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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 14/09/2025 06:40
Nacida en 1878, Isadora Duncan fue una mujer que amaba su libertad y revolucionó la danza con un estilo personal No es una trampa. Si esta nota está armada así es simplemente para mostrar – por si hiciera falta – que en las diferentes versiones que se cuentan de una historia, a veces una simple palabra puede cambiarla diametralmente. Entonces, la “verdad” que queda instalada es la que más se difunde, la que más se cuenta, que suele ser la versión oficial, la más conveniente. Por eso aquí se contará primero la versión oficial sobre la muerte de Isadora Duncan y habrá que esperar hasta el final para conocer la verdad de los hechos. Entre una y otra, la diferencia es de apenas sola palabra que cambia casi todo. Eran cerca de las diez de la noche del miércoles 14 de septiembre de 1927 cuando un Amilcar CGSS, un auto pequeño pero lujoso, con la capota abierta, conducido por un hombre joven y bien vestido llamado Benoît Falchetto, se detuvo frente a un edificio del Paseo de los Ingleses de Niza. El conductor bajó del auto y abrió la puerta para que subiera una mujer de unos 50 años. Isadora Duncan, la bailarina que con su estilo único había revolucionado la danza contemporánea, había dejado atrás su momento de mayor fama, pero seguía en las primeras planas de las revistas de ricos y famosos por su vida excéntrica en la que abundaban los amores pasajeros. Tamara de Lempicka, autorretrato en un bugatti verde, una de sus obras más célebres que recuerda a Isabela Ducan. Óleo sobre tabla pintado en 1929 Corrían los últimos días del verano y la noche estaba ventosa y algo fresca. Isadora estaba enfundada en un elegante vestido rojo que exaltaba las líneas de su cuerpo esbelto y – quizás por el frío o por esos pequeños detalles en los que solía incurrir – había rodeado su cuello con un larguísimo foulard del mismo color que el viento hacía ondear. Isadora volvía a su hotel después de una reunión de amigos y Falchetto, vendedor de una agencia de autos, había pasado a buscarla para mostrarle el Amilcar con la esperanza de vendérselo. Eso es lo que se dijo. Cuando el auto se puso en marcha, se despidió de sus amigos, entre los cuales estaba Mary Desti, que esa misma tarde le había regalado esa estola tan llamativa. -¡Adiós, amigos míos, voy a la gloria! – les dijo en francés mientras agitaba el brazo. La marcha del auto hizo ondear aún más la estola hasta que, unos metros más adelante, uno de sus extremos se enredó con los rayos de una de las ruedas traseras del auto. El conductor, distraído, no se dio cuenta hasta que lo alertaron los gritos de los transeúntes. Para entonces, el foulard de seda no solo había estrangulado a Isadora sino que al enrollarse aún más en la rueda la había arrancado del asiento del auto y arrastraba su cuerpo sobre los adoquines de la calle. Por la fama del personaje y las insólitas circunstancias de su muerte, la noticia recorrió el mundo. En la necrológica que publicó al día siguiente, The New York Times contó así el trágico accidente: “El automóvil iba a toda velocidad cuando la estola de fuerte seda que ceñía su cuello empezó a enrollarse alrededor de la rueda, arrastrando a la señora Duncan con una fuerza terrible, lo que provocó que saliese despedida por un costado del vehículo y se precipitase sobre la calzada de adoquines. Así fue arrastrada varias decenas de metros antes de que el conductor, alertado por los gritos, consiguiese detener el automóvil. Se obtuvo auxilio médico, pero se constató que Isadora Duncan ya había fallecido por estrangulamiento, y que sucedió de forma casi instantánea”. El relato que las crónicas reprodujeron sobre los últimos momentos de Isadora – desde que se despidió con sus amigos hasta que murió estrangulada – se basó en el testimonio de Mary Desti. Pasarían años antes de que la amiga que le había regalado el foulard reconociera que al contar los hechos había cambiado una palabra de la despedida de Isadora. Danzar como las olas Dora Ángela “Isadora” Duncan nació en San Francisco, Estados Unidos, el 27 mayo de 1877, hija de una familia de inmigrantes irlandeses. Su padre, Joseph – quizás banquero, más probablemente empleado de un banco – dejó a su mujer y a sus cuatro hijos, cuando Isadora era muy chica, y la situación económica de los abandonados pronto se volvió asfixiante. La madre, Dora, apenas reunió lo suficiente para que todos pudieran comer dando lecciones de