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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/09/2025 04:40
Axel Kicillof Una elección intermedia para la renovación de órganos legislativos que se encuentran entre los más opacos y menos gravitantes en la agenda de la opinión pública nacional (la legislatura bonaerense y los concejos deliberantes municipales) acabó teniendo una centralidad inusitada y casi imposible de imaginar hasta hace unos pocos meses atrás. Milei lo hizo posible política, económica, discursiva y simbólicamente, y Kicillof lo capitalizó pese a la crisis generalizada de la oposición en general y del peronismo en particular. La batalla por la provincia acabó erigiéndose, principalmente por la propia impericia del presidente y sus armadores político-electorales, en una contienda inédita, por razones que combinaban factores históricos con variables coyunturales: no solo por tratarse del distrito más decisivo del país tanto por su participación en el padrón y su impacto en términos de la agenda política nacional, sino porque por primera vez en los últimos veinte años, la elección de medio término en la provincia iba desacoplada de la elección nacional. Quedando suprimida la tradicional tracción o efecto arrastre de las candidaturas nacionales, como las de presidente o -en elecciones intermedias- de diputados y senadores nacionales, una contienda que se deslizaba naturalmente hacia una dinámica marcadamente local se convirtió en un plebiscito nacional y un hito de lo que el oficialismo nacional entendía como una marcha triunfal hacia las elecciones legislativas nacionales del 26 de octubre. Sin embargo, “pasaron cosas” y nada pareció marchar de acuerdo al plan original. Del triunfalismo inicial que agitaba un escenario que auguraba una “libertad que arrasa”, en los últimos días el oficialismo intentó moderar expectativas instalando el escenario de un “empate técnico” que oficiaba como una suerte de eufemismo para enmascarar una pretendida “derrota digna”. Un giro discursivo que no era en absoluto casual. El oficialismo y, en particular el presidente, llegaba a esta instancia en su momento de mayor debilidad. Una situación que -pese a lo que sostiene el gobierno- no pareciera responder a la coyuntura, sino a un contexto que expone y evidencia la extrema fragilidad del proyecto libertario, tanto en el plano político como en lo económico. No solo por el escándalo de una presunta trama de corrupción que impacta en la “línea de flotación” del Gobierno, por una ofensiva opositora en el Congreso que desnuda la impericia y los límites de la presunta intransigencia libertaria, o por las cada vez más evidentes y descarnadas internas en el oficialismo, sino también por los grandes interrogantes que se acumulan en lo que respecta al plan económico, y que amplifican la incertidumbre respecto a la sostenibilidad de este modelo. La elección bonaerense, que podría haber pasado como una contienda parroquial y alejada de los intereses concretos de los argentinos, terminó convirtiéndose en gran medida por la impericia e improvisación libertaria, aunque también producto de la audacia del gobernador, en una compulsa en la que terminaron tallando esos factores políticos y económicos nacionales. Del lado del oficialismo, aunque la más elemental disciplina estratégica aconsejara centrarse en octubre y relativizar la dimensión “nacional” de la elección bonaerense, Milei cifró altísimas expectativas para el pasado domingo, sucumbiendo a la tentación de convertir esta contienda anticipada en el acto simbólico de colocar “el último clavo en el ataúd del kirchnerismo”, un presunto “hito” que habría de remover los últimos obstáculos para avanzar hacia la tierra prometida. Del lado del peronismo, aún favorecido por la peor crisis de la administración libertaria desde el fulgurante ascenso de Milei al poder, el gobernador Axel Kicillof revalidaba una decisión tan audaz como fuertemente criticada por La Cámpora y otros sectores que se referencian en el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner. El gobernador, al desdoblar el calendario electoral, no solo rompía con una tradición provincial de más de dos décadas, sino que exhibía su voluntad de disputarle el liderazgo a la ex mandataria y plebiscitar su proyecto político 2027. Y, en ese plano, indudablemente resultó ser el gran ganador del domingo, aunque nada este dicho aún de cara a octubre y -mucho menos aún- con vistas a las presidenciales de 2027. Pero lo cierto es que el gobernador salió a todas luces fortalecido: no solo revalidó una decisión estrategia audaz, e insufló nuevos bríos para su proyecto presidencial y su voluntad de autonomía, sino que fue él quien acabó por materializar el deseo de Milei: si bien en política -como decía un recordado periodista rosarino- “no hay muertos sino desmayados”, el triunfo del gobernador no solo impacta en el Ejecutivo nacional sino en las filas de un kirchnerismo con una Cristina muy poco gravitante en la campaña y su línea interna -La Cámpora- que ni siquiera se arriesgó a jugar a fondo con una candidatura de Máximo Kirchner, ya no solo para este domingo sino incluso para las generales de octubre. Kicillof se sentía más obligado a ganar esta contienda que la elección del 26 de octubre, sabiendo además que tradicionalmente la performance del peronismo en elecciones de medio término -aún gobernando en la Nación- no venía siendo positiva en los últimos 20 años. Allí es donde, más allá de los inocultables errores no forzados y daños autoinfligidos de los libertarios, la victoria de Kicillof asoma como un dato relevante de cara a una posible alternancia en 2027 y una prueba de fuego para el gobierno nacional de cara al segundo tramo del mandato presidencial. Todas las especulaciones previas respecto a la importancia que tendría, en el marco de un presunto escenario de “empate técnico”, la batalla por las interpretaciones del resultado electoral y la disputa por el sentido de lo expresado en las urnas, quedaron sepultadas por la contundencia de los números. Tal como se previa en los análisis previos, el nivel de participación fue un factor crucial. Si bien el 63% estuvo por debajo del promedio, no configuró una abrupta caída de la concurrencia a las urnas como la que reflejaron las elecciones en Ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, Salta, o Jujuy, entre otros distritos que desdoblaron los comicios provinciales. Así las cosas, al convertir una elección local en una batalla a “todo o nada” en un contexto donde las contingencias e incertidumbres tanto políticas como económicas arrecian, el Gobierno cayó en su propia trampa, con un resultado que condicionará el rumbo de la gestión, seguramente profundizando una incertidumbre que ya no podrá exorcizarse siquiera en octubre, y que desnuda problemas mucho más profundos que los que podían asignarse a un tan difuso como poco creíble “riesgo kuka”.
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