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Concordia » El Heraldo
Fecha: 27/09/2025 07:23
El bullying, traducido como, “tomar de punto” o acoso (termino también cuestionado por connotar significaciones delictivas, cuando se trata de problemas de convivencia), se definió como un maltrato, continuado, sostenido, sistemático entre pares escolares, en los que unos agreden, física y/o psicológicamente, se burlan y humillan a otros, ante la mirada aprobatoria, indiferente o reprobatoria del público constituido por otros alumnos. Según Ana Campelo (en su libro “bullying y criminalización de la infancia”) este fenómeno se da con más frecuencia entre los 12 y los 15 años en el aula, contrariamente a la idea de que sucede en los recreos. La edad remite a la pregunta por la búsqueda de sí mismo y de la identidad que atraviesa a los púberes (¿Quién soy?), por la que Campelo lo considera en gran parte como una búsqueda fallida de reconocimiento, es decir encontrar una identidad sintiéndose fuerte, vivo, líder, por eso la celebración del público adolescente es fundamental, y por eso se realiza en el aula, puesto que se apunta a la mirada del otro. Las consecuencias pueden ser devastadoras y con secuelas traumáticas persistentes. La respuesta violenta como el caso de Carmen de Patagones o la depresión y las conductas autodestructivas son también sus consecuencias probables. Por esas razones es importante que las escuelas aborden políticas contra el bullying. Que la comunidad educativa lo haga. En el 2013 se promulgó la ley de promoción de la convivencia y del abordaje de la conflictividad social en las instituciones educativas, conocidas como ley antibullying, que tuvo, por las observaciones que he realizado en el campo escolar, escasas aplicaciones. Es necesario reconocer el bullying como parte de la violencia institucional y de la violencia social. Las instituciones educativas pueden promover la violencia o el dialogo, la intemperancia o la tolerancia y el respeto al otro, enseñar a tramitar las diferencias como un aspecto enriquecedor en las relaciones con los semejantes, o como expresión de la discriminación y el odio, del machismo y la homofobia o de la igualdad de género y el respeto irrestricto a la diversidad, pueden enseñar vínculos humanos o discriminatorios. La sociedad, por su parte, altamente competitiva define la adaptación por la supervivencia del más fuerte, Darwinismo social que se replica en el bullying. Esas estructuras de la vida adulta se traducen en las distintas formas de violencia cotidiana, incluido el maltrato y el tomar de punto al otro. La escuela debe tomar el desafío de intervenir contra el bullying, hacerse cargo, porque la irresponsabilidad o la indiferencia es complicidad, no importa si esta violencia se produce intramuros o fuera de la escuela. Es necesario realizar un análisis de la violencia social, de sus orígenes y mecanismos, hoy más cuando las autoridades políticas la ejercen de un modo brutal y el Poder Judicial la habilita con su ausencia. Es la ley, la ley de las relaciones interhumanas, las que tienen como base ética el imperativo Kantiano de no hacer al otro lo mismo que no quieres que te hagan, de no lastimar, de no dañar, la que debe encarnar la escuela para evitar las encerronas trágicas del bullyng y la violencia, hacerse cargo y poner en palabras el conflicto para resolverlo, porque es crucial entender que la elección del diálogo o la violencia es crucial en la elección del destino de una sociedad. . Para eso es necesario abordar la complejidad del tema. Convocar a los chicos, interpelar las causas del maltrato, sancionar como inaceptable la violencia, hacer comprender el dolor que produce en un semejante, convocar por separados a los padres, trabajar el origen y las causas del bullying, asumir una actitud de comprensión más que de castigo, aunque las sanciones ofrecidas como modo de reparación del daño pueden ser una herramienta más(en el castigo el fin es producir dolor, las sanciones tienen un sentido educativo, recomiendo, sobre todo a los docentes, la lectura del libro de Ana Campelo “bullying y la criminalización de la infancia” Noveduc). Y también involucrar a los padres. Lo vengo haciendo en mis intervenciones en las escuelas. Los padres primero se sorprenden, creen que es cosa de chicos, nimiedades, o que le toca a la escuela resolverlo, pero enseguida comienzan a vislumbrar su responsabilidad en el fenómeno, en tanto transmisores de valores o disvalores, en tanto lugar desde donde el niño podrá apreciar y rechazar el daño que ocasiona, identificándose éticamente al dolor del otro, sin tiendo el sufrimiento del otro como propio, generando empatía, suprimiendo así sus comportamientos violentos. En las escuelas en las que he trabajado con grupos de reflexión para padres, la disminución de la violencia ha sido notable. Ads Ads
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