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  • Víctimas que no olvidan y soldados que rezan bajo el ruido de las bombas

    » Clarin

    Fecha: 16/09/2025 22:34

    Nueve soldados israelíes están rezando debajo de unos eucaliptus donde hay un coro de cotorras. Están parados, con sus uniformes y sus fusiles M-16 colgando de las espaldas, balanceándose rítmicamente mirando al Noreste, en dirección a Jerusalén. El rabino que los guía sopla el shofar -el cuerno de carnero que anuncia las celebraciones judías- y casi al mismo tiempo suena una bomba, dos, tres. Los soldados no se inmutan porque son explosiones de fuego amigo. Allí nomás, pasando la ruta y unos campos amarillos, está la franja de Gaza, donde el Ejército israelí irrumpió este martes para acelerar el control de la Capital, la ciudad de Gaza, donde cree que aún se ocultan segundas y terceras lineas de Hamás, el grupo terrorista que aún esconde a los rehenes del ataque del 7 de octubre de 2023, de los que van a cumplirse dos años. -¿Confía en el gobierno israelí? -Yo confío en la sociedad israelí y con eso le digo todo, contestó Itzik Horn el lunes a un grupo de periodistas argentinos, entre ellos Clarín, que lo entrevistaron en Tel Aviv. Horn es argentino, hincha de Atlanta y padre de Iair y Eitan, dos hermanos secuestrados por Hamás en el kibutz de Nir Oz, al sur de Israel. Iair volvió con 50 kilos menos. Eitan aún está cautivo y su padre, “partido al medio”. “Pero ninguno de nosotros va a empezar una rehabilitación hasta que nos devuelvan a todos los rehenes; los que están vivos y los que no”, dice Horn. Los familiares de los rehenes se inquietan cuando ven que el gobierno de Netanyahu avanza más y más sobre Gaza, temiendo por la suerte de sus seres queridos. Desde el kibutz de Nir Oz se oyó la primera bomba en Gaza a las 13.30, seguida de una columna de humo blanco perfectamente visible a un kilómetro y medio de distancia, donde estaba el enviado de Clarín. En ese momento, las divisiones 162 y 98 del Ejército israelí avanzaban sobre la ciudad de Gaza “en círculos concéntricos”, según describieron voceros militares. Fuentes extraoficiales dijeron que cada división tiene “entre 5.000 y 10.000 hombres” y que el cerco sobre Gaza había comenzado a la madrugada. Luego el Ejército confirmó que se trataba de una operación “terrestre y aérea” y que se utilizan tanques de guerra. Al mismo tiempo en que una comisión nombrada por la ONU declaraba que hay un “genocidio” en Gaza por la situación de los civiles desplazados, Israel insistía en señalar que desde el comienzo de la guerra se distribuyó una tonelada de comida por persona -dos millones de toneladas de alimentos para una cantidad similar de habitantes- y que ahora están ingresando 300 camiones diarios con comida y medicamentos para la población civil. En el paso de Kerem Shalom, muy cerca de la triple frontera entre Israel, Gaza y Egipto, había este martes a la tarde poco movimiento. Clarín vio allí unos 30 camiones estacionados, que habían sido descargados por la mañana, y un auto blanco con militares que llegó para decirles a los periodistas que no podían acercarse tanto a la frontera. Hacía calor pero había un poco de viento. A los costados de la ruta flamean cada tanto banderas amarillas pidiendo por el regreso de los rehenes y aparecen sillas plásticas del mismo color, simbolizando esa espera. Por allí pasan camiones militares hacia el sur. También pasa un camión con el logo WFP (World Food Program) que lleva bolsas que parecen de harina o de azúcar. No parece que la operación sobre Gaza sea un éxito inmediato porque por la tarde, a la hora en que rezan los soldados bajo los eucaliptos y falta poco para que se ponga el sol, los sonidos de las explosiones son más frecuentes. “No tenemos un plazo definido para esto. Haremos lo que sea necesario en el tiempo que sea necesario, cuidando la vida de los rehenes, cuidando a la población civil y cuidando a nuestros soldados”, dice a Clarín Roni Kaplan, uno de los portavoces del Ejército. El sitio del rezo es Reim, 20 kilómetros al norte de Nir Oz y más cerca de la ciudad de Gaza. Allí está el lugar donde los terroristas del 7 de octubre asesinaron a más de 380 jóvenes durante una fiesta de música electrónica. Las bombas que oímos ahora mismo las oye también Mazal Tazazo, una chica que fue herida en el ataque y sobrevivió por milagro. Sus amigos murieron. Mazal hace dos años que tiene problemas para dormir y le cuesta recuperar la vida social, pero siente que tiene que estar allí, en el lugar de la masacre, al menos tres veces por semana. “Siento que tengo que contar esto las veces que sea necesario por las familias que perdieron a sus hijos. Yo no me puedo quedar en casa…”, dice a Clarín, tras contar una historia aterradora. -¿Y estas bombas? -Esto es un loop interminable. Con cada bomba, en mi casa tiemblan las ventanas. Y tiembla mi corazón. A pocos pasos, sobre la larga hilera de postes con carteles de las víctimas enterrados en el suelo de arena, sonríe desde la muerte Segev Kizhner, un chico de 22 años asesinado salvajemente durante el ataque de Hamas, como cada una de las víctimas de aquella madrugada brutal. Segev era israelí y fanático de los deportes. Al pie del cartel donde su imagen sueña con cara de selfie alguien puso flores de plástico, papelitos con mensajes y, sobre una maceta seca, un muñeco de su ídolo argentino.

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