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» Diario Cordoba
Fecha: 30/09/2025 00:32
No sé si los avances tecnológicos se están orientando hacia la idea de ahorrarnos tiempo o de aumentar nuestra productividad, que no es lo mismo. En cualquier caso, no creo que se trabaje menos; si ese es el fin, habría que rediseñar el operativo. En cuanto a la productividad, quizá hacemos más cosas de forma simultánea, pero la calidad del resultado se ve mermada. El ejemplo más claro es el de los teléfonos móviles, aparatos gracias a los que tenemos el mundo al alcance de nuestras manos y que, al mismo tiempo, nos neutralizan más que el opio. Basta darse un paseo para constatar nuestra conversión en zombis. A veces releo libros que me conducen a preguntas atemporales: ¿qué hago aquí?, ¿estoy perdiendo el tiempo?, ¿el progreso es una trampa? He vuelto a Delibes y, en consecuencia, a pensar en la muerte y en el paso del tiempo (te despistas con este hombre y te complica la siesta). Esto, en lugar de abatirme, me espoleó: decidí hacer algo que me convenciese de estar aprovechando mis días, que no es lo mismo que ser productivo. Entonces le propuse a mi padre un proyecto. Aprovechando su jubilación y mis descansos, una vez al mes, haríamos un viaje de un día; saldríamos por la mañana y volveríamos por la tarde; no tendríamos que organizar nada, tan solo coger el coche e irnos donde nos apeteciese. Nuestro primer destino fue Sanlúcar de Barrameda. Desayunamos en el Apolo XV, en la carretera de Sevilla. Los camareros eran vivos y eficientes; había políticos y camioneros. A mi padre le sedujo la zurrapa de la barra; yo opté por el jamón; el mollete de allí es conocido o debería serlo, justifica la parada. Salimos sacudiendo las piernas. Ya en Sanlúcar, nos fuimos directos a Casa Balbino. Como era pronto y quedaban pocos turistas, no tuvimos que hacer cola para entrar; la vida ociosa e improductiva, paradójicamente, tiene algunas ventajas. Allí pedimos unas tortillitas de camarones que tenían más camarones que masa, un desconcierto total, y dos cañas. Mi padre sugirió que la segunda ronda fuese de manzanilla: tuve que darle la razón. Después comimos en Casa Bigote, donde nos dejamos llevar: corvina, atún, ¡en fin! Y, para terminar, un paseo por Bajo de Guía. Ya de vuelta, mi padre improvisó: «¿Parador de Carmona?». Me tuve que reír. Aquello fue la guinda. El único pero del viaje fue el tener que controlar la bebida. Sanlúcar es para explayarse. Aún no hemos elegido nuestro próximo destino, pero el proyecto está cumpliendo con las expectativas de la empresa: la última sensación que tuvimos fue la de estar perdiendo el tiempo. *Escritor
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