piano. Era una mujer fuerte y con mucha iniciativa, que pronto creó una escuela de danza, donde Isadora se inició. A los diez años dejó la escuela para dedicarse exclusivamente a bailar. Su madre se lo permitió, convencida de que su hija tenía un gran talento. “Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas”, relató Isadora en su libro biográfico, “Mi vida”. Isadora Duncan liberó a la danza de sus zapatillas de punta y figura encorsetada En su adolescencia se mudó con su madre y hermana Elizabeth a Chicago donde estudió danza clásica. Pero, luego de perder todo en un incendio, se trasladaron a Nueva York y allí ingresó en una compañía de teatro. En búsqueda de nuevas oportunidades, convenció a su familia de partir hacia Europa. A comienzos del siglo XX se mudaron a Londres y luego a París. Danzó ante la nobleza inglesa y los artistas parisinos. En Berlín se unió a la compañía de la bailarina Loie Fuller en una gira por Múnich y Viena, hasta que, por fin, en Budapest, firmó el primer contrato para bailar sola en un gran escenario. Y lo hizo con un éxito rotundo. Había llamado la atención por su estilo único. Rechazaba el ballet académico y se dedicó a crear un arte propio, poético y absolutamente personal, inspirado en las esculturas de la antigua Grecia. Quería liberar la danza de puntillas, tutús y figuras encorsetadas, y dar expresión al alma y rienda suelta al arte. Danzaba con movimientos libres y fluidos, cubriendo su cuerpo únicamente con velos transparentes. Algunos la admiraban, otros la consideraban una provocadora extravagante. Con el tiempo abrió varias escuelas de danza para difundir su visión del baile, y a sus seguidoras se las apodó las “Isadorables”; incluso seis de ellas adoptaron su apellido como símbolo del legado del que se consideraban depositarias. Recorrió el mundo con unos espectáculos con los que cosechó tantos éxitos como escándalo: no era habitual que una mujer se presentara en los mejores teatros vistiendo una mínima túnica, mostrando sus piernas desnudas, y de vez en cuando, sus pechos. “Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas”, relató Isadora en su libro biográfico, “Mi vida”. El amor y el dolor La vida amorosa de Isadora Duncan fue tan apasionada como inestable. Su primer gran amor fue el actor italiano Oscar Beregi, a quien conoció en Budapest y al que abandonó cuando él no quiso acompañarla en sus giras. En 1904 conoció actor y escenógrafo Edward Gordon Craig, con quien tuvo una hija, Deidre. Isadora se negó a casarse con él para conservar su independencia. Le dijo que no estaba hecha para el matrimonio y eso acabó con la relación. Una de sus relaciones más duraderas la tuvo con el millonario estadounidense Paris Singer, heredero del imperio de máquinas de coser y financiador de muchas de sus escuelas de danza. Con él se introdujo en una vida llena de lujos y se relacionó con el jet set europeo. Con él también tuvo un hijo, Patrick. Una vez más, Isadora se negó a casarse y terminaron separándose. En 1913 sufrió uno de los golpes más duros de su vida: sus dos hijos, Deidre y Patrick, murieron en un accidente automovilístico, cuando el vehículo en que viajaban cayó al río Sena, en París, y se ahogaron. Deprimida, se alejó momentáneamente de la danza e inició un viaje por diferentes países europeos en busca de algo que la sacara de su dolor. En Italia tuvo una relación ocasional y quedó embarazada. Su tercer hijo nació en París, casi al mismo tiempo que estallaba la Primera Guerra Mundial, pero el niño murió pocas horas después. Isadora no había alcanzado siquiera a ponerle un nombre. Isadora sobrevivió la muerte de sus hijos, curiosamente, en otro accidente automovilístico Su último gran amor fue el poeta ruso Sergei Esenin, a quien conoció en una gira por la Unión Soviética que realizó invitada por Lenin tras el triunfo de la Revolución. Ella tenía 44 años y él 26. Cuando se conocieron Isadora seguía sin recuperarse de las muertes de sus hijos y Esenin vivía empapado en alcohol. Por una vez, ella transgredió sus propias reglas y se casó con él para que pudiera salir de la Unión Soviética. Fue una relación violenta y sufriente que terminó en 1924, cuando Esenin volvió a Moscú, donde se suicidó un año más tarde. A Isadora le quedaban apenas dos años de vida. Isadora Duncan con el único hombre que se casó, el poeta ruso Sergei Esenin. Ella tenía 44, él 26 Escándalo en la Argentina Cuando Isadora Duncan murió en Niza, además de los típicos obituarios que se dedican a los actores