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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/09/2025 04:49
Javier Milei y Cristina Kirchner La verdad como mentira La mentira entre los políticos es tan proverbial y aceptada como entre los comerciantes. Parafraseando un oxímoron que en sus clases utilizaba el maestro argentino Mario Justo López, quien decía: “…se encuentran dos dirigentes españoles que pertenecen a espacios políticos opuestos en la estación de trenes Puerta de Atocha, en Madrid. Luego del abrazo uno de ellos le pregunta al otro: ‘¿Para dónde vas tú?’, el interrogado le dice: ‘Voy a Zaragoza’, a lo que el primero le contesta: ‘¿Por qué me mientes? Me dices que vas a Zaragoza para que yo crea que vas a Valladolid, pero lo cierto es que vas a Zaragoza…’”. La convivencia en la sociedad actual En una nota anterior publicada en este medio, titulada “Del tiempo del odio al tiempo del diálogo”, nos faltó decir que no se hablaba sino del diálogo entre argentinos, es decir, de nuestra sociedad. Una sociedad artificial e individualista. Sea el régimen de gobierno neoliberal o libertario, sea la economía más inclinada a la libertad de mercado o dirigida, ¿qué otra cosa que un sistema cerrado de mutuas utilizaciones instrumentales es la convivencia social y política en la Argentina? El diálogo político habrá de desarrollarse en un clima conflictivo de utilización instrumental del otro y en una política también contaminada por el mercantilismo. El diálogo es encuentro El diálogo es encuentro. Y en el caso al que nos referimos aquí, es el encuentro de los correligionarios del mismo u opuesto dogma o partido. Por esto suele ser conflictivo. La palabra “encuentro” retoma en este último caso su sentido etimológico hostil: in-contro. En la televisión argentina, los encuentros entre políticos se traducen en encontronazos, en los que cada uno hace gala de un mal que nos caracteriza: la “no-escucha”; creyendo acaso que la comunicación en el diálogo político consiste en sacar la negatividad del discurso del otro, aun en un tema de interés común. No se oyen recíprocamente; por el contrario, el diálogo los aleja. Se impone la preponderancia del ego, la falta de silencio cuando el otro habla y la ausencia de escucha. Para diferenciar ese “diálogo” de un diálogo auténtico, un diálogo genuino sería, tras el encuentro, el caso de un proceso de indagación cognoscitiva que tiende al descubrimiento o información de la verdad. Los diálogos socráticos o el diálogo en el campo de la ciencia, la religión u otros contextos. El reconocimiento del otro como tal y los principios absolutos El método que nos enseñan el cristianismo y las otras grandes religiones es ver al otro como persona y partir de los principios morales que proponen. Consiste en comprender la realidad y valorarla a la luz del reconocimiento del otro tal cual es. Entonces, actuar consiste en hacer silencio, escuchar y hablar recíprocamente hasta concluir el diálogo. Desde el punto de vista de la Iglesia, hay valores absolutos y permanentes y valores relativos. A los primeros se refiere el papa Francisco en el capítulo sobre el diálogo social cuando dice: “El relativismo no es una solución porque sin principios universales y normas morales que prohíban el mal intrínseco, las leyes se convierten sólo en imposiciones arbitrarias” (Enc. F.T. 206). El reconocimiento del otro como objeto en una relación meramente funcional o también dilectiva En el campo político, es muy difícil que la red de relaciones políticas en los partidos o entre los dirigentes, entre estos y los afiliados o entre los afiliados y la ciudadanía, o entre los gobernantes y los simples ciudadanos sean relaciones interpersonales. Por regla general y por imposición de la realidad ese tipo de relaciones son objetivas. Cada uno cumple con su función, que es hacer bien su objetivo. El líder político o religioso hará todo lo posible por ser cordial con todos, pero no puede ser amigo de todos individualmente. Por eso, la mayor muestra de cercanía física con la multitud es su aproximación y el ofrecimiento de sus manos para tocar las manos de los más cercanos. Los votantes son objetos a los cuales él se dirige para dar promesa y esperanza y obtener la adhesión mediante el voto, “el mandato”. El diálogo interpersonal puede ser con personas más o menos próximas al político, militantes o afiliados, pero difícilmente será un trato directo, personal y fraterno con cada uno que se cruza en su camino. En la mayor parte de los casos, se comunicará con los ciudadanos a través de la radio, la televisión o las redes sociales, o por medio del discurso en un mitin. Vladimir Lenin Sólo en casos excepcionales un líder político mantiene un verdadero diálogo fraternal con quienes lo escuchan. ¿Cuáles son los requisitos para que haya un verdadero diálogo? Desde una antropología del