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» Elterritorio
Fecha: 13/09/2025 18:14
Conversador, detallista y apasionado de la madera, convirtió su carpintería en un templo de historias. Necesita que sus productos hallen dueños en tiempos de crisis sábado 13 de septiembre de 2025 | 5:30hs. Me asomo a la puerta de la carpintería y pregunto por Don Joaquín. La respuesta me descoloca: -¿Padre o hijo? -Padre -aclaro, casi con apuro. “¡Joaquín, te buscan!”, lo llaman de un grito. Entonces aparece él, un hombre de 80 años al que las décadas no lograron encoger la estatura ni apagar la mirada. Se acerca con paso firme y una voz que rompe el silencio: -Hola, ¿de qué vamos a hablar? -De su historia -le respondo. Y como si supiera que allí hay mucho por contar, trae dos sillas y se sienta frente a mí. En ese gesto simple comienza la magia: la charla que convierte su carpintería en escenario de memoria viva. Unos días después de que lo visitara, Don Joaquín sufrió un accidente y se lastimó una pierna por lo que tuvieron que enyesarlo y se mueve en silla de ruedas. El hombre y su historia Allí, en la avenida Lucas Braulio Areco 5312, de Posadas, existe un portal a otra dimensión. No está escondido: lo custodia Don Joaquín. Cruzar el umbral de su carpintería no es sólo entrar en un taller, es subirse a una máquina del tiempo accionada por el aroma de la madera fresca. El primer impacto es sensorial: el susurro áspero de una lija, el coro de herramientas y la voz. Ah, la voz. Esa es la verdadera banda sonora del lugar. Firme, clara, con un timbre que no parece arrastrar ocho décadas, sino que las lleva con la autoridad de un maestro que todavía tiene mucho para decir. No monopoliza la palabra. Te estudia, te pregunta, entra en confianza y se convierte en entrevistador. Sus ojos, llamativamente sin lentes para el oficio -y que pareciera no necesitar-, son como escuadras: miden, calculan, evalúan. Sabe que muchos llegan por curiosidad, pero procura que se vayan con una lección de vida y, si hay suerte, con una silla o un mueble. Italia, Buenos Aires y algunos golpes La historia verdadera empieza mucho antes, cruzando el océano. Joaquín llegó desde Italia a los 11 años y recaló en Buenos Aires, donde descubriría su vocación. “Iba a la escuela y después al taller. Aprendí a los golpes, literalmente”, recuerda, señalándose el costado con humor: “Un planchón de pino de 5,50 me llevé puesto. Mi mamá no me dejó ir más… por esa vez”. Pero era tarde: la madera sería parte de él por mucho tiempo más. Allí trabajó de todo: carpintero, herrero, hasta zapatero. “Algo había que hacer siempre”, dice con picardía. Y aunque probó distintos oficios, fue la madera la que lo moldeó a él: “Lo que más me gusta es lo que pueda dar rentabilidad. Hice de todo: aberturas, muebles de cocina, aparadores. El laminado no cualquiera lo trabajaba, a mí me costó. Pero hay que tener detalle y no todos lo tienen”. A los 17 años la historia del país se cruzó con la suya, justo cuando comenzaba a poner mano en la madera en una empresa. “Fue en el 62 cuando empecé, en la caída de Frondizi, y nos quedamos sin trabajo”, rememora aquel 29 de marzo de 1962 cuando el presidente Arturo Frondizi fue derrocado por las Fuerzas Armadas. Pero prontamente logró trabajar de manera independiente, porque el tiempo y la panza roncando apremiaban. “No había respiro, se trabajaba hasta Semana Santa aunque no quisiera”, contó. La política y la economía se transforman, en su memoria, en sucesos palpables que marcaron el rumbo de su oficio. Don Joaquín hizo de todo y hoy sigue con la labor porque la jubilación no alcanza para llegar a fin de mes. Foto: Marcos Issac En Buenos Aires hizo todo tipo de muebles. “Había gente que venía por recomendación, había muebles difíciles de hacer, pero me pedían. Yo pasaba presupuesto y algunos eran altos, igual querían”, recuerda. Y también rememora con orgullo que había mueblerías que sabían que lo suyo tenía un sello de garantía. “Uno de los dueños de una mueblería a la que le vendía, años después me encuentra y me dice que jamás le devolvieron o le reclamaron un mueble mío. Me dijo: ‘Collia, nunca se despegaba nada’. Y bueno, esas son cosas buenas, ¿no?”, reflexiona. Luego de pensar, añade: “Capaz alguna casa de esos años debe tener algún mueble todavía”. Misiones: juguetes y muebles No fue sino hasta los años 80 que dejó Buenos Aires rumbo a Misiones. “Vine porque en Buenos Aires la cosa estaba más fea, más