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    » Misionesparatodos

    Fecha: 14/09/2025 19:58

    La política argentina atraviesa un doble movimiento: mientras La Libertad Avanza se derrumba entre derrotas, internas y un presidente que confunde la república con la familia, el misionerismo aprovecha el vacío con estrategia, gestión y territorialidad. La elección de octubre no será solo un reparto de bancas, sino la prueba de quién entendió que maximizar la política exige más que discursos: requiere eficacia, coherencia y coraje para ocupar el espacio que otros dejaron escapar. La derrota de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires abrió un nuevo camino de posibilidades para el Frente Renovador Neo y dejó al descubierto una verdad que ya se percibía en las calles: la desilusión con quienes llegaron para cambiarlo todo y en los hechos demostraron ser más de lo mismo. Sin embargo, conviene matizar: la victoria del Frente Patria en territorio bonaerense, por más resonante que sea, sigue siendo un triunfo de un oficialismo provincial. Lo mismo ocurrió en otras provincias, con una excepción que resulta ilustrativa: la Ciudad de Buenos Aires, donde el PRO no solo perdió, sino que terminó tercero, un golpe inesperado para el macrismo. El resultado del domingo no es solo un cachetazo para Milei y su armado político, también deja herido al kirchnerismo, el otro gran derrotado. Desde que Axel Kicillof decidió desdoblar las elecciones respecto de las nacionales, acumuló más cuestionamientos que respaldos. Y la misma noche de la votación, mientras su ministro de Gobierno y cerebro del desdoblamiento, Carlos Bianco, leía los primeros números, Cristina Fernández salió al balcón del departamento donde cumple prisión domiciliaria a bailar, acaparando cámaras y reforzando ese aire de espectáculo personalista que tanto debilitó a su fuerza. En Misiones, el triunfo bonaerense tuvo repercusiones inmediatas. Los candidatos de La Libertad Avanza, encabezados por Diego Hartfield, desaparecieron de escena, dejando un vacío que el misionerismo percibió con rapidez. El Frente Renovador Neo entendió que ese silencio era la oportunidad de hablarle a los desilusionados que Milei dejó en casi dos años de gestión y salió a la cancha con Oscar Herrera Ahuad abrazando primero a su militancia, durante un encuentro en un club de Posadas, que será clave para llevar el mensaje en cada rincón de la provincia. La bajada de línea fue clara: no se trata de tibiezas. El adversario ya no es la ideología libertaria en abstracto, sino la figura de Milei, que concentra el desgaste, la frustración y la decepción social. La estrategia es jugar fuerte, disputar en redes y en territorio, responder con firmeza a los ataques y consolidar la figura de Herrera Ahuad como candidato nacional con respaldo provincial. A esto se suma la territorialidad de los intendentes, que recibieron asistencia financiera para áreas sensibles como vivienda, salud pública y caminos rurales, durante un acto encabezado por el gobernador, Hugo Passalacqua y el propio Herrera Ahuad, quien aprovechó la atención de los jefes comunales para motivarlos a trabajar para que el oficialismo provincial vaya por las tres bancas que Misiones pone en juego. Mientras unos se esconden tras derrotas electorales o repiten slogans de ajuste, el oficialismo provincial muestra gestión, respuestas concretas y un horizonte posible. Maximizar la política no es solo ocupar más espacio: es transformar cada movimiento en ventaja. Como escribió Sun Tzu en El arte de la guerra, la victoria no depende únicamente de tener un ejército fuerte, sino de aprovechar las debilidades del adversario. Y como advertía Maquiavelo en El Príncipe, gobernar no es un ejercicio de moral abstracta, sino de eficacia: el líder debe ser astuto como un zorro y fuerte como un león –un verdadero león-. El Frente Renovador Neo parece haber tomado nota de esas lecciones, entendiendo que la política no se gana solo con buenas intenciones, sino con estrategia, determinación y capacidad de ejecución. El 27 de octubre será el momento de comprobar si este camino puede consolidarse en las urnas. La elección no pondrá en juego únicamente bancas: será la prueba de fuego para un proyecto político que apuesta a maximizar la política, a ocupar el espacio que otros desperdiciaron y a demostrar que la gestión, la coherencia y la firmeza siguen siendo las mejores armas frente al desencanto. Lear en la Rosada El círculo rojo ya decidió: le soltó la mano a Javier Milei. Los hombres más poderosos del país, que lo vieron como la gran apuesta de recambio tras la fatiga del sistema político tradicional, empiezan a aceptar que el experimento libertario corre la misma suerte que el de Mauricio Macri: un comienzo de entusiasmo, con promesas de refundación y modernidad, que se fue desgastando hasta volverse desencanto. La derrota en la provincia de Buenos Aires fue el punto de quiebre. No porque Milei no haya perdido antes —vale reiterar, ya lo hizo en todas las provincias donde se presentó—, sino porque el golpe en el distrito más grande del país puso al descubierto la fragilidad de un armado que vive más de redes sociales que de estructuras políticas. En una movida que recordó lo peor de la política unitaria, recién cuando Axel Kicillof lo derrotó, el presidente reaccionó con un anuncio que sonó más a manotazo de ahogado que a estrategia: reactivar el ministerio del Interior, que había sido degradado a un área de la Jefatura de Gabinete, como gesto desesperado para reconquistar a los gobernadores. Gobernadores que, dicho sea de paso, le dieron gobernabilidad en los primeros meses, pero que hoy —por incumplimientos, falta de diálogo y ausencia de federalismo— ya construyen sus propios espacios para resistir las políticas libertarias. La debilidad política de Milei se mezcla, además, con una peligrosa forma de administrar el poder: la de confundir el Estado con los vínculos de sangre. El caso de las presuntas coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) dejó al descubierto no solo un escándalo de corrupción en el corazón de su gobierno, sino la actitud del presidente hacia su hermana Karina, secretaria general y principal armadora política en las provincias. Su defensa cerrada, que ya no parece protección sino complicidad, recuerda más a las tragedias de Shakespeare, donde los reyes preferían perder el reino antes que admitir la traición de un hijo o un hermano. Como el viejo Lear, que dividió su poder en nombre de la familia hasta quedarse solo, Milei parece dispuesto a inmolar su presidencia con tal de blindar a su hermana. Ese es, justamente, el mayor riesgo para la Argentina. No se trata solo de la crisis económica que golpea todos los días a millones de hogares, ni de la ausencia de un programa que genere certidumbre. El problema central es que el presidente, en lugar de ordenar prioridades, parece gobernar desde una lógica personalista que coloca a la sangre por encima de la república, a los lazos íntimos por encima del contrato social. Una confusión que puede resultar letal en un país que ya pagó demasiado caro los experimentos fallidos. El círculo rojo ya lo entendió: la apuesta Milei está agotada. Lo que viene, más temprano que tarde, será el reacomodamiento de los actores de poder en busca de un nuevo equilibrio. Pero mientras tanto, la Argentina queda atrapada en la paradoja de un presidente que se proclama libertario, pero que gobierna como un monarca feudal: cercado por su propia familia, ciego ante la realidad y sordo al reclamo social. Como Lear en su castillo, Milei parece más preocupado por proteger a los suyos que por cuidar el reino. Y ese, en política, siempre es el principio del fin. Por Sergio Fernández

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