12/09/2025 07:57
12/09/2025 07:54
12/09/2025 07:54
12/09/2025 07:53
12/09/2025 07:52
12/09/2025 07:52
12/09/2025 07:52
12/09/2025 07:52
12/09/2025 07:52
12/09/2025 07:52
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 12/09/2025 04:34
El filósofo Silvio Maresca murió el 12 de septiembre de 2022. Fue director de la Biblioteca Nacional El 12 de Septiembre de 2022 murió Silvio Maresca, a los 77 años. Fue director de la Biblioteca Nacional durante la presidencia de Eduardo Duhalde. Años después, dirigió el Grupo y la revista Consensos- que integré- junto con Claudio Chaves, Graciela Maturo, Abel Posse, Pascual Albanese, Víctor Lapegna y Jorge Raventos, entre otros. La bibliografía de Silvio es amplia y entre otros libros incluye: En la senda de Nietzsche (catálogos 1991), Ética y poder en el fin de la historia (catálogos 1992), Nietzsche: verdad y tragedia (Alianza editorial 1997), Verdad y Cultura. Sobre las consideraciones intempestivas de Federico Nietzsche (Alianza editorial, 2001). La muerte de Dios y el filósofo experimental. Sobre la gaya ciencia de Federico Nietzsche (Alianza 2007) y Perón y la filosofía (Coppal- Sudameticana, 2008,). Además hay una enorme producción de artículos publicados en la Revista Latinoamericana de Filosofía, Máscaras, Infobae, Perfil, Noticias, La Nación y unas cuantas intervenciones televisivas, contando el programa en TLV1 por youtube Disenso, con Alberto Buela, y la ya nombrada revista Consensos, que él dirigía. A lo largo de su vida coordinó distintos tipos de seminarios de lectura e interpretación sobre Aristóteles, Hegel, Nietzsche, Husserl (entre otros) y fue profesor universitario. Lo conocí en 1987, él tenía pelo largo y cano, y estaba intelectual y políticamente enfrentado al grupo de la revista Unidos dirigida por Carlos “Chacho” Álvarez. Si bien Maresca no era estrictamente un hombre de derecha, pertenecía a la corriente intelectualmente más rica del peronismo, la del “peronismo clásico”, ortodoxo o heterodoxo. Asumía una idea profunda- no oportunista sino fundamentada y hondamente sentida- de la reconciliación y la amistad entre los argentinos. Tenía en claro – al igual que Nietzsche, quien detestaba al resentimiento- que sólo la afirmación activa puede construir una política capaz de generar frutos dignos de consideración. Silvio era lo opuesto a un resentido, favorecía el encuentro en el diálogo con gente de distintas procedencias. En la tradición del pensamiento peronista criticaba a las ideologías en tanto sistemas deductivos que suprimían al hombre -productos tardíos del modo galileano de encuadrar a la naturaleza- trasladados a la sociedad. Recuerdo aquellas reuniones del grupo Consensos en su estudio de la calle Talcahuano o en las oficinas de Duhalde enfrente de la Plaza Congreso. Allí, entre Duhalde y Lavagna, la palabra “diálogo” se repetía como un conjuro. Pero él se alzaba con otra voz: no quería conversaciones para salvar las pilchas de una clase política agotada, sino orientar al país hacia un rumbo de grandeza. Hablaba de La Comunidad Organizada como el camino que podía inspirar la salvación de la Argentina porque remitía a la reunión de voluntades y fuerzas en pos de la justicia social, del desarrollo de las fuerzas productivas, de la cultura elevada. En ese entonces aún pensaba que la filosofía podía sacudir a la política argentina. Más tarde, en su departamento cercano a Plaza Irlanda lo encontré descreído: había comprendido que el pantano era más hondo de lo que parecía. Silvio no fue sólo un erudito de biblioteca. Fue un luchador de ideas. Su batalla comenzó contra la mistificación del sujeto moderno. Supo ver, siguiendo y a la vez confrontando a Heidegger y Nietzsche, que la modernidad había inflado al yo hasta reventarlo, para luego reducirlo a un positivismo sin sentido. El resultado: nihilismo, disolución, vacío. Nietzsche anunció que Dios había muerto; Silvio explicó que lo que moría no era un dogma religioso, sino los cimientos de la cultura occidental. Fue un hombre de diálogo pero no para lavar la cara de los políticos sino para orientar al país hacia un rumbo de grandeza Leía a Marx como se lee a un enemigo respetado: con atención, para descubrir su fuerza y sus límites. Y allí lanzó un golpe certero: