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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 19/09/2025 05:17
Susan Barrantes, feliz en su campo de Tres Lomas El 19 de septiembre de 1998, una noticia estremeció a la Argentina y al Reino Unido casi al mismo tiempo. En una ruta bonaerense, a pocos kilómetros de Tres Lomas, un accidente automovilístico terminaba con la vida de Susan Mary Wright —más conocida como Susan Barrantes—, madre de Sarah Ferguson, ex duquesa de York, y una mujer que había elegido cambiar el brillo de la aristocracia británica por la serenidad de la llanura pampeana. Tenía 61 años y desde hacía casi una década intentaba sostener la estancia que había compartido con el gran amor de su vida: el polista Héctor “El Gordo” Barrantes. El impacto fue devastador y dejó una escena que aún hoy es recordada en la zona con un estremecimiento silencioso. Su Land Rover, que poco antes había atravesado el centro de Trenque Lauquen para hacer unas compras de rutina, chocó de frente contra una Trafic conducida por el comisionista local José María Rodríguez. Susan murió en el acto, decapitada, pese a llevar puesto el cinturón de seguridad, un detalle que generó versiones encontradas en las primeras horas posteriores al accidente. Rodríguez sobrevivió con una fractura en la pierna derecha, mientras que Rafael Barrantes —sobrino de “El Gordo” y acompañante de Susan esa noche— fue trasladado con un corte profundo en el rostro y una conmoción cerebral que lo dejó internado varios días. Susan Barrantes de Joven, junto a su amiga Lady Di El escenario del accidente impresionó incluso a los más experimentados bomberos y policías de la región: el vehículo de Susan había quedado reducido a un amasijo de hierros irreconocible. La violencia del impacto fue tal que no dejó lugar a dudas: había sido un golpe fatal. La tragedia golpeó primero a la pequeña comunidad rural que la había adoptado y, en cuestión de horas, traspasó fronteras. Para Tres Lomas y sus alrededores, “Susie” no era una extranjera más: se había integrado con naturalidad, compartía sus días entre caballos, perros y vecinos, y era reconocida por su carácter afable, sus gestos solidarios y una sencillez que contrastaba con su linaje británico. En una zona donde todos se conocen, su figura había alcanzado una popularidad discreta, pero entrañable: la inglesa que hablaba con acento marcado y al mismo tiempo se sentía de la tierra. Una vida marcada por elecciones Nacida en Bramcote, Reino Unido, el 9 de junio de 1937, Susan Mary Wright provenía de una familia de buena posición y desde joven estuvo vinculada al mundo ecuestre. En 1956 se casó con el teniente Ronald Ferguson, con quien tuvo dos hijas: Jane y Sarah. Ronald era un apasionado del polo y mantenía estrecho vínculo con la realeza británica; incluso llegó a enseñar ese deporte al príncipe Carlos. El matrimonio, sin embargo, no fue el cuento de hadas que se esperaba. Susan Barrantes se mudó a la Argentina por amor La prensa británica terminó por revelar lo que Susan había sufrido en silencio: Ronald le era infiel de manera sistemática, incluso durante un embarazo que ella perdió. Esa etapa de su vida, atravesada por la humillación pública y el dolor íntimo, la marcó profundamente. La separación se convirtió en un paso inevitable y también en una puerta abierta a un futuro inesperado. Fue entonces cuando el destino la llevó a reencontrarse con Héctor Barrantes, un polista argentino al que había conocido fugazmente en los años 60 en Sussex. El segundo encuentro, años después, ocurrió en Deauville, ya sin compromisos de por medio: él había enviudado en un accidente automovilístico cerca de Pehuajó y ella había dejado atrás su matrimonio fallido. Lo que comenzó como una amistad pronto se transformó en un vínculo sólido y apasionado. En 1975, Susan tomó una decisión que sorprendió a muchos en el Reino Unido: dejarlo todo para instalarse en la estancia “El Pucará”, en Tres Lomas, junto a “El Gordo”. La mudanza fue interpretada como un acto de amor, pero también como una forma de rebeldía frente a los mandatos de su entorno. Sus hijas, Jane y Sarah, tardaron en aceptar que su madre viviera tan lejos, pero con el tiempo comprendieron que era su elección. En Argentina, Susan se ganó un lugar propio. En el campo era “Susie”, la señora que podía estar en alpargatas, sin protocolo, compartiendo un asado con los peones después de escabullirse de alguna reunión demasiado solemne con visitantes distinguidos. El vínculo con la realeza Mientras Susan rehacía su vida en la llanura argentina, su hija menor, Sarah, atravesaba un destino diametralmente opuesto. Amiga cercana de Lady Di, Sarah conoció al príncipe Andrés gracias a la mediación de la