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  • Construir política a partir de la vida cotidiana

    Gualeguaychu » Reporte2820

    Fecha: 14/09/2025 17:40

    Por Paola Rubattino. Soy madre de un hijo con autismo severo y estoy atravesando un cáncer que me recuerda todos los días la fragilidad de la vida y me enfrenta a ese pensamiento recurrente que tenemos quienes criamos chicos con discapacidad: ¿qué va a pasar con nuestros hijos cuando nosotras no estemos? De esa pregunta, de ese miedo compartido, nació hace años Alas, la asociación civil que fundamos en Gualeguay y que hoy reúne a 75 familias. En Alas nos sostenemos en la batalla diaria: por un turno médico, por un acompañante terapéutico, por una medicación, por la cobertura de un tratamiento. Todo eso que se suma a las tareas de cuidado 24/7 que ninguna familia debería afrontar sola. Sabemos que con un hijo con discapacidad el Estado no es un lujo: es la diferencia entre salir adelante o quedar desprotegidos. Por eso, nunca nos preguntamos qué iba a pasar si el Estado no estaba. Porque ni en nuestras peores pesadillas imaginamos que eso podía ocurrir. Y, sin embargo, está pasando. Hoy vivimos en un país cruel donde funcionarios se atreven a decir que tener un hijo con discapacidad es problema de la familia y no del Estado. Donde el presidente veta una ley que declaraba la emergencia en discapacidad y la emergencia pediátrica. Donde madres, padres y personas con discapacidad vamos a reclamar a la plaza y la respuesta son los palos de las fuerzas de seguridad. La política argentina atraviesa un momento de enorme dolor. La pobreza golpea a quienes ya estaban al límite. En nuestras recorridas por Entre Ríos vemos docentes y policías haciendo dedo en la ruta porque no tienen para el colectivo; familias viviendo en ranchos de nylon sin luz ni agua; adultos mayores postrados sin medicación; gurises descalzos y con hambre; colas en la carnicería para comprar apenas unas alitas de pollo. Y, al mismo tiempo, vemos con hartazgo a funcionarios pitucos que llegan en avión cada semana, se sacan una foto y desde un escritorio repiten que el peronismo hizo todo mal, que el kirchnerismo debe desaparecer y que ellos no tienen ninguna responsabilidad en el desastre que estamos viviendo. Las próximas elecciones son decisivas. Viene la reforma laboral y el pueblo quiere saber quiénes van a estar de su lado y quiénes les van a dar la espalda. Está en juego la jubilación, el aguinaldo, los derechos conquistados. No podemos volver a tener otro Edgardo Kueider. Ni legisladores como los de Rogelio Frigerio, que se esconden detrás de los cortinados, se niegan a dar quorum o votan en contra del pueblo por acuerdos de cúpula. Nos guste o no, la política entra a nuestras casas: define cuánto pagamos de luz, si tenemos medicamentos, qué ponemos en la mesa de cada día. Por eso hay que votar con conciencia, con memoria y con dignidad. Porque un voto no es un trámite: hoy es un acto de conciencia democrática. Como madre y militante aprendí que nada se construye en soledad. Lo que Pierre Bourdieu llamaba capital social no es otra cosa que esa red de afectos, de compañeros y de organizaciones que nos sostienen cuando la vida se vuelve insoportable. Esa trama de vínculos no es un privilegio: es un derecho colectivo que tenemos que cuidar y ampliar. También sé que la política se alimenta de confianza, de legitimidad, de lo que Bourdieu definía como capital político. Yo no me presento a una banca para hablar de mí, sino porque reconozco que la confianza que muchas y muchos depositan en mi palabra es un bien común. Ese capital político no me pertenece: le pertenece a cada familia que reclama un Estado presente. Y mi compromiso es honrarlo en cada decisión que tome como diputada. Porque al final del día, aprendemos a construir política a partir de lo más simple y profundo: la vida cotidiana.

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