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» Diario Cordoba
Fecha: 21/09/2025 02:15
Cuando pensamos en «año nuevo», solemos mirar a enero. Pero en el campo, el calendario tiene su propio ritmo, el año agrícola comienza en septiembre y termina en agosto. La explicación es sencilla. Tras el verano, cuando las plantas han pasado por su etapa más exigente, altas temperaturas y escasez de agua, la naturaleza se toma un merecido respiro. Aunque algunas especies florecen en otras estaciones, en nuestro clima la mayoría despierta en primavera, y en esta ocasión son a ellas las protagonistas. Durante este descanso, muchas plantas entran en dormancia, un estado que les permite sobrevivir sin gastar más energía de la necesaria. En otoño todavía parecen «dormidas», pero en realidad se preparan para despertar cuando acumulen el frío invernal suficiente. A partir de ahí, el ciclo vital sigue un orden casi perfecto: en invierno o primavera temprana brotan las primeras hojas; en primavera llega la floración; durante el verano los frutos crecen, pequeños y verdes; y al final del verano y otoño llega la recompensa del año agrícola, es decir, la fructificación. Este calendario, conocido como año hidrometeorológico o año agrícola, está determinado tanto por las estaciones como por un elemento esencial: el agua. Tras varios años de sequía, el último año agrícola fue uno de los más húmedos desde la década de 1960 y se ha catalogado como «cálido y húmedo». La disponibilidad de agua es vital para el desarrollo de las plantas; sin embargo, su exceso puede favorecer infecciones difíciles de controlar. Este año, además, hemos vivido una situación muy particular con uno de nuestros cultivos más importantes: la vid. En el Mediterráneo, la vid sigue un ciclo estacional muy marcado, donde la adaptación al clima y al suelo determina la calidad de la uva y del vino. La pasada campaña estuvo especialmente afectada por el mildiu (Plasmopara vitícola), un hongo muy dañino para estos cultivos. Las lluvias intensas y las temperaturas suaves durante primavera y principios de verano crearon condiciones ideales para su proliferación, provocando daños importantes en los viñedos y pérdidas en la cosecha. Para proteger los cultivos, en agricultura combinan técnicas, como la poda y la aireación, junto con tratamientos curativos y preventivos. Estos últimos permiten anticiparse a los hongos, reduciendo el uso excesivo de productos químicos y evitando resistencia de plagas, mayores costes y contaminación de aire, agua y suelo. Las observaciones fenológicas, que registran los ciclos de plantas y animales, son esenciales para vigilar la salud de los cultivos en tiempo real. Actualmente, los estudios aerobiológicos, que detectan polen y esporas en el aire (además de otras partículas), permiten recopilar información sobre fenología floral de especies que polinizan a través del aire de forma precisa y constante. Asimismo, el uso de estas herramientas de trabajo facilita la identificación temprana de enfermedades fúngicas, como el mildiu, y permite intervenir de forma rápida y eficaz, evitando tratamientos fitosanitarios innecesarios cuando las condiciones no son favorables o cuando el patógeno está ausente. Recientes investigaciones destacan la utilidad de estas técnicas en la gestión del viñedo, así como en otros cultivos o especies forestales. Esta ciencia ayuda a tomar decisiones más informadas, reduce el riesgo de pérdidas por enfermedades y optimiza el uso de productos fitosanitarios, promoviendo una agricultura más sostenible y eficiente. Hoy, 21 de septiembre, comienza el equinoccio de otoño. Este mes no solo representa la vuelta a la rutina o la vuelta al cole, sino también el inicio de una nueva aventura para nuestros campos. ¡Feliz Año Nuevo! *Catedrática de Botánica de la Universidad de Córdoba
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