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Parana » Ahora
Fecha: 24/09/2025 02:08
“El tiempo que no pasa es tiempo impávido, mi tiempo favorito, una palabra que no tiene acento.” Arnaldo Calveyra, El cuaderno griego Estancarse en el detalle Una especie de estancamiento, una pose de pescador en pausa permanente, pienso en una tanza sujetando al verso y en un anzuelo sosteniendo la mirada, pienso en la poesía tironeándome, en el cuerpo sin lograr escapar aunque de a ratos se frunza en coletazos. Hay un mediomundo que me engancha en sus redes y es el poema. Alicia Genovese sostiene que hay en el discurso poético una inactualidad, una huída de las exigencias de los demás discursos que apelan a lo pragmático, a lo circunstancial, a la eficacia y eficiencia del lenguaje. Este ir a contrapelo de las noticias, de las lecciones, de la historia tiene un valor que abre la posibilidad de hacer de la lectura poética un gesto diferenciado del resto de las lecturas que nos consumen. Zelarrayán, poeta nacido en Paraná pero que vivió la mayor parte de su vida en Buenos Aires aunque nunca se sintió porteño, escribió con voz seca y empolvada La gran salina, su gran poema. Aplastó en sus versos la palabra misterio como a una pulga, recorrió una Argentina que se funda en su poema con una superficie onírica, pero que se erige con una potencia estremecedora. Hay un tajo en ese país que se divide en sales, como aguas que separa el dios-poema. Vemos un ascensor entre el piso doce y trece con un piano en vilo que se sujeta de una hebra de araña: “todo trepida” dice la voz del poema, unos anteojos que se quita un hombre y apoya sobre la mesa, una pera en un plato y yo pienso en mi pecho al leerlo por primera vez. En mi respiración temblando también como si el traqueteo de las vías pasara por debajo de las páginas. Leer poesía es dejarse atropellar por el ritmo del poema, es permitirse ser avasallado por un paisaje, es dejarse estaquear, es estancarse en las imágenes, es quitarse la urgencia. Hace poco conversaba con compañeros de la carrera de Lengua y Literatura de la Uader de lo difícil que es encontrar espacio en las cátedras de poesía, y de la falta de poesía entrerriana en la universidad. La charla paradójicamente se daba entre poetas, que además de haber estudiado Literatura, escribimos poesía. Para poder hacerlo, para abrirle paso a la escritura tuvimos que leer y ahora nos convertimos en agentes que propiciamos la entrada al poema como coordinadores de talleres cada unx. Pienso en esto, no como jactancia: hay un doble filo siempre, la lectura y la escritura, la posibilidad de hacer el camino acompañado y la de crear la intimidad con el poema. El cruce fortuito y afortunado con docentes como Graciela Gianetti que tendían estas redes que sin saber bien, ya nos iban enhebrando. En El cuaderno griego, Arnaldo Calveyra escribe “El tiempo que no pasa es tiempo impávido, mi tiempo favorito, una palabra que no tiene acento.” El discurso poético muestra lo incierto, abre sentidos, funda nuevos códigos porque hace del lenguaje un material plástico siempre nuevo. Leer poesía entonces nos mantiene en vilo, nos estanca en su presente, abre el silencio, despeja la ausencia. Octavio Paz en El arco y la lira afirma que el poeta es el que atenta contra los fundamentos de la lógica “el poeta nombra las cosas: estas son plumas y estas son piedras. Y de pronto afirma: las piedras son plumas.” Y gracias a esa contradicción el poema revela un sentido que se nos escapa. Siempre en la fuga el sentido del poema nos reafirma como lectores. Me resulta inevitable nombrar a José Watanabe y remitirme al poema La piedra alada, pero también recupero lo que el poeta dice en una entrevista sobre la escritura de ese texto y la importancia de sostener la emoción. Él recupera la anécdota que lo lleva hasta la orilla en la que ve la piedra con la pluma fosilizada, entiende (al igual que Genovese) que escribir es recuperar lo que lo conmovió. Contemplar lo que tenemos cerca, traspasar con el filo del ojo el paisaje, así como lo hacía nuestro Juanele, esa es la primera puerta del poema. La poesía nos invita a abrir la inteligencia, a sensibilizarnos, arder como los místicos españoles. “Hacer poesía con todo el ser” porque también “la poesía requiere revelar el misterio inaccesible al conocimiento intelectual”. Palabra y sonido, mirada y contemplación, un mirlo de Wallace Steven visto desde trece maneras distintas, un gorrión, una paloma, un tero que observemos siempre tendrán un rostro nuevo y la posibilidad de ser un poema.
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