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  • Pedirán la intervención de la NASA para reactivar la búsqueda de la familia Gill – Página Judicial

    Parana » Paginajudicial

    Fecha: 15/09/2025 06:22

    La investigación de la desaparición de seis integrantes de una familia de campesinos vuelve a tomar impulso a partir del ingreso de Marcos Rodríguez Allende como querellante. El letrado adelantó a Página Judicial que gestionará a la NASA y otras agencias espaciales que aporten imágenes satelitales previas y posteriores al hecho para detectar posibles movimientos de tierra en la estancia La Candelaria. Juan Cruz Varela De la Redacción de Página Judicial Dicen que Alfonso Goette solo perdió la calma una vez, mientras estuvo con vida, después de la desaparición de la familia Gill: fue cuando una voz anónima le advirtió que habían hallado los cuerpos. Era un anzuelo, pero el productor agropecuario no lo sabía. Goette colgó el teléfono y recorrió en pocos minutos y a toda velocidad los treinta kilómetros que separaban su casa, en Seguí, de la estancia La Candelaria, en Crucecitas Séptima. Una vez allí, se quedó pispeando a la distancia, con evidente nerviosismo. Nunca supo que un policía lo observaba con binoculares desde un campo cercano. El periodista Jorge Riani contó esta anécdota en una espeluznante crónica que publicó en Revista Cicatriz, donde reconstruyó puntillosamente la desidia judicial para terminar concluyendo que veintitantos años después esta historia no debe contarse como la misteriosa desaparición de una familia sino como la obra de un asesino en serie. La NASA en Crucecitas Séptima La desaparición (crimen) de seis integrantes de una familia de campesinos vuelve a ganar la escena pública a partir del reimpulso que pretende darse a la investigación con la designación del abogado Marcos Rodríguez Allende como querellante. Al día de hoy, nada se sabe de José Rubén Gill, el peón de campo que tenía 56 años y a quien todos llamaban por su apodo: Mencho; tampoco de su esposa Margarita Norma Gallegos (26), cocinera de una escuela del paraje cercano al campo La Candelaria; ni de sus hijos María Ofelia (12), Osvaldo José (9), Sofía Margarita (6) y Carlos Daniel (2). “Estoy convencido de que se cometió un grave delito con esta familia y uno de los principales sospechosos ha sido y sigue siendo el propietario del campo”, afirmó Rodríguez Allende. “Vamos a trabajar para tratar de obtener respuestas para la familia y para la sociedad entrerriana”, agregó. Rodríguez Allende es crítico del rumbo que se dio a la investigación: “Los caminos fueron diversos, tomados por diferentes jueces, por distintos fiscales y, lamentablemente, nunca se supo nada. Cuando digo que hubo caminos diversos, hablo de distintas hipótesis, como que se habían retirado del campo, que se fueron de Nogoyá, que se fueron de la provincia; y todo eso, en los primeros momentos, lo único que ha hecho es entorpecer la búsqueda de la verdad”. Por eso, las primeras medidas que se plantea Rodríguez Allende pasan por una revisión exhaustiva del expediente –una tarea que inició el juez Gustavo Acosta, el único magistrado que investigó en serio la desaparición de la familia Gill–, en la búsqueda de resquicios que hayan sido omitidos a lo largo de los años; y un novedoso pedido a la NASA, la agencia espacial estadounidense. El planteo de Rodríguez Allende, a través de sus buenos vínculos con el ministro Mariano Cúneo Libarona, con quien supo compartir tareas profesionales en distintas causas penales, apunta a que la Nación realice gestiones ante la NASA y otras agencias espaciales para analizar imágenes satelitales y detectar posibles movimientos de tierra en la estancia La Candelaria. Se trata de una metodología que se ha utilizado en distintas partes del mundo y, por ejemplo, en la investigación del caso de Madeleine McCann, la niña desaparecida en Portugal en 2007. El letrado explicó que “el uso de imágenes satelitales multiespectrales y de radar de apertura sintética se ha documentado en investigaciones forenses y de desapariciones de personas” y agregó que “la idea es utilizar estas tecnologías para detectar alteraciones en el terreno mediante la comparación de imágenes previas a enero y posteriores a la fecha de desaparición de la familia Gill”. El patrón Los seis integrantes de la familia Gill fueron vistos por última vez el 13 de enero de 2002 en un velorio, en Viale, a unos treinta kilómetros de la estancia La Candelaria, donde vivían. Desde eses día no volvieron a aparecer en registros oficiales ni migratorios, no tuvieron trabajos registrados ni los chicos fueron inscriptos en una escuela. Ninguno de ellos fue detenido ni se presentaron a votar. Los parientes se enteraron de la desaparición de la familia recién después de tres meses. Alfonso Goette, el patrón, se presentó el 3 de abril en la casa de Luisa, una hermana de Mencho, preguntando por ellos. Le dijo que habían salido de vacaciones y que no regresaron; sugirió que podrían estar en la casa de unos parientes en Santa Fe o que tal vez habían viajado a buscar otro empleo en el norte. Pero la familia siempre lo apuntó como sospechoso y nunca creyó que se hubieran ido por su cuenta. En la casa, un galpón dentro de la estancia, quedaron sus muebles, electrodomésticos, documentos, ropas; y Margarita dejó sueldos sin cobrar en la escuela donde trabajaba como cocinera. Sin embargo, el juez Jorge Sebastián Gallino, el primero a cargo de la investigación, creyó en la versión de Goette: que se habían ido. Recién un año y medio después de la desaparición, ordenó la primera inspección en la estancia. Sin resultados. Alfonso Goette murió en un accidente el 16 de junio de 2016. Tenía 70 años. Siempre negó toda responsabilidad en la desaparición de la familia. “Cómo los voy a matar si el chiquito es hijo mío”, dicen haberle oído decir. El “chiquito” es Carlos Daniel, el más pequeño de los hijos de Mencho Gill y Margarita Gallegos. A diferencia de sus hermanos, era rubio y eso le decían Rusito. Dice Riani, en su crónica en la Revista Cicatriz, que de Goette se conocen muchas cosas, menos cómo hizo su fortuna, aunque sobrevuelan algunas sospechas. Más aún entre quienes lo conocieron desde los tiempos en que tenía una motoneta como único bien patrimonial. Esa misma gente lo vio convertirse en socio de un ex diputado radical en una farmacia y droguería y quedarse con el negocio cuando el diputado murió. En Crucecitas Séptima, Goette era un patrón racista, explotador y patotero. Se autopercibía alemán y afirmaba que Mencho Gill era hijo de una judía y que por eso tenía “la lepra judía”. Era el que perseguía a la esposa del peón o a las esposas de cuantos hombres estuvieran fuera de su casa. Era también quien hostigaba a todo aquel pudiera saber del caso, sin importar que fueran familiares de unos u otros, vecinos, abogados, policías, médicos forenses, peritos o auxiliares de la investigación. Alguien dijo haberlo escuchado jactarse de la vez que envenenó las gallinas de un matrimonio vecino, esperando que los chacareros murieran tras comerse a las aves; y un médico recordó la vez que, mientras trabajaba en la estancia, apareció una víbora enroscada en el picaporte la casilla. No es ficción. Por eso en el pueblo, aunque nadie tiene pruebas, tampoco hay dudas sobre qué ocurrió con la familia Gill.

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