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» Diario Cordoba
Fecha: 01/10/2025 08:44
Occidente crece, pero el bienestar escasea. No podemos decir que disfrutemos del bienestar tal como lo tenemos concebido. La OCDE anuncia cifras halagüeñas, pero la vida cotidiana desmiente esos datos: salarios que no alcanzan, ansiedad creciente, precariedad que se naturaliza. Este es el signo de una era que podemos llamar la sociedad del posbienestar, donde el progreso económico ya no se traduce en una vida digna ni en felicidad compartida. Hannah Arendt nos advertía sobre la pérdida del espacio público y la atomización social, un fenómeno que vemos hoy en el individualismo radicalizado que domina las sociedades occidentales. Byung-Chul Han, en su «sociedad del rendimiento», describe cómo el sujeto ya no es disciplinado desde afuera sino que se autoexige, hasta agotarse, encarnando una forma sutil de autoexplotación. La consecuencia es una vida donde el ser queda subordinado al hacer, y el tiempo se vuelve una tiranía. Esta lógica afecta también la idea de bienestar. Aristóteles enseñaba que la felicidad (eudaimonía) es la realización plena del ser, que implica comunidad y virtud, no solo placer o riqueza. En contraste, el bienestar actual se mide con indicadores económicos fríos: PIB, consumo, producción. Hemos perdido el horizonte del telos -el fin último- y nos atrapamos en la incesante producción y consumo que Guy Debord llamó la «sociedad del espectáculo», donde la imagen y la cifra reemplazan el sentido real. La «sociedad del posbienestar» muestra así un crecimiento sin finalidad ética clara. Martin Heidegger señalaba que el ser humano está llamado a habitar el mundo con autenticidad, y esa autenticidad se destruye cuando se vive en función del rendimiento sin detenerse a pensar en el para qué. En nuestra época, la vida se fragmenta, la comunidad se deshace, y la esperanza se convierte en una promesa incierta. Por eso, no basta con crecer. La economía debe subordinarse a una ética del cuidado, como proponía Joan Tronto, que recupere la dimensión humana de la vida y el valor del tiempo compartido. La política y la filosofía deben reencontrar el sentido perdido, para que el bienestar vuelva a ser una vida buena, plena y común. La sociedad del posbienestar es una advertencia: el progreso sin sentido es vacío. Debemos aceptar el consejo como si nos lo diera nuestro padre. Crecer es necesario, pero más necesario aún es saber hacia dónde. *Profesor de Filosofía
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