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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 16/09/2025 10:36
Un paciente con VIH convivió con SARS CoV 2 durante 776 días continuos, un récord que revela el potencial evolutivo del coronavirus en un solo cuerpo (AP) Un estudio publicado esta semana en The Lancet acaba de documentar el caso de infección por COVID-19 más extenso que se conozca hasta el momento: un hombre de 41 años convivió con el SARS-CoV-2 durante más de dos años consecutivos. La investigación no solo establece un nuevo récord, también ofrece pistas clave sobre la forma en que el virus puede transformarse dentro de un organismo inmunodeprimido y generar mutaciones similares a las que impulsaron la aparición de variantes como ómicron. El paciente, que vivía con VIH-1 avanzado, desarrolló una infección aguda por COVID-19 que se mantuvo activa durante 776 días, una cifra nunca antes documentada. Durante ese tiempo atravesó cinco hospitalizaciones, con síntomas respiratorios persistentes, dolor de cabeza, dolores corporales y debilidad. Investigadores de Boston hallaron mutaciones de la proteína espiga similares a ómicron meses antes de que la variante emergiera en la población mundial ( REUTERS/Dado Ruvic) El estudio subraya que no se trató de un caso de “COVID prolongado” en el sentido habitual. En estas situaciones, el virus deja de replicarse pero los síntomas continúan. Aquí ocurrió lo contrario: el SARS-CoV-2 siguió replicándose en fase viral durante más de dos años, “socavando la salud del paciente”. El hombre había contraído el virus a mediados de mayo de 2020, en pleno avance de la primera ola de la pandemia. Su estado inmunitario era sumamente frágil: un recuento de solo 35 células T CD4 por microlitro de sangre, cuando el rango saludable se ubica entre 500 y 1500. Sin terapia antirretroviral ni acceso a atención médica adecuada, su organismo se convirtió en un laboratorio viviente para el coronavirus. Un entorno perfecto para la mutación El virus acumuló cambios genéticos dentro del huésped a una velocidad comparable a la observada en comunidades enteras, mostrando su capacidad de adaptación (Freepik) La investigación liderada por la bioinformática Joseline Velasquez-Reyes, de la Universidad de Boston, analizó en detalle las muestras virales obtenidas entre marzo de 2021 y julio de 2022. El resultado sorprendió incluso a los expertos. La tasa de mutación del virus dentro de este único paciente resultó “similar a la observada habitualmente en una comunidad”. En otras palabras, la capacidad de cambio del SARS-CoV-2 en un solo organismo puede igualar la que muestra cuando circula en millones de personas. Al examinar las secuencias genéticas, el equipo encontró mutaciones en la proteína espiga —la llave que el virus utiliza para ingresar a las células— que coincidían con las detectadas posteriormente en la variante ómicron. “En una sola persona, los mismos tipos de mutaciones que llevaron a la aparición de la variante ómicron de multiplicación más rápida estaban a punto de repetirse”, señalan los investigadores. Ese hallazgo respalda la teoría de que variantes altamente transmisibles pueden originarse en infecciones prolongadas dentro de individuos inmunocomprometidos. William Hanage, epidemiólogo de la Universidad de Harvard y coautor del estudio, advirtió la relevancia de este caso para la salud global. “Si bien este récord puede ser fácil de descartar como algo que ocurre sólo en personas vulnerables a nivel inmunológico, las infecciones persistentes tienen implicaciones para todos nosotros”, remarcó. Y agregó: “Las infecciones a largo plazo permiten que el virus explore formas de infectar las células de manera más eficiente, y este estudio refuerza la evidencia de que han surgido variantes más transmisibles a partir de dichas infecciones”. La conexión con la variante Ómicron La infección persistente se mantuvo sin desplazamiento por alfa delta u ómicron lo que sugiere una fuerte adaptación del virus a un solo individuo (EFE) El segundo texto que acompaña la investigación aporta un contexto clave. Desde 2019, la vigilancia genómica del SARS-CoV-2 documentó una evolución constante del virus, con la aparición de variantes de preocupación (VOC) que pusieron en jaque a los sistemas de salud. Entre ellas, ómicron se convirtió en la más llamativa por su capacidad de evadir la inmunidad generada por vacunas o infecciones previas. A finales de 2021 se expandió a nivel global “a un ritmo sin precedentes”. El origen exacto de ómicron sigue siendo un misterio, pero cada vez hay más indicios de que pudo surgir en personas con infecciones prolongadas. Las infecciones persistentes “conducen a una evolución intrahuésped sustancial”, explican los autores. En estos pacientes el virus acumula mutaciones que, con el tiempo, podrían convertirlo en una nueva variante de preocupación. El caso de este hombre encaja a la perfección en esa hipótesis. Los investigadores observaron que las mutaciones asociadas con ómicron aparecieron meses antes de su irrupción en la comunidad internacional. Cambios en la proteína espiga y en la proteína NSP6, típicos de las subvariantes BA.1 y BA.2, ya estaban presentes en este paciente cuando el mundo aún no hablaba de ómicron. “Los cambios convergentes observados respaldan la idea de que las infecciones prolongadas con virus en las primeras etapas de la pandemia tienden a desarrollar cambios similares a los de los ómicrones”, señala el artículo. Un enjambre viral en constante movimiento Especialistas advierten que las infecciones prolongadas en inmunodeprimidos podrían ser la fuente de nuevas variantes de preocupación en el futuro El estudio describe un paisaje genético sorprendente dentro