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  • Inteligencia artificial, salud y un mundo longevo

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 02/10/2025 02:54

    La inteligencia artificial, con sus avances, genera un nuevo escenario dentro del crecimiento demográfico (Imagen ilustrativa Infobae) La proporción de personas que vivirán más allá de los 60 años no deja de aumentar. En Argentina, el 15,7% de las personas tiene 60 o más años, contra solo el 2% en 1914. A su vez, aumentan quienes llegan a los 85 e incluso los superarán por mucho. Y si bien estos números aún no son comparables a los que se leen en países desarrollados, igual podemos afirmar que nuestro país encara el doble proceso de vidas longevas en un contexto de envejecimiento poblacional. Esta realidad tiene tres aristas importantes. Por un lado, los argentinos, cada vez más, pueden aspirar a una vida longeva. Aquí la cuestión central es la salud y el bienestar. En segundo lugar, el envejecimiento poblacional. Esto significa muchas personas mayores sin hijos o nietos. En la Argentina, cada dos personas menores de 15 años hay una de más de 65; luego, no existe manera física alguna de que, en el futuro próximo, la población activa sustente las necesidades de salud y sostenimiento del consumo de la “pasiva”. Entra entonces en una fenomenal crisis todo el sistema de jubilaciones y financiamiento de la salud. Finalmente, las desigualdades. En nuestro país, igual que en todos los estudios internacionales, la longevidad es común en los sectores con mayor nivel educativo o condición social más alta, pero se hace más infrecuente conforme avanzamos en los más postergados. Consecuentemente, comienza a abrirse una grieta social superpuesta a la generacional. El abordaje de estos problemas es usualmente múltiple y extremadamente espinoso. Pero aparece la inteligencia artificial como un nuevo factor que arroja luces y sombras sobre la convulsión social que ya desataba este inédito cambio demográfico. IA y envejecimiento poblacional Se denomina envejecimiento poblacional al aumento del número de personas mayores en relación con los más jóvenes. Toda la arquitectura del seguro social, jubilaciones y salud, se basa en los aportes de la población joven trabajadora para conformar un seguro que será usufructuado por quienes abandonan el grupo activo debido a enfermedad y/o retiro por edad. En nuestro país, el 94% de los mayores de 64 años posee PAMI u otra cobertura médica solidaria (obra social o prepaga), y 90% percibe alguna jubilación o pensión. Con el envejecimiento poblacional, este andamiaje del seguro social se desploma. La IA tiene aquí un efecto paradójico. La IA parece que tendrá un fuerte impacto sobre el empleo de tipo ilustrado, especialmente entre quienes comienzan su vida laboral. Algunos esperan mermas significativas, lanzando a grandes masas de jóvenes al cuentapropismo, eventualmente con niveles salariales menores. Este efecto podría agravar la crisis de la seguridad social, reduciendo la masa de aportes. Por el otro lado, aplicada a la epidemiología, los modelos predictivos podrían hacernos ahorrar muchísimo dinero identificando grupos de riesgo donde aplicar medidas preventivas. Asimismo, la IA asociada a dispositivos de distinto tipo podría extender la vida laboral de las personas mediante el diseño de asistentes que hagan que ciertas discapacidades o disminuciones de la funcionalidad asociadas a enfermedad o al envejecimiento del cuerpo sean cosas del pasado. La paradoja, entonces, es que menos empleo joven reduciría los aportes a la seguridad social, mientras que mayor inclusión laboral “senior”, podría aumentarlos. Como puede verse, el resultado neto sobre la supervivencia del seguro social es incierto. De todos modos, de algo no caben dudas: sin innovación tecnológica, es el propio cambio demográfico el que ha herido de muerte al Estado de Bienestar. Luego, es indispensable aplicar las tecnologías adecuadas para devolverle su vitalidad. IA y longevidad El ser humano puede aspirar a vivir más allá de los 80 o 90 años, superando por mucho su edad reproductiva, que concluye en torno a los 40. Esto es casi único en la naturaleza. Y esta longevidad, es decir, la convivencia de una vida autónoma junto a un cuerpo que acusa el paso de los años, es posible exclusivamente gracias a la cultura y la tecnología. Es la civilización, y especialmente la civilización urbana, la que ha hecho posible la longevidad saludable a que todos aspiramos. Estamos acostumbrados a incorporar en este debate la promoción de la actividad física, la buena nutrición, una vida social activa, los desafíos intelectuales, y el acceso a la atención médica de calidad. Pero la IA introduce una verdadera revolución: dispositivos de detección precoz del infarto, el cáncer, o el ACV; nuevos tratamientos; algoritmos de imagenología médica para la detección de cáncer de pulmón o mama en estadios iniciales; modelos de predicción de caídas en adultos mayores; herramientas de telemedicina con IA conversacional; programas de rehabilitación guiados por IA; dispositivos para volver los hogares más seguros frente a potenciales caídas y accidentes, todos potencialmente graves en un cuerpo de 70 u 80 años. Son todas innovaciones que proliferan a tasas exponenciales. La salud será más accesible y efectiva para resolver problemas que van desde la disminución de la agudeza visual o la audición hasta el debilitamiento musculoesquelético o la reducción de la memoria o el sentido del equilibrio. Estos beneficios requerirán, eso sí, una organización social diseñada para transformar las promesas de la tecnología, en realidades efectivas. IA y desigualdades Llegamos entonces al punto crítico de la reflexión: la cuestión de las desigualdades. Una vida puede ser diez años más corta por el simple hecho de transcurrir en la precariedad y la pobreza. Paralelamente, si amplios sectores de nuestra comunidad están excluidos del mundo del trabajo, se vuelve imposible cualquier arquitectura de seguro social. Esto nos cerrará a la incorporación de las herramientas de IA a la escala requerida. Entonces, comenzaremos a descubrir amargamente el potencial profundamente perturbador de una tecnología que, a la vista de todos los expertos, aumentará la brecha tecnológica entre países y sectores sociales, lo que agudizará el conflicto social. Mayor conflicto será una amenaza a la paz, y en este contexto no habrá bienestar para nadie, ricos o pobres por igual. Necesitamos entonces una estrategia nacional en IA, regulaciones para garantizar el acceso equitativo a esta tecnología, y una política de amplios programas de capacitación. La longevidad saludable nos desafía a incorporar nuevas tecnologías, pero a hacerlo con equidad. Solo en ese caso, la IA será una herramienta tan útil como peligrosa si la dejamos librada a los solos intereses comerciales. Entonces, inevitablemente, acrecentará los vicios propios de las comunidades sin solidaridad.

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