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  • Las aventuras de un argentino en el desierto turco: una ciudad subterránea y una extraña despedida de solteros

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/09/2025 04:37

    Andrés Salvatori estuvo en el desierto turco (@correcaminosmundo) Estamos en Estambul, la ciudad más visitada de Turquía, y después de visitar cada uno de sus fascinantes atractivos, decidimos que una buena manera de aprovechar los casi tres días que nos quedan en el país es visitar Capadocia, en la Anatolia Central del territorio turco. Contratamos un paquete en una agencia turística local, que incluye unas noches de hotel, algunas excursiones y el viaje en colectivo, un simple y rutinario colectivo de línea. Nuestro itinerario comienza con el trayecto en combi hasta la estación, en un vehículo con capacidad para unas diez personas en las que vamos dieciséis, entre ellos, dos coreanos, contorsionados al lado de la puerta corrediza, soportando la posición creo yo que únicamente con alguna filosofía oriental. Llegamos a la estación, muy diferente a una de Argentina, porque no tiene un hall central desde donde salen todos los viajes, sino que está llena de recovecos, rincones y pasajes. La combi nos deja en una habitación, que es sólo para nuestro colectivo, en la cual esperamos cerca de una hora, hasta que al final, cuando ya dudamos de haber perdido alguna palabra en la traducción del turco al inglés, nos indican que bajemos a la planta baja a tomar nuestra unidad. En la zona existen cuevas usadas por los cristianos para huir de la persecución del Imperio Romano Dormimos sin sobresaltos en casi todo el recorrido nocturno y a la mañana llegamos a Capadocia, más precisamente a Urgup, una ciudad de unos veinte mil habitantes, muy cerca del Parque Nacional de Goreme, dentro de una región abundante en atractivos, realmente muy interesantes. Primero nos movilizamos hacia un área con figuras talladas en la superficie, formas naturales similares a las que pueden verse en Talampaya en La Rioja o en el Valle de la Luna sanjuanino. El guía nos indica con convicción, señalando con su índice hacia colinas alejadas y otras no tanto, la existencia de figuras que se asemejan a la forma de un caracol, de un camello o de una tortuga. Algunas las distingo pero en otras debo apelar a lo más profundo de mi imaginación para aproximarme a lo que me dice. Todas estas siluetas se modelan talladas pacientemente por el viento y la lluvia a lo largo de miles de años, debido a las diferentes durezas que tienen las rocas del lugar, algunas más blandas y otras más duras. Estamos realizando el tour con un grupo de poco más de diez personas de edades dispersas, todos en una combi, que en un momento dado nos deja en un punto en particular y luego debe recogernos al final de un trayecto que tenemos que recorrer caminando. Andrés Salvatori en las montañas del desierto turco A los veinte minutos de partir, una estadounidense de unos setenta años, que va con su hija, se empieza a fatigar, porque estamos bajo los rayos del sol en una zona desértica, por lo que el guía no sabe qué hacer, si suspender la excursión o quedarnos sentados hasta que se le ocurra algo. Le ofrezco que si él llama a la combi, yo puedo volver con la americana y después los alcanzo corriendo. Acepta y entonces deshago el camino con la señora, una afroamericana de piernas bien flacas y largas, pero paso cansino y corto. Cuando llego de vuelta al punto de inicio, justo arriba la combi, por lo que casi sin perder tiempo, retomo el camino corriendo, alcanzando al grupo unos minutos más tarde. El guía me agradece en todos los idiomas que conoce y recibo una felicitación que me causa mucha gracia. Una de las que forma parte del tour es una tana, sin dudarlo una tana del sur de Italia, bien ampulosa y gesticulante, que cuando llego suelta un grito “bravo, tu sei un campione”. Sistemáticamente la repite cada diez minutos hasta que volvimos a subirnos a la combi. Otra etapa interesante de la visita nos lleva hacia una serie de refugios de cristianos que huían de la persecución de los romanos, en los primeros siglos de la era cristiana, cuando aún dicha religión no había sido oficializada, y ni siquiera aceptada como una religión permitida. En ese entonces, muchos cristianos se establecían en esta región alejada del Imperio, construyendo iglesias, almacenes y hasta escondites en la piedra caliza, tan fácil de tallar. E inclusive existían ciudades subterráneas, como la de Kaymakli, que podía albergar a miles de personas, con provisiones de agua, almacenes y pasadizos y salas de todo tipo, todo bajo tierra. Como éstas, existían varias ciudades, las cuales, una vez que los que se escondían estaban adentro, se sellaban con unas enormes y pesadísimas ruedas de piedra que tapaban el ingreso. Algunas de estos núcleos urbanos habían sido construidos por los hititas mucho tiempo antes, en el 1400 a. C. y luego ampliadas y reutilizadas por los cristianos. Los días calurosos del desierto turco dificultan moverse bajo el sol pero eso tiene como recompensa que las noches son magníficas para salir a pasear, con una suave brisa que entibia apenas el aire. En Urgup, partimos desde nuestro alojamiento y nos movemos hacia el centro, que se desarrolla en unas pocas cuadras. Después de comer algo, comenzamos a retornar hacia el hotel, cuando escuchamos música, a un volumen inusualmente alto y discordante con la calma del pueblo. Nos desviamos del itinerario que deberíamos seguir, orientándonos fácilmente por lo alto del volumen. Después de doblar un par de veces y atravesar una especie de callejón, nos encontramos en el cruce de dos calles secundarias con un grupo de personas, más de cien, de todas las edades, bailando en la calle, con sillas de plástico alrededor de un espacio dejado para una orquesta, una pista de baile, y alumbrados tan sólo por la luz de la calle y un refuerzo de la luz de un par de autos. Nos quedamos en un costado, tímidos, no queriendo molestar, tratando de descifrar lo que estamos viendo. Pasan apenas unos minutos hasta que unos chiquitos se nos acercan, e intentan, e intentamos, una comunicación casi imposible, más allá de jugar con nuestros nombres y la risa que da a veces escuchar pronunciar palabras del idioma propio por hablantes extranjeros. Nuestra presencia finalmente despierta la curiosidad de un hombre mayor, que habla un inglés limitado, pero suficiente para contarnos que estamos en una tradicional despedida de solteros, que lo que vemos es la forma en la que se lo hace en la región, con las familias y amigos de los dos novios. Con la ayuda de nuestro intérprete desciframos lo que vemos, la novia bailando rodeada de amigas, muchos hombres saltando al compás de una música con sonidos extraños, mesas con comidas, gente anciana, chicos pequeños. Una despedida de solteros, pero ampliada a todo el entorno familiar. Nuestro amigo nos cuenta que la fiesta recién empieza y que en el lugar va a durar un buen rato más. Después se trasladará a otro sitio y se prolongará durante toda la noche. Pero no para todos. Solamente para el novio y sus amigos.

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