diálogo, dos son las condiciones para que exista diálogo interhumano: el silencio y la escucha. Imaginemos dos políticos argentinos dialogando. No nos sorprendería que uno de ellos hable y el otro preste una atención superficial mientras piensa en cómo refutar los argumentos del otro, esperando que termine para hablar. Los políticos no dialogan. “Ya nadie escucha al que habla –dice M. Picard citado en pág. 44, nota 91, por Gennaro Ciccese en su obra Antropología del diálogo, Ed. Ciudad Nueva–; escuchar es posible solo si en el hombre existe el silencio, ya que escuchar y callar son correlativos; cada uno espera únicamente deshacerse de las palabras que tiene acumuladas, arrojarlas fuera de la boca: es una simple función animal” (El mundo del silencio, Ed. Di Comunitá, pág. 215). Animal “parlante” e “inescuchante”, dice Ciccese. En la cultura de la no escucha se encierran los hombres de nuestro tiempo en un monólogo, privilegiando prácticas lingüísticas egocéntricas y narcisistas, dice Ciccese. “El verdadero diálogo, en efecto, es el que permite respetar el punto de vista del otro, sus intereses legítimos y, sobre todo, la verdad de la dignidad humana”, dice el papa Francisco en Fratelli Tutti (206). Desde esta óptica, los medios de comunicación desempeñan un papel particular. Sin explotar las debilidades humanas ni sacar lo peor de nosotros, deben orientarse al encuentro generoso y a la cercanía con los últimos, promoviendo el sentido de familia humana (205). La mera disputa, en cambio, parte de la transformación del otro en un puro objeto conflictivo, muchas veces con el ánimo de evitarlo o eliminarlo física o moralmente o para negociar mejor un acuerdo. Por lo que cabe preguntarse: ¿es posible que el diálogo político deba ser siempre cruel y exasperante? El filósofo de la alteridad citado responde a este interrogante con un no y, recurriendo a Aristóteles, afirma que el Estagirita supo dar una respuesta válida para todos los tiempos: “En la tiranía no hay ninguna amistad o hay poca… En los regímenes en que el gobernante y el gobernado no tienen nada en común no hay amistad, porque no hay justicia” (Eth. Nic., 1160 a 31-33). Comunidad y amabilidad para que el diálogo tienda puentes La comunidad (koinonía) es el supuesto de toda posible amistad; mas, para que el diálogo sea fructífero, el papa Francisco llama a que quienes participan en él en el ámbito socio-político sean personas amables. Textualmente, en la Encíclica Fratelli Tutti pide el “milagro de una persona amable”, una actitud que debe ser recuperada porque es “una estrella en medio de la oscuridad” y “una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída” que prevalece en los tiempos contemporáneos. Una persona amable, escribe Francisco, crea una sana convivencia y abre caminos donde la exasperación destruye los puentes (Enc. F.T. 222-224). La “comunidad entre el imperante y el súbdito” se crea, según Laín, mediante la construcción de tres elementos: “…tres parecen ser los elementos esenciales para una correcta solución del problema: servidumbre a un destino común, bien máximo de todos y coejecución de lo imperado” (op. cit., pág. 595 y ss). Un destino común En la realidad de nuestro país abundan los ejemplos de quienes, habiéndose transformado en funcionarios y/o dirigentes, ordenan grandes sacrificios a los trabajadores o a sus subordinados para el logro de la limpieza de la gestión y la prosperidad general, en muchos casos justificadamente. Pero cuando dejan la función pública, se han enriquecido de tal modo que son ricos entre los ricos, mientras que los trabajadores continúan en la mayor de las pobrezas. Esa bifurcación de los destinos hace inauténtica la coexistencia y sirve de fundamento al odio, o al “que se vayan todos”. Por eso, la servidumbre a un destino común hace auténtica y real la amistad política. Bien máximo de todos Laín nos recuerda que “la amistad del rey para con los súbditos –dice Aristóteles– estriba en la excelencia del beneficio; en efecto, hace el bien de sus súbditos (bienestar general, dignidad, libertad, etc.) si es bueno y cuida de ellos para que prosperen” (Eth. Nic. 1161ª II-13). Coejecución de lo imperado Napoleon at the Bridge Of Arcola Coejecutar es poner el cuerpo en el mismo camino ordenado al otro, junto al otro. Laín Entralgo menciona el caso de Napoleón y sus soldados en el Puente de Arcole, cuando tras los sucesivos fracasos de su ejército para vencer a los austríacos, enarboló la bandera, se puso al frente de su tropa y, empleando un ardid distractivo, avanzó sobre el puente logrando el objetivo que los llevó a la victoria. Allí “pudo adquirir plena realidad la amistad (entre ellos)”, dice Laín, y agrega: “… solo compartiendo el pan negro, si la época es de escasez, podrá un gobernante ser amigo de sus súbditos” (Laín, 595-596).
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