propia princesa de Gales. El romance culminó en una boda multitudinaria en la Abadía de Westminster en 1986, transmitida en vivo para millones de espectadores. La reina Isabel II entregó a los novios los títulos de duques de York, condes de Inverness y barones de Killyleagh. La unión fue un evento global, pero con los años el matrimonio se resquebrajó en medio de rumores de infidelidades y tensiones con la prensa. Ese contraste entre la vida de la aristocracia londinense y la sencillez de Susan en el campo argentino alimentaba el interés mediático. Para los tabloides británicos, ella era “la madre de la duquesa de York”. Para sus vecinos bonaerenses, en cambio, simplemente “Susie”, la mujer que aparecía en el almacén del pueblo o en las jineteadas locales sin pretensiones ni alardes. Susan Barrantes junto a una de sus hijas La pérdida de “El Gordo” La felicidad de Susan tuvo un punto de quiebre en 1990, cuando Héctor Barrantes murió a los 51 años víctima de un cáncer linfático. Ella había hecho todo lo posible para salvarlo: lo acompañó en tratamientos en Nueva York, lo sostuvo en cada recaída, buscó alternativas médicas donde pudo. Pero la enfermedad terminó por vencer. Viuda, sola frente a la gestión de la estancia y con deudas crecientes, Susan se aferró a la memoria de su marido. En homenaje a él, editó el libro Polo, que fue mucho más que un tributo sentimental: un repaso histórico con fotografías de gran valor, introducción de Juan Carlos Harriot y prólogo del príncipe Carlos. El proyecto que habían soñado juntos —fundar un club de polo en Punta del Este— nunca se concretó. Pero no bajó los brazos. Hipotecó campos, renegoció cuentas y se mantuvo firme, siempre convencida de que el recuerdo de Héctor le daba fuerzas. “Si alguna vez me pasa algo, quiero que me entierren al lado de El Gordo”, había dicho en una entrevista meses antes de su muerte. Susan Barrantes en su etapa en la que vivió en el Reino Unido El accidente y sus horas posteriores El sábado 19 de septiembre de 1998, Susan pasó la tarde en Trenque Lauquen junto a su contadora y amiga Pucky Ribot. Conversaron, compartieron café, hablaron de los problemas de la estancia y también de cosas livianas. Antes de salir, Pucky la miró a los ojos y le dijo: “No vayas ligero”. Susan sonrió, la abrazó y respondió con ternura: “Quedate tranquila”. Luego subió al vehículo junto a Rafael Barrantes. Nadie podía imaginar que esa sería la última imagen de ella con vida. El comisario Héctor Molinuevo recibió el aviso de un choque frontal y acudió al lugar. La causa judicial se caratuló como “homicidio culposo” y quedó en manos del juez Guillermo Martín. La autopsia fue realizada en Tres Lomas por el doctor Juan Furch. Mientras tanto, la noticia comenzaba a expandirse: en Buenos Aires, Martín Barrantes —padre de Rafael— llamaba con urgencia a Pucky Ribot, que pasó la madrugada entre trámites, salas de hospital y llamadas internacionales. Fue ella quien avisó a Jane, en Australia, y a Sarah, en Italia. Despedida en El Pucará El Concejo Deliberante de Tres Lomas hizo una excepción para que Susan pudiera ser sepultada en El Pucará, junto a Héctor, cumpliendo así su último deseo. El 21 de septiembre llegaron sus hijas. Sarah arribó primero, recibida en Salliquelló por Martín Barrantes, y horas más tarde se reunió con Jane, recién llegada desde Australia. El reencuentro fue doloroso. En el salón principal de la estancia, Sarah agradeció a familiares y trabajadores con la voz quebrada. Acto seguido, sonó Candle in the Wind, la canción favorita de su madre, y las lágrimas inundaron el ambiente. Las anécdotas de los empleados aportaron un respiro: recordaron cómo Susan se escabullía de las reuniones con diplomáticos para comer asado con ellos, de qué manera recorría los caminos de tierra en su vieja Ford 63 cargada de perros, o aquella vez que organizó un show de Banana Pueyrredón a beneficio del hospital de Salliquelló. “Era cordial, buena persona, humanitaria”, coincidieron todos. La despedida tuvo además la presencia de Susana Giménez, gran amiga de Susan, quien llegó en avión privado junto al abogado Carlos Fontán Balestra. El último adiós quedó sellado en una cruz de madera tallada con la inscripción: “Héctor y Susie Barrantes. Juntos en paz con los árboles que plantaron. Nosotras los amamos. Jane y Sarah”. Con el correr del tiempo, la estancia quedó como símbolo de la decisión de Susan de vivir y morir en la tierra donde había encontrado la felicidad. A 27 años de aquel accidente, su figura sigue siendo recordada no solo como la madre de la duquesa de York, sino como una mujer que eligió la inmensidad de la pampa antes que el esplendor de la corte británica.
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