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  • Buenos Aires, el espejo incómodo del país: cuando la memoria se confunde con la dependencia

    Parana » Analisis Litoral

    Fecha: 08/09/2025 08:42

    Buenos Aires y el síndrome de Estocolmo político: la dependencia del peronismo y la corrupción La provincia de Buenos Aires concentra casi el 40% de la población argentina, un crisol de migrantes internos que llegaron desde todos los rincones del país en busca de oportunidades. Sin embargo, esos millones de ciudadanos parecen atrapados en un círculo vicioso: rehenes de un partido político que se presenta como garante de justicia social, pero que en los hechos ha ejercido un poder casi totalitario durante décadas. El peronismo —con sus múltiples versiones— sigue siendo, a pesar de su historial de corrupción, la opción elegida por un 46-47% de los bonaerenses. El peso de la historia y la psicología de la dependencia Desde mediados del siglo XX, el peronismo supo construir una narrativa paternalista: el Estado como benefactor absoluto, proveedor de recursos y mediador de derechos. En términos psicológicos, se configuró una relación de dependencia emocional y material entre dirigencia y votantes. El ciudadano ya no se concibe como autónomo, sino como sujeto receptor de dádivas. La frase “roban pero hacen” se instaló como justificación cultural. En ella se sintetiza un fenómeno preocupante: la aceptación social de la corrupción bajo el supuesto de que, al menos, algo retorna al pueblo. Una racionalización cognitiva que, lejos de elevar el nivel de conciencia ciudadana, perpetúa la resignación y la incapacidad de exigir un país mejor. La corrupción como sistema Los últimos veinte años ofrecen ejemplos incontestables. El kirchnerismo manejó el poder con la lógica de un feudo económico: enriquecimiento personal, concentración de recursos y una administración basada en la obra pública direccionada y el clientelismo. El caso paradigmático es el de Cristina Fernández de Kirchner, expresidenta doblemente condenada por corrupción, cuyo narcisismo político la llevó a construir vínculos con regímenes autoritarios como el de Nicolás Maduro en Venezuela. Hoy enfrenta además investigaciones de distintos organismos del Departamento de Estado de los Estados Unidos, que podrían traer sorpresas en los próximos meses e incluso derivar en pedidos de cooperación judicial internacional. Lejos de la autocrítica, la ex mandataria despliega discursos cargados de cinismo. En un mensaje reciente, con tono procaz y desafiante, se permitió escribir: “¿Viste Milei?… Banalizar y vandalizar el ‘Nunca Más’, que representa el período más negro y trágico de la historia argentina, no es gratis. Reírte de la muerte y el dolor de tus oponentes, tampoco. (…) Salí de la burbuja, hermano… que se está poniendo heavy. (…) Por eso, el próximo 26 de octubre, Kirchnerismo y Peronismo… ¡Más que nunca!” Estas palabras, provenientes de quien fue beneficiaria y arquitecta del sistema de corrupción más grande de la democracia argentina, no hacen más que exponer la contradicción de un liderazgo que aún busca erigirse como referente moral mientras arrastra condenas judiciales, vínculos internacionales cuestionados y un prontuario ético difícil de ocultar. Entre el “outsider loco” y la persistencia del sistema El triunfo peronista en Buenos Aires contrasta con la llegada a la presidencia de Javier Milei, a quien los mismos sectores que justifican la corrupción tildan de “loco” o “mesiánico”. La psicología política muestra que, ante el cambio, las mayorías suelen refugiarse en lo conocido, incluso si lo conocido ha sido dañino. Es la paradoja de la víctima que se aferra a su victimario, porque teme más al salto hacia lo desconocido que al dolor que ya soporta. Milei creyó poner “el clavo al cajón del kirchnerismo”. Pero los resultados muestran que, mientras una parte del país se resiste a la cultura del saqueo institucional, otra —alimentada por años de dependencia— sigue dándole oxígeno. Y lo hace a costa de los argentinos que, desde el esfuerzo privado y la carga impositiva, sostienen un sistema que convirtió a dirigentes en millonarios de la política. ¿Un país condenado al fracaso? La disyuntiva es clara: o se rompe el círculo de dependencia y corrupción, o se repite la historia de fracaso. Argentina lleva décadas sin conductas cívicas firmes, sin un pacto ético mínimo, oscilando entre esperanzas fugaces y regresos de un sistema que devora todo intento de cambio. La pregunta final no es si el peronismo seguirá ganando elecciones, sino si los argentinos están dispuestos a romper con el síndrome de Estocolmo político que los mantiene sometidos. Porque de lo contrario, la provincia de Buenos Aires seguirá marcando un rumbo donde la resignación y la dádiva pesan más que la libertad y el desarrollo. Alejandro Monzón para www.analisislitoral.com.ar

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