el verdadero revolucionario no fue el proletariado sino el capital. Fue el capitalismo el que trituró las viejas formas, disolvió todos los vínculos y arrojó al hombre a la intemperie. Marx soñó con el comunismo; Silvio vio en ese sueño un espejismo de origen cristiano. Lo único real que Marx había descripto era la potencia devastadora del capital, sujeto de la historia moderna. De allí su oposición y su interrogante por el progresismo, a cuyo desentrañamiento dedicó ponencias, discusiones y artículos; entre otros los de la revista Consensos: no lo consideraba una corriente de pensamiento coherente, sino una mezcolanza de los restos del naufragio marxista y retazos del ultraliberalismo, capaces de convivir en la misma cabeza sin ruborizarse. Una ideología que se proclama constructora de identidades, pero al mismo tiempo exige descubrir una “verdadera” identidad biológica; que grita contra el poder establecido, pero promueve un modelo humano degradado por la drogadependencia y el hedonismo. Que habla de libertad, pero concibe al cuerpo humano como una cosa sobre la que se ejercen derechos reales: se oponía al aborto por razones científicas- la medicina reconoce un sujeto distinto y diferenciado en pleno desarrollo hacia la existencia- lo que le costó- como a tantos – la persecución ideológica y laboral en los ámbitos universitarios, tomados por los que ayer nomás adoraban a las tiranías de izquierda, a sus burócratas comandantes y sus fusilamientos. Silvio no lanzaba ataques personales: desnudaba la incoherencia en la línea del pensamiento. Por eso lo detestaban los progres, y los peronistas ortodoxos lo adorábamos. Un buen día lo invité a un plenario que hicimos en la antigua sede de la Federación de Mutuales de Farmacia en la calle Riglos, junto con Juan Gabriel Labaké, Alejandro Álvarez- el gran formador de Guardia de Hierro-, y Julio Bárbaro, entre otros. A diferencia de los otros contertulios, Silvio sacó unas hojas y leyó ante doscientos militantes peronistas una meditación sobre el progresismo (que lamentablemente no preservo). Buena parte de la universidad argentina -prisionera de lo políticamente correcto- no soporta a un docente que piensa, que interroga, que combate. Y Silvio combatió hasta el final. No era un académico más, sino un hombre que filosofaba. En un tiempo de cobardías y consignas prefabricadas, eligió la soledad antes que la complicidad, la búsqueda de la verdad antes que el acomodo, la batalla antes que la capitulación. En su libro En la senda de Nietzsche, en el capítulo titulado Subjectum acaso puedo detectar una vía de abordaje al proyecto teórico de Silvio, porque un filósofo es alguien que tiene más preguntas que certezas y que sigue en general las mismas preguntas. El primer aspecto que él toma es el pasaje- siguiendo a Heidegger- de la idea de sujeto, que proviene de la palabra hipokéimenon de los griegos, lo que subyace, la ousía - que pasa al Latín como sustantia y en castellano es sustancia (synolon: unidad de causa formal y causa material). Los griegos del período clásico y los escolásticos medievales ponían el acento en el ente; a partir de Descartes el sujeto deja de estar allí en el ente y se configura la subjetividad moderna, que Heidegger desentrañó en el Ser Ahí. En ese punto Maresca rastrea el viraje hacia la formación de la subjetividad moderna y su historia: de la res cogitans cartesiana al sujeto trascendental kantiano (diferenciado y a la vez constituyente del sujeto empírico); al yo que se autopone en la dialéctica del yo y el no-yo de la Doctrina de la Ciencia de Fichte; a la ciencia de la experiencia de la conciencia explanada en la Fenomenología del Espíritu de Hegel y finalmente -de acuerdo al escrutinio de Silvio- desemboca en las ciencias positivistas, que se olvidan del problema de la esencia y se limitan a anotar hechos, extraviando al sujeto humano en el ámbito metafísico del nihilismo. En un tiempo de cobardías y consignas prefabricadas, Silvio Maresca eligió la soledad antes que la complicidad, la búsqueda de la verdad antes que el acomodo, la batalla antes que la capitulación Ahí se concentra el trabajo filosófico de Maresca como el gran nietzscheano argentino, porque él no sólo ha estudiado hasta el último papelito