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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 01/10/2025 14:37
Milei en el último acto partidario en Tierra del Fuego “Está escupiendo al cielo y le está cayendo en la cara… Hay un porcentaje muy importante que rechaza todo, alrededor del 60 %. La gente se cansó de todo.” La frase de Jaime Durán Barba, estratega y teórico de la comunicación política, sobre un discurso de Javier Milei, sintetiza el clima: una política con prestigio deteriorado, una sociedad incrédula y dirigentes incapaces de transmitir confianza. Milei había logrado lo que parecía imposible: conectar con una sociedad herida y frustrada, ignorada por la dirigencia tradicional. Supo interpretar la bronca y la convirtió en un relato disruptivo. Pero las luces del poder lo encandilaron. Dejó de escuchar a quienes lo asesoraban y se lanzó al tobogán de una crisis múltiple —económica, política y comunicacional— que es, sobre todo, emocional y aún no encuentra piso. La derrota en la Provincia de Buenos Aires fue un punto de inflexión. Desde entonces, la economía muestra síntomas de fatiga: dólar en alza, bonos en baja y mercados en alerta. A la fragilidad económica se suma la falta de empatía social y la improvisación discursiva, lo que acelera el desgaste del oficialismo. En este escenario, la recomposición de imagen ya no depende solo de lo interno. La semana pasada, Bessent y Donald Trump anunciaron su apoyo a Milei y la compra de deuda soberana argentina. El gesto no fue solo financiero: también fue geopolítico. Washington entendió que la debilidad argentina podía transformarse en oportunidad. Con un Milei necesitado de respaldo, Estados Unidos aprovecha la coyuntura para reforzar su influencia en el Cono Sur y contener el avance de China a través de Brasil. Así, mientras Milei busca oxígeno reputacional en Washington, EE.UU. utiliza esa dependencia como jugada estratégica. Javier Milei junto a Scott Bessent Pero en el plano local, la política recurre a otros atajos. Con el crédito social agotado y sin vínculo emocional con la gente, las fuerzas tradicionales buscan prestarse de audiencias ajenas. Por eso las listas de 2025 parecen más un casting que una propuesta de gobierno: Larry de Clay, Jorge Porcel Jr., el Turco García, Karen Reichardt, Virginia Gallardo. El recurso no es nuevo. Italia tuvo a Beppe Grillo, Ucrania a Zelensky, Estados Unidos a Trump. Cuando la política pierde legitimidad, el espectáculo ocupa su lugar. La diferencia es que en la Argentina la copia resulta un copyright barato, donde lo que se imita es la forma pero no la sustancia. El contraste es evidente. Gallardo, con más de tres millones de seguidores en Instagram, supera a expresidentes e intendentes en ejercicio. El pastor Dante Gebel, que dejó trascender su interés político, llena estadios y acumula millones de vistas en YouTube. Donde los partidos no generan credibilidad, otros ofrecen comunidad, pertenencia y emoción. El votante ya no revisa programas ni compara trayectorias: sigue cuentas, replica virales y se deja llevar por emociones. El problema es que este nuevo modo de hacer política reduce la agenda. Lo importante ya no es planificar, sino instalar un tema que dure unas horas. Se gobierna como se comunica: con golpes de efecto. Y cuando la realidad contradice el relato, la frustración crece. La Argentina ya conoció una política con estética de show. Durante el menemismo, el poder convivía con la farándula, pero detrás había oficio, operadores experimentados y pactos de envergadura como el de Olivos entre Menem y Alfonsín. Hoy, en cambio, lo que predomina es la improvisación. Como dice Tomás Rebord, “este gobierno es menemismo linyera”. ¿Cómo recuperar confianza en medio de este vacío? La respuesta no está en sumar celebridades, sino en reconstruir credibilidad. Hace falta comunicación clara, voceros respetados, instancias de escucha auténtica y, sobre todo, hechos concretos que respalden el discurso. Y quizá lo más importante: volver a lo esencial, a los valores, tradiciones y una moral compartida que devuelva sentido de pertenencia y seguridad emocional para proyectar futuro. Angela Merkel Hay ejemplos de que es posible. Tras la crisis de 2008, Angela Merkel sostuvo la confianza en Alemania con previsibilidad y orden. En Chile, el proceso constituyente buscó recomponer legitimidad tras el estallido social. En Brasil, Lula da Silva reconstruyó confianza después de un derrumbe institucional. En su última victoria habló de “mudança” —el cambio— y celebró que “la esperanza venció al miedo”. Hoy, con una aprobación del 46 %, demuestra que la conexión social y emocional puede recomponer reputación política. Mario Vargas Llosa lo advirtió: “Cuando la política se convierte en espectáculo, la democracia está en peligro”. Y Jesús lo había dicho antes: “Por sus frutos los conocerán” (Mateo 7:16). La pregunta es inevitable: ¿Qué frutos puede dar una política que se disfraza de show mientras el país se hunde en la desconfianza y la crisis?
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