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  • La partida de La Incontrollabile

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    Fecha: 26/09/2025 07:46

    Por Luis R. Carranza Torres Su vida, como su rostro, fue un cruce de culturas. De padres sicilianos, nació en Túnez. Su voz, marcada por una crianza francófona y el dialecto siciliano, debió ser doblada en sus primeros trabajos, pero su presencia bastó para conquistar el cine italiano. Claudia Cardinale, ícono del cine europeo. Dueña de una carrera que abarcó más de seis décadas, dejó una marca indeleble en la historia del cine por su talento, carisma y espíritu indomable. De joven, se consideraba a sí misma “fea” y no tenía interés en la actuación. De hecho, su gran carrera en el cine comenzó de forma casual: En 1957, ganó un concurso de belleza en su ciudad natal, lo que le permitió viajar al Festival de Cine de Venecia, que le abrió las puertas a la actuación. Su debut en el cine fue con un papel secundario en 1958. Participó en más de 140 películas a lo largo de más de seis décadas de actuación, en una profusión de papeles: estuvo presente en filmes como el El Gatopardo u Ocho y medio para dar a continuación el salto a Hollywood, donde trabajó con John Wayne, Rita Hayworth y Rock Hudson, entre otros importantes actores de la época. Sin embargo, rechazó un contrato para mudarse a “la Meca del Cine” de forma permanente, por considerarse a sí misma una actriz “europea”. Prueba de su ductilidad como actriz fue uno de sus papeles más desapercibidos, como Aïcha, una joven árabe revolucionaria durante la independencia argelina en la película Lost command, que en España se llamó Mando perdido y en Argentina, Talla de valientes. Un filme estadounidense de 1966 dirigido por Mark Robson sobre la base de las novelas Los Centuriones y Los Pretorianos, de Jean Lartéguy. Allí compartió cartel con gigantes del cine como Anthony Quinn, Alain Delon, George Segal y Michèle Morgan. Musa de diversos directores europeos, trabajó con los dos más grandes del cine italiano: Luchino Visconti y Federico Fellini. En una entrevista, ella dio su punto de vista respecto de las diferencias en los sets de rodaje que presidían: Con Fellini, en Ocho y medio, el set era un “circo” lleno de ruido, gritos y gente que hablaba por teléfono. No podía crear en silencio, todo era improvisación y era una experiencia “lúdica” y caótica. Visconti era lo contrario. En El Gatopardo, el set era muy serio, al estilo de una obra de teatro, y no se podía decir una palabra. Obsesivo con los detalles, le pidió que llevara un pañuelo bordado de la época, aunque nunca se vería en pantalla. Tanta era su presencia en el mundo del espectáculo, que a veces era referida simplemente por sus iniciales, “CC”, un signo de su estatus icónico que solo grandes estrellas como Brigitte Bardot (BB) o Marilyn Monroe (MM) tuvieron. “La Bella de Túnez” era otro de sus apodos, que se refería a su origen y a su belleza exótica. Sin embargo, el más usado, por justos motivos, fueron la Incontrollabile (en italiano) o “la Indomable” en castellano, por su personalidad fuerte, independiente y a su negativa a ser encasillada o controlada, especialmente por los estudios. Carácter, energía y un espíritu libre fueron un sello de personalidad, en un ámbito en que eran preferidas las actrices más “dulces” o dóciles. Algo por lo que ella siempre pasó de largo. Recibió importantes reconocimientos a lo largo de su carrera, incluyendo el León de Oro en Venecia (1993) y el Oso de Oro en Berlín (2002). A pesar de su éxito, mantuvo siempre una postura de “mujer normal”, sin choferes ni guardaespaldas, y aseguró que le gustaba pasear sola. Tampoco tuvo problemas con envejecer, dentro y fuera de la pantalla. Jamás quiso hacerse una cirugía estética. “El rostro de una mujer debe estar acuñado por su propia historia”, dijo alguna vez. Su vida no estuvo exenta de momentos por demás difíciles. Fue víctima de una violación a los 17 años en Túnez. De esa agresión nació su hijo, Patrick, a quien durante muchos años presentó públicamente como su hermano menor para evitar el escándalo y proteger su carrera, que estaba despegando en ese momento. Su primer productor y luego esposo, Franco Cristaldi, manejó su carrera de forma muy controladora, en un momento en que el tema del abuso era tabú. Se firmó un contrato que, de acuerdo con ella, le daba injerencia y voz cantante en cada aspecto de su vida para mantener el secreto y la imagen pública de la “virgen” del cine italiano. Más tarde, tras separarse de su influyente marido y productor, sufrió represalias dentro de la industria italiana y fue excluida de varios proyectos. Nada de eso la amilanó. Siguió adelante y dejó una marca indeleble en la historia del cine por su talento, carisma y espíritu indomable. Algo que también hizo por fuera de las pantallas. Como cuando, el 6 de mayo de 1967, asistió a una audiencia con el papa Pablo VI en San Pedro, de riguroso negro y mantilla al tono, tal como marcaba el protocolo, pero rompiendo con todas las reglas al ir con minifalda, como una forma de libertad y modernidad. Un desafío al estricto código de vestimenta del Vaticano, que en ese momento exigía cubrir hombros y rodillas. Murió en Francia, acompañada por sus hijos, el pasado martes 23. Laurent Savry, su representante, confirmó la noticia y afirmó en un comunicado a la prensa: “Nos deja el legado de una mujer libre e inspiradora, tanto en lo artístico como en lo personal”. Por algo Claudia expresó en alguna ocasión: “Siempre he querido demostrar que la mujer es más fuerte”. Y vaya si lo logró.

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