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CABA » Plazademayo
Fecha: 17/09/2025 01:58
Hace exactamente 70 años, un 16 de septiembre como hoy, comenzaba en la ciudad de Córdoba el golpe de Estado que pondría fin al segundo gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. Siete días después, el viernes 23 de septiembre de 1955, el diario Clarín titulaba con entusiasmo: «Cita de honor con la libertad», mientras informaba que el general Eduardo Lonardi asumía la presidencia de facto. Foto: Juan Perón, refugiado en la cañonera antes de partir hacia Paraguay Una Argentina partida La Argentina de 1955 era un país intensamente polarizado. El peronismo había transformado la estructura social, económica y cultural del país, despertando adhesiones fervorosas y odios viscerales. La sociedad se partía entre quienes veían en Perón a un líder de justicia social y quienes lo consideraban un tirano populista. Una muestra de esta polarización se refleja en una carta escrita desde México por un joven médico rosarino a su madre. Decía: «Querida vieja: al parecer cayó tu odiado enemigo de tantos años (…). Mis amigos y yo no [estamos contentos]. Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él sino por lo que significaba para toda América…» El autor era Ernesto «Che» Guevara, por entonces un joven idealista que había sido testigo directo del derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala y comenzaba a comprender el verdadero rostro de los golpes «libertadores» en América Latina. Pero no todos los jóvenes de su generación pensaban igual. Mientras Guevara se amargaba, otros –como Mariano Grondona, estudiante de Derecho y miembro de los comandos civiles opositores– celebraban. Grondona participó activamente en atentados contra el gobierno, incluido el sangriento ataque con bombas durante un acto de la CGT en 1953, que dejó seis muertos y 90 heridos. Años más tarde, sería conocido como uno de los principales editorialistas del país. Junio sangriento: el preludio del final El golpe de septiembre tuvo un antecedente siniestro tres meses antes. El 16 de junio de 1955, aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo con el objetivo de asesinar a Perón. En cambio, masacraron a cientos de civiles: 308 muertos y más de 800 heridos. Fue el ataque aéreo más mortífero contra población civil en la historia argentina. Ese intento fracasado fue el punto de no retorno. La sangre ya había comenzado a correr, y el golpe definitivo solo era cuestión de tiempo. Entre el 16 y el 21 de septiembre, durante la llamada “Revolución Libertadora”, se registraron al menos 157 muertes más, según datos del Archivo Nacional de la Memoria. La Fusiladora Lonardi, el primer presidente de facto, fue rápidamente desplazado por sus pares. Su pecado: mostrarse moderado frente al peronismo. En su lugar asumió el general Pedro Eugenio Aramburu, quien no tardó en lanzar una verdadera cacería ideológica. Disolvió el Congreso, intervino universidades, depuró la Justicia y proscribió al peronismo. Fue el comienzo de una etapa de represión sistemática. La “Revolución Libertadora” no solo fue el punto de inicio del ciclo de golpes militares en el país, sino también el laboratorio de una metodología de violencia política que marcaría a fuego las décadas siguientes. El 9 de junio de 1956, el gobierno de facto ejecutó a civiles en los basurales de José León Suárez. Tres días después, fusiló al general Juan José Valle y a otros 17 militares sublevados. Estos crímenes quedarían registrados en la historia argentina como el nacimiento de «La Fusiladora», denunciada con crudeza por Rodolfo Walsh en su libro Operación Masacre. Una huella que perduró La matriz represiva inaugurada en 1955 sobrevivió al paso del tiempo. A partir del golpe de 1966 y con el arribo del general Onganía, se implementó la Doctrina de la Seguridad Nacional, importada desde Estados Unidos, que justificaba la tortura y la eliminación física del enemigo interno. En 1972, el fusilamiento de 19 militantes en Trelew (ERP, FAR y Montoneros) anticipaba el terrorismo de Estado que alcanzaría su punto culminante durante la dictadura iniciada en 1976. Para entonces, ya era habitual que las batallas se libraran en los centros clandestinos de detención, y no en los campos de combate. El cierre de un ciclo En mayo de 1970, Pedro Eugenio Aramburu fue secuestrado y ejecutado por Montoneros, en un acto simbólico que buscó representar un juicio revolucionario por sus crímenes. Su muerte cerró, tardíamente, uno de los capítulos más oscuros de la historia argentina. A 70 años del golpe, la historia de aquel septiembre sangriento no se recuerda solo por sus protagonistas militares, sino por el comienzo de una forma de hacer política que, a fuerza de represión, proscripción y muerte, marcó el devenir argentino durante décadas. Aquel 16 de septiembre no solo cayó un gobierno, también se quebró una democracia. Y en ese quiebre, aún hoy, resuenan los ecos de una historia que no termina de cerrarse.
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