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  • La guerra en Ucrania en 2025: drones, misiles y una Europa a la defensiva

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/09/2025 21:05

    La Guera entre Rusia y Ucrania comenzó en 2014 y se intensificó en 2022 (Ministerio de Defensa de Ucrania) La guerra entre Rusia y Ucrania, que comenzó en 2014 con la anexión de Crimea y se intensificó dramáticamente en febrero de 2022 con la invasión a gran escala, ha llegado a 2025 convertida en un conflicto prolongado, híbrido y tecnológicamente disruptivo. Lo que inicialmente parecía una operación relámpago rusa derivó en una lucha de resistencia prolongada, marcada por el desgaste humano, la innovación militar y un pulso estratégico que involucra directamente a Europa, Estados Unidos y a la arquitectura global de seguridad. La contienda ya no se entiende sólo como una confrontación convencional de ejércitos en el terreno, sino como un complejo entramado donde conviven el estancamiento de las líneas terrestres, la centralidad de los sistemas no tripulados, la expansión de la guerra aérea estratégica y el delicado equilibrio entre la moral de una sociedad asediada y el apoyo externo de sus aliados. Voces expertas, como el profesor Phillips O’Brien de la Universidad de St Andrews y el analista ucraniano Mikola Bereskov, han coincidido en señalar que el conflicto se ha convertido en una prueba decisiva tanto para la resiliencia de Ucrania como para la credibilidad de Occidente. “Estancamiento en el frente y evolución doctrinaria ucraniana” En el frente terrestre, los últimos meses han mostrado la imagen de una guerra donde las líneas apenas se mueven. Pese a los intentos rusos por romper las defensas ucranianas con ataques repetidos, los avances se limitan a pequeñas ganancias territoriales, principalmente en el Donetsk. Son conquistas tácticas, no estratégicas, incapaces de alterar el equilibrio general. El episodio de Dobropilia resulta ilustrativo: tras un inicial avance ruso, las brigadas mecanizadas ucranianas respondieron con rapidez, estabilizando el frente y demostrando la capacidad de respuesta de Kiev incluso en momentos de aparente vulnerabilidad. La razón de este estancamiento reside en la transformación doctrinaria de Ucrania, que ha aprendido a dispersar sus fuerzas y evitar concentraciones de tropas en la primera línea. En un campo de batalla saturado de drones de reconocimiento y ataque, cualquier agrupación masiva de soldados se convierte en blanco seguro. Por eso, las posiciones defensivas ucranianas aparecen deliberadamente menos pobladas: se busca preservar el capital humano frente a la artillería rusa y los ataques mecanizados. Esto explica por qué Moscú logra infiltraciones locales mediante pequeños grupos de dos o tres soldados. Sin embargo, su incapacidad para explotarlas con medios mecanizados pesados revela tanto las limitaciones logísticas rusas como la eficacia del planteamiento defensivo de Kiev. La dinámica que se impone es la de una guerra de desgaste, donde Rusia sacrifica miles de soldados en ataques menores mientras Ucrania responde con artillería de precisión y rotaciones de unidades que evitan el colapso de su frente. “El frente inmóvil y el cielo inquieto: tecnología como fuerza decisiva” Si el terreno refleja inmovilidad, el cielo y la tecnología revelan un torbellino de innovación. Los drones han pasado a ocupar el lugar central en todos los niveles de la contienda. Para muchos comandantes ucranianos, la base de la defensa ya no está en los tanques ni en las trincheras, sino en los operadores de UAV capaces de detectar, atacar y hasta minar a distancia. Estos pequeños equipos manejan desde drones comerciales adaptados hasta sistemas militares más sofisticados, multiplicando la eficacia de cada brigada. Rusia ha respondido tratando de neutralizar antenas y triangulando señales, mientras la sociedad civil ucraniana contribuye con iniciativas como el proyecto “Drone Fall”, que ha permitido derribar más de 3.000 aparatos rusos en menos de un año. En este intercambio de innovaciones y contra-innovaciones, el campo de batalla se convierte en un laboratorio en tiempo real, donde la capacidad de adaptación decide la supervivencia. La guerra aérea también vive una transformación radical. Con la llegada progresiva de los F-16, Ucrania se enfrentó al dilema de cómo operar cazas occidentales en un país donde los aeródromos fijos son objetivos fáciles para los misiles rusos. La solución llegó con el “Project 61”, que introdujo unidades móviles de mando y control, permitiendo aplicar la doctrina del Agile Combat Employment (ACE, por sus siglas en inglés) o empleo ágil del combate. Se trata de un concepto operativo de la OTAN que posibilita a las fuerzas proyectar poder aéreo desde ubicaciones dispersas y de menor tamaño, en lugar de depender exclusivamente de grandes bases tradicionales. Esta modalidad otorga a la Fuerza Aérea Ucraniana una flexibilidad operativa inesperada. Para sorpresa de muchos observadores occidentales, las tripulaciones ucranianas han demostrado un manejo tan o más eficiente de estos cazas que fuerzas aéreas de países desarrollados. Para muchos comandantes ucranianos, la base de la defensa ya no está en los tanques ni en las trincheras, sino en los operadores de UAV En paralelo, Rusia ha intensificado su ofensiva aérea estratégica. Desde 2024 lanza entre 5.000 y 6.000 drones y misiles al mes, en ataques masivos diseñados para saturar las defensas antiaéreas y quebrar la moral civil, golpeando en particular infraestructuras energéticas. Ucrania no se ha quedado de brazos cruzados. En agosto de 2025 lanzó ataques contra refinerías rusas, abriendo una nueva fase de guerra de largo alcance. El desarrollo del misil de crucero FP 5 Flamingo, con un radio extendido y una precisión estimada de 14 metros, apunta a consolidar la capacidad de represalia ucraniana. Aunque su despliegue masivo se prevé recién en 2026, su