famosos, los diarios argentinos recordaron la visita que hizo a Buenos Aires en 1916, para presentarse en el centenario de la Independencia. Fue una visita tan accidentada como escandalosa. El barco que la traía desde Río de Janeiro atracó en Buenos Aires a principios de julio y la bailarina se encontró con una primera dificultad: las cortinas y alfombras que acompañaban sus recitales no habían llegado y tuvo que encargar otras nuevas porque la primera presentación estaba programada para pocos días más tarde. El costo era aproximadamente de 4000 dólares y como no tenía efectivo para afrontar el gasto, arregló pagar a crédito. Tampoco tenía las partituras de las piezas que iba a bailar – se las había olvidado en Francia -, de modo que tuvo que pedírselas al Conservatorio de Buenos Aires. Además, aunque no disponía de muchos fondos se alojó en el Hotel Plaza, prometiendo pagar cuando cobrara por sus presentaciones. El pacato público porteño recibió con frialdad a la bailarina y su extraña manera de vestir y danzar. No hubo buenas críticas para sus puestas, pero el escándalo estalló la noche antes de su segunda presentación, en un club nocturno, cuando por ser fecha patria se tocó el himno nacional argentina y, sin dudarlo, se puso a bailarlo. Sobre el asunto existen versiones contradictorias. Los diarios argentinos hablaron de “falta de respeto” a la música patria y de vaciar de contenido a un símbolo nacional. En cambio, ella lo recordó de manera muy diferente en su diario: “Después de oír la traducción del Himno, me envolví en su bandera e intenté simbolizar los sufrimientos de su colonia cuando era esclava y el júbilo de la libertad cuando se desprendió del tirano. Mi éxito fue eléctrico. Los estudiantes, que no habían visto nunca una danza de aquel género, gritaron entusiasmados y me pidieron una y mil veces el himno, mientras ellos cantaban”, escribió. No fue el único escándalo. En su tercera presentación en el Coliseo, molesta porque escuchaba murmullos del público mientras estaba bailando, se detuvo, se aproximó al borde del escenario y se despachó con una frase que marcó el final de la función: “¡Ustedes no son más que negros!”, gritó. Después de eso, el teatro canceló las funciones restantes e Isadora tuvo que irse rápidamente hacia Montevideo. Como garantía de que iba a enviar el dinero para pagar su estadía en el Hotel Plaza debió dejar un tapado de armiño y un par de aros de esmeraldas que le había regalado Paul Singer. Una sola palabra Al día siguiente de la muerte de Isadora, en algunas crónicas sobre el accidente se decía que el auto en que viajaba era un Bugatti y no – como se informaba en la mayoría de los casos – un Amilcar CGSS. Se trató de una confusión originada por el apodo con que la bailarina llamaba al joven Benoît Falchetto, comparándolo con uno de los autos más lujosos y de mayor glamour de la época. Más allá del equívoco, que lo llamara de ese modo revela que para ella no era un casi desconocido vendedor de autos cuando la pasó a buscar por el Paseo de los Ingleses de Niza, sino alguien con quien tenía por lo menos alguna cercanía. Pasaron años antes de que se supiera que Mary Desti mintió al contar cuáles fueron las palabras con las que su amiga se despidió antes de emprender el viaje en auto hacia su insólita muerte. Se lo contó al novelista estadounidense Glenway Wescott – que a su vez lo dejó escrito en su diario – la misma noche de la tragedia, cuando se encontraron en la morgue de Niza donde estaba el cuerpo de la bailarina, pero le pidió que guardara el secreto. Y el hombre hizo honor a su promesa. Le dijo que la frase textual de Isadora había sido: “¡Adiós, amigos míos, voy al amor!”, y que ella decidió cambiar “amor” por “gloria” para no revelar que Isadora y Falchetto eran amantes y así proteger la memoria de su amiga. No pensó que, quizás, para Isadora el amor y la gloria podían ser sinónimos, ya que fueron las dos cosas que más buscó a lo largo de una vida signada por las tragedias. Los restos de la bailarina que revolucionó la danza del Siglo XX fueron incinerados y sus cenizas depositadas en un nicho del cementerio del Père-Lachaise, en París. Allí no hay otra inscripción que su nombre y las fechas de su nacimiento y de su muerte. A manera de epitafio, tal vez habría que grabar estos versos que la cantante cubana Celia Cruz escribió en su homenaje: “La gran Isadora Duncan su arte al mundo brindó / su vida fue una tragedia pero su baile triunfó”.
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