué punto lo supo o lo permitió el imprevisible Trump. Esos cambios revelados por el portal Axios dispararon la furia de estos socios cruciales y se llenó el ambiente otra vez de una intensa nube de desconfianza. Del lado de Hamas, un grupo minoritario, reaccionario y alucinado, incrustado en el universo palestino, las cosas son aún más complejas. El plan propone que el mandato arrebatado a la fuerza a la conducción palestina por esta banda en Gaza sea reemplazado por un “comité palestino tecnocrático y apolítico”, ése es el nombre oficial con ese dato de nacionalidad. Funcionaría supervisado por una “Junta de Paz” presidida simbólicamente por Trump y con coordinación directa del ex premier británico Tony Blair, a modo de virrey . Palestinos desplazados que huyen de la ciudad de Gaza ayudan a una mujer en silla de ruedas mientras se dirigen al sur, siguiendo una orden de evacuación israelí, en medio de una operación militar israelí. Foto Reuters Los "dos" Hamas Los miembros del grupo terrorista que se comprometan a una “coexistencia pacífica y a desarmar sus armas” recibirían amnistía. Otros combatientes que deseen abandonar Gaza recibirían un salvoconducto para el exilio. La banda, que está muy reducida, hace tiempo ya que acepta que no participará en ninguna futura conducción del enclave. Pero hay un problema respecto de esta organización: carece de una jefatura clara, está muy dañada tras dos años de guerra y también se ha esfumado en gran medida el padrinazgo iraní. Esos déficit explican el amontonamiento desordenado de definiciones contradictorias a la prensa de fuentes internas que tanto rechazaban unos como aceptaban otros negociar el acuerdo dándole una primera luz verde. Qatar junto a Turquía y Egipto están intermediando para salvar el pacto con el argumento consistente de que una decisión en contrario por parte de la organización articularía con la estrategia de los ultranacionalistas del Ejecutivo israelí. A ellos responsabilizan de la destrucción territorial, la masacre de la población y la intención de dividirse el control del enclave con EE.UU, sin sus habitantes, para integrarlo al mapa israelí. Ese destino promovió que el Ejecutivo palestino de Ramallah saliera rápidamente a sostener el acuerdo hasta con elogios a Trump, gesto además justificado porque en ese papel se incluye a esa Autoridad en el futuro organizativo de la región, al margen de que Netanyahu, por las cuestiones domésticas señaladas más arriba, niegue semejante condición. Pero el Hamas que negocia en Qatar no es el mismo Hamas que retiene cuotas de poder en Gaza. Si aquellos están dispuestos a avanzar y plantean definir puntos que ciertamente deben ser aclarados, como el calendario de la salida de las tropas israelíes y garantías de que Israel no reanudará la guerra como sucedió intempestivamente en marzo pasado, del otro lado no hay señales positivas. El Hamas de Gaza multiplica las objeciones, no necesariamente le debe obediencia a los que negocian en su nombre y, lo que es peor, son eso los que retienen a los cautivos tomados en el sangriento asalto del 7 de octubre. Este diseño vuelve a un punto de partida diferente al que alentaba la propuesta, con el destino del conflicto en manos de visiones extremas en ambas veredas. Video Flotilla a Gaza: Israel intercepta barcos con ayuda y surge el debate sobre su legalidad Este plan que arrancó de modo esperanzador copia la propuesta franco-saudita de julio pasado con sus principales basamentos extraídos de la iniciativa para cerrar el conflicto que Joe Biden, aún presidente, promovió en mayo de 2024. La iniciativa impulsaba un alto el fuego gradual que desencadenara el fin de la guerra, con el efecto de romper el aislamiento internacional de Israel y avanzar en la cuestión nacional palestina desamparando ideológicamente a Irán. Política pura. Fue, también, el umbral del pacto de principios de este año que tomó la recién llegada administración de Trump y permitió la liberación de una treintena de cautivos, pero zozobró cuando Israel debía cumplir la segunda etapa que era, justamente, finalizar una guerra que tiene muchos más propósitos que los que se declaran y admiten. El ex premier Yitzhak Rabin, una de las mentes más lúcidas y con visión de futuro de Israel, sostenía que los palestinos “no fueron en el pasado ni en el presente una amenaza existencial para Israel”. Este ex general, que llegó a comandar las FF.AA. afirmaba que “solo hay una solución radical para santificar la vida humana. No blindaje, ni tanques, ni aviones, ni fortificaciones de hormigón. La única solución radical es la paz y esa solución sólo puede ser política”. El verdadero punto de partida.
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