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Concordia » El Heraldo
Fecha: 13/09/2025 20:21
En Concordia, la Biblioteca Julio Serebrinsky, la más grande y reconocida de la ciudad, es mucho más que un edificio lleno de estantes: es un refugio cultural, educativo y humano. Allí trabajan Claudia Galicho, Marcela Leonardelli y Juan Schonborn, tres bibliotecarios que compartieron con emoción sus historias y la huella que deja su profesión. Ads Vocación que se transforma en vida Claudia lleva dos décadas en la institución y aún recuerda cómo llegó: “Entré porque una compañera salió de licencia por maternidad. Vine, hablé y quedé”. Lo que empezó como una oportunidad se transformó en una vida entera ligada a los libros y al servicio de la comunidad. Marcela tiene 26 años en la Serebrinsky. Se sumó cuando empezaban los cursos de computación y desde entonces no se fue más. “Dejé un currículum y me llamaron. Hoy siento que este lugar es parte de mí”, confiesa. Juan, en tanto, ingresó en 2004 con una pasantía mientras estudiaba. El camino lo llevó a convertirse en empleado estable. “Vi crecer generaciones enteras acá. Ese reconocimiento de los chicos que pasan por la biblioteca es lo que más me llena”, asegura. Una biblioteca que late con la ciudad La Serebrinsky no es una biblioteca cualquiera. Sus pasillos guardan miles de libros, pero también un sinnúmero de actividades que la vuelven un punto de encuentro: desde talleres de inteligencia artificial, robótica y computación, hasta clases de ajedrez, inglés, guitarra y apoyo escolar. “Lo que la hace especial es la ayuda que se le da a toda la sociedad. Hay espacio para investigar, para estudiar, para jugar, para aprender a usar un celular o simplemente para leer por leer”, describe Claudia. El vínculo con la comunidad se refuerza con visitas de escuelas, presentaciones de autores locales y espacios diseñados para todas las edades. La misión, coinciden, es clara: acercar la cultura y sostener el hábito de la lectura en tiempos donde la tecnología parece arrasar con el libro físico. Ads Historias que emocionan En tantos años de trabajo, los bibliotecarios acumulan anécdotas que los marcan. Una de las más conmovedoras es la de los jóvenes que transitan toda su vida académica junto a la biblioteca. “Nos pasó que chicos que vinieron desde jardín después se recibieron en la universidad y volvieron a agradecer. Algunos incluso donaron libros como gesto de gratitud. Eso es impagable”, cuenta Juan. También hay historias simpáticas, como usuarios que confunden nombres de editoriales o que llegan con pedidos insólitos. Y hay relatos más profundos: personas solas que encuentran en la biblioteca un refugio diario. “Tenemos vecinos que vienen a las ocho de la mañana y se quedan hasta que cerramos. La biblioteca se convierte en su compañía”, dice Marcela con ternura. Los libros que no deberían faltar Al hablar de títulos imprescindibles, la emoción aflora. Claudia no duda: “El Martín Fierro es como la Biblia, siempre vigente, lleno de enseñanzas”. Marcela, en tanto, elige el Facundo de Sarmiento, por su valor en la historia de la educación argentina. Juan prefiere ampliar la mirada: menciona a autores como Ernesto Sábato y recomienda Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, “porque nos representa a todos los latinoamericanos”. Además, destacan el aporte de escritoras contemporáneas como Florencia Bonelli, que con su novela histórica “Indias blancas” acercó la historia a nuevas generaciones. “En los últimos años hay autoras que escriben historia novelada con una base real investigada, y eso atrae mucho a los jóvenes”, valoran. Ads Guardianes de cultura y de humanidad Más allá de los títulos y los servicios, lo que late en la Serebrinsky es el espíritu de sus bibliotecarios. Ellos saben que su labor no se limita a registrar préstamos. “Ser bibliotecario es una forma de hacer docencia y de servicio. A veces somos docentes, psicólogos, consejeros. Todo en uno”, dice Marcela. En este Día del Bibliotecario, el mensaje es claro: seguir cuidando los libros, pero sobre todo seguir cuidando a las personas que se acercan a ellos. Como resume Claudia, “lo importante es que la profesión no se quede solo en nosotros, sino que se multiplique en la ayuda al otro. Ese es el verdadero fruto”.
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