existencia ya representa un dilema estratégico para Moscú: por primera vez, Rusia no es el único actor capaz de infligir golpes profundos a la retaguardia enemiga. Esta nueva simetría busca generar un “equilibrio del terror” en versión adaptada al siglo XXI. Si Rusia puede atacar infraestructuras críticas en Kyiv, Ucrania ahora muestra que también puede golpear instalaciones industriales y energéticas en territorio ruso. La lógica es la de la disuasión: obligar al adversario a pensar dos veces antes de lanzar un ataque, bajo la certeza de que habrá represalias. En diversas ocasiones, los drones empleados en la guerra de Ucrania han perdido el control, ya sea por fallas en sus sistemas de navegación o por interferencia electrónica, terminando por impactar en objetivos no deseados o incluso sobrevolando fuera del espacio aéreo ucraniano. Aunque estos incidentes han sido relativamente aislados, han generado una gran repercusión internacional. Uno de los ejemplos más notorios fue el del dron de reconocimiento Tu-141 que, el 10 de marzo de 2022, cruzó varios países de Europa del Este antes de estrellarse en Zagreb, Croacia. Desde entonces, se han documentado más de veinte hallazgos de restos de drones o misiles en al menos seis países vecinos de Ucrania. Más recientemente, el 10 de septiembre, Bielorrusia informó que había derribado varios drones que se desviaron durante un intercambio de ataques entre Rusia y Ucrania, supuestamente debido a interferencia electrónica, notificando además a Polonia y Lituania sobre su aproximación. En el marco azul se puede observar la penetración de drones rusos en Polonia En el caso de Polonia, se registraron al menos diecinueve incursiones de drones rusos. Algunos de ellos volaron lo suficientemente adentro del territorio como para obligar al cierre temporal de cuatro aeródromos, incluido el principal aeropuerto de Varsovia. En respuesta, aeronaves polacas y de la OTAN derribaron al menos cuatro de estos aparatos. Este tipo de situaciones reviste una gran sensibilidad estratégica, ya que podrían interpretarse como actos de agresión contra la Alianza Atlántica. Por ello, Polonia invocó el Artículo 4 del Tratado de la OTAN, que habilita consultas entre los Estados miembros cuando su seguridad o integridad territorial se ven amenazadas. Sin embargo, la aplicación del Artículo 5, que estipula que un ataque contra un miembro se considera un ataque contra todos, tendría consecuencias de escala global. En este sentido, resulta fundamental que Rusia evite la repetición de incidentes de este tipo, a fin de no escalar un conflicto que ya ha desbordado los límites estrictamente ucranianos. Mientras la paz se demora, la resistencia se afirma como forma de vida: cohesión social ante el asedio prolongado. Zonas de impacto de drones rusos sobre Polonia A pesar del desgaste material, la sociedad ucraniana mantiene una moral resiliente. En ciudades como Kyiv, la rutina de refugiarse por las noches y reconstruir durante el día se ha normalizado. La población comprende que los bombardeos buscan quebrar la cohesión social, pero también que aceptar las condiciones de Moscú equivaldría a la desaparición del Estado ucraniano. Encuestas recientes muestran disposición a un eventual compromiso negociado, pero nunca a costa de soberanía, seguridad o integridad territorial. En otras palabras, la resistencia no es sólo una estrategia militar, sino una convicción colectiva que sostiene el esfuerzo bélico. Ese esfuerzo, sin embargo, no se sostiene en el vacío. El apoyo internacional continúa siendo un pilar fundamental. Europa ha reforzado su contribución financiera y logística, aunque aún arrastra las limitaciones de un complejo militar industrial fragmentado, donde cada Estado prioriza su propia agenda nacional. Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, ha reducido su implicación, imponiendo además restricciones al uso de armas de largo alcance de fabricación estadounidense en territorio ruso. Esto limita las opciones estratégicas de Kiev, que ve en Washington un aliado indispensable, pero cada vez menos confiable. Europa, por su parte, enfrenta el dilema de construir autonomía estratégica mientras depende de armas estadounidenses para sostener a Ucrania, un círculo vicioso que subsidia a la industria de defensa de Norteamérica y frena la inversión en desarrollo propio. En este tablero, el presidente Volodímir Zelensky despliega una diplomacia itinerante que lo lleva a recorrer capitales europeas, presionando a sus socios para que mantengan e incrementen el apoyo. Su mensaje combina gratitud con urgencia: Ucrania puede resistir, pero solo si cuenta con recursos y armas suficientes. La moral interna, por sí sola, no alcanza para sostener una guerra de alta intensidad que consume hombres, municiones y tecnología a un ritmo constante. El pulso del conflicto Lo que emerge de este conflicto es un retrato de guerra prolongada donde conviven estancamiento y dinamismo. El estancamiento se observa en las trincheras del este, que apenas se mueven tras meses de combates, mientras el dinamismo se expresa en la constante innovación tecnológica y doctrinaria. Los drones han desplazado a la infantería como protagonistas, los cazas occidentales se adaptan a condiciones imprevistas y los misiles de crucero amplían el radio de acción ucraniano. El desenlace sigue siendo incierto, pero el impacto estratégico ya es evidente: el conflicto ha acelerado la transición hacia un nuevo paradigma bélico donde la innovación, la resiliencia social y la capacidad de los aliados para sostener a sus socios determinan la viabilidad de un país frente a un agresor. En última instancia, lo que se juega no es sólo la soberanía de Ucrania, sino la redefinición del sistema internacional de seguridad. La guerra del siglo XXI se escribe hoy en el este de Europa, y sus lecciones marcarán el futuro de la política global durante décadas.

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