de este solo individuo. A lo largo de los dos años y medio de infección, la presión selectiva sobre el virus fluctuó. Surgieron y desaparecieron combinaciones de mutaciones, lo que sugiere que múltiples poblaciones virales coexistieron dentro de su organismo. “No existe un genoma universalmente dominante, salvo la última muestra del paciente”, aclara el informe. En cambio, el análisis revela un verdadero enjambre viral, con “muchos genomas diferentes que representan diferentes historias evolutivas exploradas dentro del huésped”. Esta dinámica explica por qué la transmisión hacia otras personas pudo haberse limitado. Aunque la carga viral en las muestras nasales se mantuvo alta, los investigadores no hallaron evidencia de que el virus se hubiera diseminado a terceros. “La ausencia inferida de infecciones posteriores podría indicar una pérdida de transmisibilidad durante la adaptación a un solo huésped”, sugieren Velasquez-Reyes y su equipo. Aun así, advierten que otras infecciones de larga duración podrían seguir caminos distintos, con un riesgo real de contagio y de aparición de variantes preocupantes. Los especialistas remarcan que este tipo de casos no es solo una rareza clínica. Representa un riesgo potencial para todos. “La eliminación de estas infecciones debería ser una prioridad para los sistemas de salud”, concluyen los investigadores. Y recomiendan reforzar la vacunación y el uso de mascarillas en espacios cerrados para reducir la posibilidad de que el virus encuentre nichos donde pueda evolucionar. La falta de tratamiento antirretroviral y un recuento de 35 células T CD4 por microlitro facilitaron la larga supervivencia del SARS CoV 2 en el paciente (Reuters) El trabajo también ilumina un problema social más amplio. A finales de 2023 se estimaba que 39,9 millones de personas vivían con VIH en el mundo, y cerca del 23% no recibía terapia antirretroviral. Estas condiciones crean escenarios donde el sistema inmunitario no puede controlar al SARS-CoV-2, facilitando infecciones persistentes. En personas con VIH avanzado o sin tratamiento, la disfunción de las células T y la respuesta neutralizante reducida hacen que el virus pueda replicarse sin freno. “Las personas que viven con VIH, especialmente aquellas sin acceso a terapia antirretroviral, podrían tener una inmunodeficiencia de moderada a grave”, advierte el estudio. El caso registrado en The Lancet se destaca, además, porque se trata de una infección originada en el linaje B.1 temprano, es decir, en una de las variantes iniciales de la pandemia. Durante los más de dos años que duró la infección, el virus no fue desplazado por las sucesivas variantes que circularon en Estados Unidos, como alfa, delta u ómicron. Esa resistencia sugiere que el coronavirus se adaptó tan bien a su único huésped que no necesitó competir con otros linajes para mantenerse. Evolución silenciosa y lecciones para el futuro El estudio en The Lancet resalta la necesidad de acceso a terapia antirretroviral y control de la COVID para evitar nichos de evolución viral continua ( REUTERS/Hannah Beier) La capacidad del virus para acumular mutaciones de evasión de anticuerpos neutralizantes y para mejorar la unión a los receptores celulares dentro de un solo organismo impresiona a los científicos. La falta de una respuesta inmunitaria humoral detectable y los bajos niveles de CD4+ parecen haber favorecido una adaptación puramente intrahuésped. “La población viral que se desarrolló durante esta infección a largo plazo parece haber estado bien adaptada para una replicación exitosa dentro de este huésped específico”, detalla el artículo. Aunque no se encontró evidencia de que este virus en particular se haya diseminado a la población, los investigadores no descartan la posibilidad de cadenas de transmisión cortas que la vigilancia genómica no logró registrar. Por eso insisten en la necesidad de seguir de cerca las infecciones persistentes, brindar tratamiento antirretroviral a quienes viven con VIH y garantizar el acceso a la atención médica en todo el mundo. El mensaje es claro: la lucha contra el COVID-19 no termina con la vacunación masiva ni con el descenso de los casos graves. Mientras existan poblaciones vulnerables sin la protección adecuada, el SARS-CoV-2 seguirá encontrando espacios para reinventarse. “Tratar eficazmente estos casos es una prioridad tanto para la salud del individuo como para la comunidad”, señala el equipo de investigadores. Mutaciones en la proteína espiga y NSP6 surgieron en esta infección prolongada mucho antes de la aparición global de las variantes ómicron BA1 y BA2 (Freepik) El récord de 776 días de infección no debe verse como una mera curiosidad científica. Funciona como una advertencia sobre la capacidad de adaptación del virus y la importancia de la equidad en el acceso a la salud. Cada infección prolongada es un experimento evolutivo que puede dar origen a variantes más transmisibles o con mayor capacidad de evasión inmunitaria. Por eso, los expertos insisten en mantener medidas de prevención y vigilancia. La experiencia de este paciente muestra que “las infecciones persistentes tienen implicaciones para todos nosotros”. Comprender cómo el coronavirus se transforma en entornos de inmunodeficiencia extrema puede ser la clave para anticipar y frenar las próximas variantes de preocupación. En definitiva, el caso publicado en The Lancet no solo bate un récord. También desnuda el lado menos visible de la pandemia: la interacción entre virus y vulnerabilidad social. Allí, en la convergencia entre biología y desigualdad, se juega una parte decisiva del futuro del COVID-19 y de su capacidad para sorprender al mundo una vez más.
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