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» Elterritorio
Fecha: 12/09/2025 02:14
El reciente caso de una alumna de 14 años que ingresó armada a un colegio en Mendoza y se atrincheró durante horas pone de relieve la necesidad de detectar señales de alerta en adolescentes. La psicóloga Juliana Lanza destaca la importancia de un abordaje interdisciplinario que combine salud, seguridad y comunidad para prevenir que conflictos personales escalen en violencia en las escuelas. jueves 11 de septiembre de 2025 | 21:00hs. El 10 de septiembre de 2025, la comunidad educativa de La Paz, Mendoza, vivió horas de tensión cuando una adolescente de 14 años ingresó armada a la escuela secundaria Marcelino Blanco. La joven disparó al menos dos veces al aire y se atrincheró en un aula durante más de cinco horas. Gracias a la intervención de la policía, el personal escolar y profesionales de la salud, la adolescente se entregó sin que se produjeran víctimas. Actualmente se encuentra internada en el Hospital Notti, donde recibe psicológica. El caso no solo sacudió a los alumnos y docentes, sino también a familias y vecinos. La situación evidencia la vulnerabilidad de las instituciones educativas ante la violencia armada y la urgencia de implementar medidas de prevención efectivas. La complejidad de los tiradores activos La Lic. Juliana Lanza, directora de Psicología de la Fundación Iberoamericana de Salud Pública (FISP), explica que estos episodios “son hechos extraordinarios que irrumpen en espacios que normalmente se perciben como seguros, involucrando a niños y adolescentes en plena formación”. Además, aclara que los eventos no solo afectan a las víctimas directas, sino también a testigos, primeros respondientes y al propio agresor, cuya experiencia deja una huella duradera. Uno de los mayores desafíos es la familiaridad afectiva: muchas veces, la amenaza proviene de alguien cercano, un compañero o amigo, lo que complica la comprensión y la reacción frente a estos hechos. "Son situaciones críticas, con riesgo vital en curso, dinámicas y altamente inciertas. Los equipos de primera respuesta deben coordinar salud y seguridad de manera especializada", agrega Lanza. Señales de alerta y factores de riesgo Aunque no existe un perfil único de tirador activo, la psicóloga destaca indicadores de alarma que pueden ayudar a prevenir tragedias: -Aislamiento progresivo o desconexión de vínculos familiares y sociales. -Avisos o filtraciones previas en redes sociales o en el entorno cercano. -Planeamiento de actos violentos o ensayos sobre cómo llevarlos a cabo. -Expresiones de ira persistente, pensamientos paranoides o deseos de venganza. -Fascinación con armas, videojuegos violentos o narrativas extremistas. -Idealización de la violencia como vía de prestigio o reconocimiento. Asimismo, Lanza señala factores acumulativos que incrementan el riesgo, como historial de abuso, parentalidad disfuncional, conductas de crueldad hacia los animales, rasgos narcisistas o falta de empatía. En la adolescencia, la sensación de fracaso reiterado, la pérdida de pertenencias o de comunidad, y la desesperanza pueden potenciar la posibilidad de conductas extremas, tanto autolesivas como hacia terceros. Prevención y abordaje interdisciplinario Para lanzar, más que buscar perfiles únicos, el desafío social está en detectar vulnerabilidades y cambios bruscos de conducta, tomar en serio las amenazas y activar protocolos de prevención. “Es fundamental fortalecer los lazos comunitarios, fomentar sistemas de alerta temprana y trabajar en conjunto entre escuelas, familias y autoridades para brindar apoyo a los jóvenes en situación de riesgo”, afirma. El caso de Mendoza muestra que la intervención coordinada puede evitar una tragedia, pero también subraya la necesidad de políticas públicas que integren seguridad, salud mental y educación. Capacitación docente, protocolos claros, acompañamiento psicológico y educación en resolución de conflictos son piezas clave para reducir la probabilidad de que un adolescente transforme su dolor en violencia. El episodio ocurrido en La Paz debe servir como un llamado de atención para toda la sociedad. La prevención requiere el compromiso de todos los actores: escuelas, familias, autoridades y comunidades. Detectar señales de alerta a tiempo, ofrecer apoyo emocional y generar espacios seguros puede marcar la diferencia entre un conflicto que se resuelve y una tragedia que deja secuelas irreversibles.
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