triste… muy fea, lamentablemente”, admite con un dejo de nostalgia. En Posadas desplegó toda su creatividad. Durante un tiempo fabricó juguetes y cartucheras de madera que vendía en el local El Arca de Noé, en calle San Lorenzo. “Hacía alcancías, le ponía rueda a un cajoncito de lápices y era un carrito. ¡Para joder nomás! Porque algo había que hacer”, dice con esa sonrisa pícara que lo acompaña. Su impronta también quedó en La Casa de los Regalos, donde además de vender sus piezas, fabricaba cunas y muebles infantiles. Aunque con cierta amargura reconoce que “aquí no cobramos ni la madera”. Eran tiempos difíciles, pero también fecundos: los niños de Posadas recibían juguetes hechos con sus manos, pequeños tesoros artesanales en una ciudad que empezaba a transformarse. El presente: un oficio que resiste Hoy, Don Joaquín es uno de los pocos carpinteros de Posadas que aún trabajan con maderas duras, resistiendo la era del aglomerado y los muebles descartables. Su conversación es un río de anécdotas: puede pasar de explicar cómo pega muebles al detalle a hablar de las torres de asedio de Alejandro Magno, para luego rematar con un diagnóstico ácido sobre la economía nacional. “Este país es un vehículo que siempre estuvo fuera de punto. Y un vehículo fuera de punto no funciona bien, che”, apunta. Él mismo provoca las preguntas: “¿Vos sabés por qué la madera dura casi no se usa? ¡El desperdicio! Si un tablón tiene un nudo, saco una tira acá, otra acá… el desperdicio se me va al 50% ¿Y quién me paga esa puerta? Nadie. Lamentablemente, es así”. El humor aparece cuando habla de los muebles modulares: “Un vecino me trajo uno. Medí, medí, medí… y no cerraba. ¿Sabés qué pasó? ¡Que la pared estaba mal escuadra! Además yo pensaba: ¿qué miércoles es modular? ¡Ja!”. La complicidad de su esposa Ya pasado el tiempo -los Collia viven al lado de la carpintería-, su esposa aparece con tranquilidad, lo observa y sonríe ante sus relatos interminables. Política mezclada con historia, recuerdos de cómo se conseguía la madera dura en las chacras misioneras, del lapacho que venía de Paraguay, hasta de Mussolini y su política en Italia. “¿Eso va a salir en la nota?”, pregunta ella haciendo una mueca, mientras él sigue hablando sobre la importación de materias primas en los 70. La complicidad entre ambos se nota: décadas de trabajo compartido, de luchas contra precios que no cierran y clientes que valoran lo bien hecho. Pero tras el humor se cuela la crudeza de la realidad. La situación económica no lo deja al margen. Señala unas sillas de eucalipto impecablemente terminadas y confiesa: “Las tengo en promoción a 22 mil pesos, porque si no, no las vendemos”. Luego hace un recorrido por su taller, mostrando maquinaria e inmensos rollos de madera que esperan transformarse, aunque aún no tengan comprador. Si bien estar activo lo ayuda a mantenerse vital y con la memoria intacta, no lo hace sólo por placer: la jubilación no alcanza y hay que ponerle el cuerpo a la situación. “Nunca viví una crisis así, y eso que viví muchas”, dice Joaquín. Una frase que suena fuerte en un país donde los jubilados -como él- sienten más que nadie los costos de las políticas actuales. Muestra grandes máquinas que compró de soltero en Buenos Aires, y alguna aquí en Misiones, listas para crear o arreglar algún mueble. “Lo que se pide, se hace”, explica. Charla que vale más que un mueble Conocer a Don Joaquín no es una transacción comercial; es una ceremonia. Comprar en su carpintería es llevarse un objeto impregnado de memoria: los juguetes para sus hijos, las cunas de La Casa de los Regalos, las mil crisis sorteadas con ingenio desde la caída de Frondizi hasta hoy. “Uno nunca termina de aprender –señala, mirando un trozo de madera–. El que dice que lo sabe todo… miente. Siempre hay algo nuevo”. Y en sus ojos se nota: la chispa de curiosidad sigue intacta. La dirección está clara: avenida Lucas Braulio Areco 5312. Si puede, vaya. Vaya por esa silla en promoción, por una mesa a medida, o simplemente por una charla. Don Joaquín lo estará esperando, probablemente con un argumento sobre tácticas romanas y una solución ingeniosa para ese estante que nunca se niveló. No se arrepentirá. Se llevará mucho más que un mueble: se llevará un pedazo de historia viva, contada por un hombre de 80 años lúcido, activo y con unas ganas de conversar que son, en sí mismas, el mejor acabado prolijo que pueda existir.
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