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  • El viaje

    » Diario Cordoba

    Fecha: 07/09/2025 07:34

    Los viernes al mediodía el timbre de un colegio suena a libertad. El inicio de mi viaje es inminente, a veces sus bufidos de respiración profunda se sienten cercanos y no dejan de infundir una sensación que amedranta, en otras, trata de seducir a través del ruido de un viejo tambor. Tal vez durante la semana ya estaba inmerso en él, la maldita imposición de actuar como autómatas me impide verlo con claridad. Daban comienzo aquellos partidos que no jugué formando dupla con Hugo, aquel cumpleaños de Gonzalo al que nunca fui y la batalla en el barrio en la que no participé, dando paso a la añoranza de aquello que nunca viví. A la par, un cosquilleo intrigante nacía ante el inmediato recibimiento de las aventuras cotidianas de otra pandilla, esperándome allí, como muelle al marinero. Una vez más, mi reflejo junto a una maleta aparece en el espejo de un ascensor. Silencio tenso previo al paseíllo, clarines y timbales, que Dios reparta suerte. Nadie sabe responderme cuántas veces he hecho este camino y cuántas faltan. Mi cabeza es capaz de reproducirlo con los ojos cerrados, aunque la vida sigue siendo incierta cuando sabes lo que te espera detrás de cada curva. Vivo volviendo a volver, igual que las golondrinas que acuden revoloteando cada tarde estival a la misma alberca donde se refrescan. Mas pese a todo, asumo que mi camino no es solo mío. Siempre preferí agradecer que recriminar. Aceptar que rechazar. La alegría que el enfado. Además, la vida nunca ha dudado en enseñarme que así es mejor. Aún quedan besos en la estación. Cuando la carretera serpentea la radio siempre te tiene preparada esa canción del Último de la Fila, que constantemente coincide en el mismo punto, mientras observas el paisaje a través de la ventanilla. Las cigüeñas saludan al pasar. En este mar los sueños no se vislumbran en el horizonte, sino que se esconden entre los olivos. A menudo, cabeza recostada a un lado y ojos cerrados. Ya decía Antonio Ordóñez que para ser figura del toreo había que saber dormir en un coche. Me despierto con una pregunta: «¿Vamos primero a ver a Jesús o a casa de la abuela?» Reguero de casas blancas escalonadas. Un campanario. Otro. Y otro más. Un parque del que mi abuelo es guardián, con su chivata en la mano. Ya estamos aquí. No es un cambio de aires, sino un fugaz traslado a otra constelación. Dos realidades alejadas por mucho más que un puñado de kilómetros y bien desconocidas entre sí a las que no queda otra que adaptarme. Ya saben, be watter my friend. Solo así se entiende la historia de un niño que todo lo que sabe hacer es sonreír al vecindario, sea en la plaza, en la taberna o tras el clásico «qué guapo y qué mayor estás ya». Unas veces antes y otras más tarde, pero el domingo acaba llegando. Mete a toda prisa la ropa en la maleta, toca el viaje de vuelta. *Profesor de Derecho

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