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  • Fortín cué del norte Campo Cabral

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 28/09/2025 12:40

    Llamé a mi amigo de años para conversar un rato con él. En el curso de la conversación me narró que en un campo en General Paz Corrientes, zona de la ciudad de Caá Catí tenía un campo denominado Antiguo (cué) Cabral. Me expresó: -Lo vendí porque estaba cansado de sacar ocupas, aventureros que buscaban no sé qué. Te puedo afirmar que debajo de un bosquecillo se observan llamaradas, allí van a parar los expedicionarios en busca de tesoros-. Respondí: -Vos no intentaste buscarlo, como curiosidad al menos-. Inmediatamente salió un: -No, mi madre me advirtió lo que hay allí, no es bueno, que me olvidara, lo cumplí estrictamente, no permití que nadie de mi familia se aventurara en esas búsquedas, mi madre era una mujer sabia. Pasaron unos días volvimos a comunicarnos, hablamos de la educación, de nuestras experiencias, los vaivenes de la vida y hermosos recuerdos de amigos que están en el otro barrio. De pronto me espetó: -soñé con mi mamá o no sé, me apareció una noche, se la veía feliz y desde el fondo del espacio con una voz melodiosa expresó: -hijo hiciste bien en desprenderte de esa tierra, está muy regada de sangre, en vida no quise decirte pero es la historia de tragedias y asesinatos-. Hizo una pausa, agregó: -en ese lugar después de Vences Rincón en 1847 muchos pobres hombres fueron ejecutados, degollados sin piedad, previamente despojados de todo lo que llevaban, sus cuerpos desnudos fueron arrojados a un pozo común por orden de un oficial que llegó tarde para evitar esa matanza, fue el que por tradición oral transmitió el desgraciado incidente, modo en que me enteré-. Mi amigo continuó narrando: -yo no sé si estaba despierto o soñando hasta que mi madre me acarició la cabeza, me di cuenta que estaba perfectamente despierto sentado en la cama, mi esposa alarmada trababa de calmarme, pues temblaba de emoción, me palmeaba la espalda, creyendo que me enloquecí. Para darme fuerzas opinó: -escuché en silenció y te envidié que te aparezca tu madre, te dé una caricia, es un regalo demasiado grande para un mortal. Agregó: -eres un privilegiado, me alegro por ti-. Sin darme tiempo a decir nada me informó. Los nuevos dueños ni lerdos ni perezosos fueron al montecillo, con una topadora y otras herramientas, desmalezaron el lugar, arrancando árboles y arbustos, para su sorpresa sólo encontraron huesos humanos de más de cien difuntos, todos con rastros de violencia en los huesos, fruto de la tortura anterior a la muerte o quizá una defensa heroica, o producidos en el combate que libraron, no lo sabremos nunca. “En ese lugar después de Vences Rincón en 1847 muchos pobres hombres fueron ejecutados, degollados sin piedad, previamente despojados de todo lo que llevaban, sus cuerpos desnudos fueron arrojados a un pozo común por orden de un oficial”. Volvieron a tapar el lugar sin dejar marca ni señal alguna de respeto a lo que en realidad era un camposanto de emergencia, cementerio o como se llame. Curioso pregunté; -y qué sigue?- Él pegó una carcajada larga que me hizo reír a mí por contagio. Mirá narró: -tuvieron que llamar al cura del lugar, plantaron árboles sobre la fosa, hicieron misas, una curandera exorcizó el lugar. Hoy luce el verdor de nuevos retoños de árboles y una hermosa Cruz de madera con un cerco de alambre. No es para menos desde que expusieron los huesos a la luz turbando la paz en que descansaban, recibían la visita de espectros furiosos que sobrevolaban por la casa, lanzaban sollozos, gemidos, alaridos, algunos se corporizaban a medias amenazando con la mano, un escenario de terror. Perdieron la paz del campo y ganaron en sustos y miedos. Vaya, contesté. Qué lección no? -Así es- continuó diciendo mi amigo, -lo gracioso es que nunca estos arqueólogos de tesoros observaron que en el otro extremo del campo, allí se alza un viejo timbó en el que al atardecer aparece un perro blanco dando vueltas por el lugar, dicen que es el indicador de un tesoro, yo por orden de mi madre nunca me aventuré a nada-. Nos despedimos con cordialidad como siempre. Los muertos obtuvieron su reconocimiento y volvieron a la paz, lanzando luces como siempre lo hicieron en su paraíso vegetal, el tesoro sigue custodiado por el perro blanco, uno de los elementos que generalmente los sabios toman en cuenta para ubicar los entierros, pero advierten que suele ser más bravo y vengativo que los otros custodios.

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