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  • Educar a como dé lugar: en hospitales, cárceles y hasta en la casa de los alumnos

    » La Capital

    Fecha: 11/09/2025 06:40

    Analía Rasol empieza todos los días su jornada puntualmente a las 7.45. Antes de izar la bandera y entrar al aula, recorre los pasillos del Hospital Vilela o pregunta por la salud de sus alumnos. Jaquelina Arias empieza a trabajar al mediodía, pero tiene que salir con tiempo de su casa, subirse al auto, viajar 40 kilómetros hasta la cárcel de Piñero, pasar la requisa y llegar al salón donde la esperan sus alumnos. Las dos mujeres son maestras y festejarán este jueves su día con la alegría de saber que su trabajo es clave para sostener el derecho de niños, adolescentes y adultos a educarse aun en contextos adversos . En la provincia de Santa Fe, las escuelas hospitalarias, domiciliarias y carcelarias tienen detrás una larga trayectoria y muchos alumnos . Según los últimos datos del Ministerio de Educación santafesino, las aulas de los seis hospitales pediátricos de la provincia suman 1.251 alumnos y otros 684 estudiantes acceden a servicios domiciliarios. En las penitenciarías estudian unas 1.662 personas, jóvenes y adultos que cumplen condena . En todos los casos, los maestros se ocupan de un derecho humano fundamental, como es la educación, garantizando la continuidad en la formación de los estudiantes y habilitando un espacio que por unas horas detiene la rutina de los centros de salud y las penitenciarías . Analía tiene 18 años de carrera docente, y aunque también realiza reemplazos en escuelas primarias, durante todo ese tiempo trabajó en aulas hospitalarias . La escuela Nº 1.391 Caminos de Esperanza se fundó hace 53 años en el ámbito de la educación privada, y recién en 2011 pasó a la órbita de la provincia. Actualmente, la escuela tiene aulas en los hospitales de niños Vilela y Zona Norte, y en el área de internación pediátrica del Hospital Provincial. Allí, maestras y profesoras, llevan libros, lápices y carpetas, al pie de la cama de sus alumnos. "Las escuelas hospitalarias y domiciliarias son como cualquier otra, con la particularidad de que nuestros alumnos están atravesando una situación de enfermedad, internados o cumpliendo con tratamientos prolongados que les impiden ir al colegio", cuenta Mariela Safón, directora provincial de educación hospitalaria y domiciliaria. Maestra Vilela 03 Foto: Virginia Benedetto/ La Capital Cuando Analía empezó a trabajar en hospitales, la modalidad no era muy conocida. "supe de la tarea por una tía mía y fue una decisión ser docente hospitalaria. Aprendí de mis compañeras más grandes, que ya se jubilaron, y en base a mi propia experiencia", señala. Cada día, antes de empezar su trabajo en el Hospital Vilela, la maestra hace un relevamiento de los niños internados en edad escolar. Sea que vayan a pasar en el hospital sólo algunos días o tengan por delante una estadía más prolongada, los visita a todos, llena su ficha de inscripción, los entrevista y arma un plan de trabajo. "La situación de cada alumno es particular; si van a estar poco tiempo en el hospital trabajamos con proyectos propios, en torno a los núcleos de aprendizajes prioritarios. Si la internación es prolongada nos vinculamos con las direcciones de las escuelas a las que asisten para abordar los mismos contenidos que están trabajando con su maestra", cuenta y resalta que abarcan todas las áreas, lengua, matemática, música, tecnología, historia, geografía o educación física. Maestra Vilela 08 Foto: Virginia Benedetto/ La Capital El vínculo con sus alumnos, dice, llega rápidamente. "Recién los conocemos y parecería como que lo hacemos de toa la vida. Que la seño esté en el hospital, que forma parte de su día a día, les permite salir de su tratamiento, por eso el recibimiento siempre es bueno y se genera un vínculo muy fuerte", explica mientras recorre el hospital como si fuera su casa. >> Leer más: Día del Maestro: por qué se celebra el 11 de septiembre "Ya me conocen todos. Los médicos y el personal de salud son mis compañeros de trabajo, son referentes importantes. Antes de ir a la habitación de un niño paso por el office de enfermería para preguntar cómo están mis alumnos, porque a veces están débiles, o qué cuidados tenemos que tener", cuenta. En esa tarea, dice, aprendió muchas cosas. Tanto de medidas de bioseguridad, ya que hay niños y adolescentes que están inmunosuprimidos, como de protocolos de atención. "Con los médicos y el personal de salud _dice_ somos como los dedos de una mano, que no funciona igual si falta alguno" y destaca que para atender a los niños tiene que haber una mirada integral, "porque su salud no es sólo física sino también mental y emocional y todos aportamos y fortalecemos esos cuidados". Es que, cuando la seño llega a la habitación, el lugar se transforma. Las mesas se vacían de jarras de agua o algodones y se produce un pequeño milagro: aparecen cuadernos y lápices de colores y los chicos dejan de ser pacientes, son alumnos. Ni siquiera a los médicos se les ocurre interrumpir ese clima. "Si estás con la seño, vuelvo después", se disculpan cuando ingresan a la habitación y las maestras están trabajando. Maestra Vilela 02 Foto: Virginia Benedetto/ La Capital Analía agradece con convicción y delicadeza. "Soy una amante de la educación, me encanta. El salón tiene otra dinámica. Hay otra complicidad, otro valor en la comunicación