de Nietzsche sino que también interpretó que Descartes dio el paso inicial de esa expansión del yo en una voluntad de verdad que desemboca en el mar de los sargazos del nihilismo: una época de disolución en la que el sujeto agota sus posibilidades, el método se erige en el rey de la filosofía, y caen los principios que habían sostenido la historia hasta la modernidad. La frase “Dios ha muerto” de Nietzsche era interpretada por Silvio no como un abandono de la religiosidad de los pueblos sino como un relajamiento en las estructuras religiosas y los fundamentos teológicos. Si bien Silvio era ateo, el “Dios ha muerto” arrastra la pérdida del horizonte de los fines en la cultura occidental e implica la desembocadura en el nihilismo. Entonces ahí el pensamiento de Silvio detecta el fenómeno del progresismo, que sólo sería sobrepasado cuando se superase el nihilismo. Por ello el acento en la comprensión del núcleo del pensamiento de Nietzsche: la voluntad de poder y el superhombre, al que entendía no como un criminal de guerra sino como el que cruza la línea –en el sentido de Heidegger y Jünger, podemos agregar- de la metafísica occidental acabada en tanto tesis de sujeto. Por eso interpretaba El Manifiesto Comunista y El Capital de Marx en lo que tienen no de horizonte utópico o intencionalidad comunista sino más bien como descripción fenomenológica de la disolución de los vínculos y del sentido de la vida a partir de la reproducción ampliada del capital. En rigor, la revolución aniquiladora de los vínculos tradicionales- la verdadera Revolución- la había hecho el capitalismo: el capitalismo era revolucionario y el sujeto de la historia el capital. El fracaso de las grandes apuestas del sujeto moderno: los totalitarismos- el comunismo, el nacional socialismo y el proyecto capitalista que limita al ser humano hasta vaciarlo y transformarlo en una máquina de consumo- aparecen como fracasos de lo moderno y de la configuración de un mundo desde la subjetividad endiosada. El progresismo, que tanto lo preocupaba en tanto mancha totalitaria y mezcolanza teórica, aparecía para Maresca como integrado por dos aspectos: un aspecto ultra liberal y algunos restos del naufragio del marxismo. Por eso se preguntaba cómo era posible que conviviesen en una misma cabeza y más aún en el nivel político. Como Kojeve, él veía que en la modernidad se había consumado el fin de la historia, es decir, el fin del proyecto del sujeto moderno: la negatividad estaba terminada. Es decir, el movimiento de la historia ya había realizado su tarea y hoy habitamos un mundo de contradicciones no explosivas, por eso el sujeto puede portar elementos contradictorios que conviven entre sí sin inmutarse Y esa era la gran fragilidad del progresismo. Voy a dar dos ejemplos que le escuché en persona a Silvio debatiendo hasta altas horas de la noche en un notable simposio de filosofía organizado por nuestros comunes amigos Francisco González Cabañas y Eduardo Black, en Corrientes. El primer ejemplo es el de las pretensiones de nacionalismo del progresismo y al mismo tiempo la promoción de modelos humanos opuestos a la defensa de la patria: modelos humanos narcisistas, hedonistas. El segundo ejemplo es la idea progresista torpemente cartesiana sobre el cuerpo como una propiedad de la mujer o del varón. El cuerpo no es propiedad de una res cogitans, no es la motocicleta en la que se sienta un alma motoquera. Eso supone la separación mente y cuerpo, y supone una idea alocada que puede llevar a que una persona venda sus órganos para sobrevivir económicamente. La persona es su cuerpo y no es libre si se vende a sí misma. Todos estos temas los analizaba como filósofo, es decir, indagando en lo amorfo del progresismo como una masa de contradicciones que no podía desenvolver sino pobres y cortos frutos en el orden a la política y a su devenir histórico. Silvio Maresca fue un gran pensador argentino que detestaba a lo políticamente correcto: en el tramo final eso le costó caro y era muy sincero y además tenía fundamentos. No era solamente un estudioso de la filosofía: era un filósofo que indagaba, preguntaba e iba cambiando en función de las distintas respuestas que iba obteniendo. Así lo recordaremos siempre.
Ver noticia original