entre pares. Pero la escuela hospitalaria tiene un trato uno a uno, personalizado, tiene otras particularidades que me encantan. Terminar cada día la jornada de trabajo en un hospital es muy gratificante", asegura. Escuelas que derriban muros Jaquelina usa palabras similares para hablar de su tarea. "Es reconfortante, es linda", dice. Desde hace siete años trabaja en una de las aulas de primaria para adultos de la Unidad Penitenciaria N° 11, una de las prisiones calificadas como de "alta seguridad" de la provincia. Todos los mediodías, de lunes a viernes, se sube a su auto, encara la ruta 14 con destino a Piñero para llegar al edificio construido en medio de la zona rural de la localidad, de altos muros color ladrillo rodeados de alambrados donde se alojan unas 2.500 personas privadas de la libertad. Todos varones. Maestra Vilela 04 Foto: Virginia Benedetto/ La Capital Antes de llegar al aula, cada día, atraviesa un scanner personal y empleados del servicio penitenciario revisan su cartera. Tanto a la entrada, como a la salida. "Trabajar en la cárcel fue una elección. Desde que me recibí de maestra trabajo doble turno. Empecé a hacer reemplazos en Piñero y en diciembre del año pasado titularicé ahí. Podría haberlo hecho en otro lugar, pero elegí el penal", recuerda y asegura que el primer requisito para poder trabajar en contextos de encierro es desprenderse de prejuicios. "Creo que en cualquier lugar que trabajes como docente es necesario sacudirse de prejuicios. Si mis alumnos hicieron algo lo están pagando, yo no estoy para juzgar a nadie, no es mi función. Uno tiene que cambiar la mirada: creo que cada uno hizo lo que pudo, con las posibilidades que tuvo. Desde mi lugar de privilegio, con una casa, con una familia que me acompañó, con posibilidades, no pudo juzgar a gente que no tuvo todo eso", explica. 2377d23f-66bd-4591-9703-642b3eaf06c3 Seis maestras, todas mujeres, trabajan en la penitenciaría. Entran y salen todas juntas. Se escuchan, comparten puntos de vistas, impresiones, "que alguien de afuera no entendería". A veces también los viajes o hacen vaquitas para comprar útiles para sus alumnos. "Es un grupo humano espectacular, que sostiene cuando el trabajo se pone duro y nos sentimos solas", cuenta. >> Leer más: Día del Maestro: ¿habrá clases el 11 de septiembre en las escuelas? La cárcel de Piñero es casi una mini cuidad, dividida en seis grandes edificios. Cada uno tiene su aula. Si por las ventanas no se dejaran ver las rejas, los salones son iguales a los de cualquier escuela. Hay bancos, hay pizarrón y están decorados con carteles hechos por los alumnos. El salón de la seño Jaqui alberga a 18 alumnos, de entre 26 y 70 años, para quienes ir a la escuela es un momento único. "Es el tiempo en que están fuera de los pabellones y pueden hacer de cuenta de que están en otro lugar", dice. De acuerdo al último informe de la Subsecretaría de Política Criminal de la Nación, fechado el año pasado, las cárceles santafesinas alojan a unas 10 mil personas (10.096 es el número exacto), de ellas el 17 % nunca pasó por el sistema educativo y otro 17 % dejó la escuela sin completar la primaria. Apenas el 7 % terminó la secundaria y el 1 % transitó por niveles de educación superior. Para Gabriel Maurer, coordinador provincial de educación en contextos de privación de libertad, las aulas carcelarias "garantizan el derecho establecido en la ley de educación nacional (N° 26.206), para promover la formación integral y desarrollo pleno de las personas". Así, afirma, "las propuestas comparten los mismos diseños curriculares de cualquier escuela de otra modalidad" y destaca el trabajo que hacen los docentes "ya que no es una modalidad fácil". Jaquelina destaca el valor que tiene la educación en las cárceles contando una anécdota reciente: "El lunes fue el Día Internacional de la Alfabetización y decidí empezar la clase preguntándoles a mis alumnos que significaba para ellos saber leer y escribir. Las respuestas me emocionaron. Eran: pertenecer a la sociedad, ser alguien, poder comunicarse. Aún en medio de lo que viven, tienen la educación en un lugar muy arriba", recuerda. Por eso, afirma, trabajar en contextos de encierro es "reconfortante" ya que permite "crear un vínculo difícil de entender. Como en cualquier relación docente alumno, de cualquier lado, hay respeto, hay aprecio. Y eso se valora un montón. A veces pienso que trabajo con gente que nunca fue mirada, me pregunto cómo puede ser que un chico nunca haya ido a la escuela, la cárcel está llena de pobres, de gente que no tiene herramientas, que incluso firmó su sentencia, la que lo llevo a la cárcel, sino poder leer qué decía ese papel. Personas postergadas desde siempre, que no fue mirada jamás". Por eso, dice, reivindica su tarea como "una segunda oportunidad, como la posibilidad que no tuvieron" y considera que "no es casualidad que el porcentaje de internos que no fue a la escuela sea tan alto. Son parte de un circuito del Estado o de las organizaciones sociales que no funcionó. Yo soy docente, trabajo en la educación pública y soy un agente estatal, y cuando veo a mis alumnos me pregunto por qué nadie salió a buscarlos cuando eran chicos y dejaron la escuela, por qué nadie los miró. Y, entonces, es cuando siento que en parte mi trabajo es reparador". Todos los mediodías, se sube a su auto y maneja 40 kilómetros hasta llegar a Piñero.

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