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  • Un liberalismo sin destino

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 07/09/2025 05:06

    Javier Milei (Ariel Torres) Escuchar al presidente Milei anunciando la eliminación definitiva de la oposición sin siquiera tomar conciencia de que todo parecido con la democracia es una mera casualidad resulta inconcebible. En primer lugar, porque la soberbia unida a la mediocridad y a la necedad, se vuelve patética, y luego, porque transitamos un rumbo de confrontación que, sin duda alguna, nos está marcando un riesgoso camino sin salida. La derrota en la provincia de Corrientes desnudó la limitación mental de algunos personajes que parecen ser veloces para los negocios, pero no tanto para la política. Hartan los economistas que se refieren al drama de una posible vuelta del populismo -nombre que abarca a la totalidad de la oposición- como si el proyecto de este liberalismo de clase alta solo se consolidara con la eliminación del voto de las mayorías. Después de haber soportado tantos golpes de Estado, las similitudes abundan, hastían e inquietan. Y también lo hacen algunos periodistas que afirman, sin ponerse colorados, que el drama de la provincia de Buenos Aires es responsabilidad absoluta de su actual gobierno, como si las administraciones anteriores no tuvieran nada que ver con la decadencia concentrada en ese conurbano atroz que hemos sabido construir entre todos. No es justo adjudicarle toda la responsabilidad de años de desidia a Kicillof en quien circunscriben las mismas miserias que tuvieron tanto Vidal como el grotesco personaje de Scioli, que hoy acompaña alegremente a Milei y a los suyos. Se esmeran y mucho en mostrar hasta el hartazgo los asesinatos, las injusticias que se advierten en la provincia, los asaltos, como si esa reiteración convenciera a los humildes de que la visita de estos libertarios, que los hambrean y desprecian, les fuera a devolver la seguridad mientras les arrebatan la dignidad. Otro ingrediente a considerar es que con todas sus limitaciones, el PRO de Mauricio Macri no fue particularmente agresivo, incluso en su menosprecio por sus adversarios, y eso le permitió transitar las campañas con calma, mientras que los Milei y los Espert, que tanto desprecian al resto de la humanidad, cuando quieran habitar o visitar la provincia, por cuyos pobladores sólo sienten un profundo desdén, encontrarán no pocas dificultades en su intento. El modelo político tiene un ancla, el equilibrio fiscal, pero la deuda que genera el falso dólar con sus ricos viajando al extranjero, la ausencia de turismo en nuestro país, y los humildes arrastrando sus miserias, demuestra que la posibilidad de salida a partir de esta ideología es absolutamente imposible porque sus ejes son irracionales dado que se sustentan en la creencia de la moneda como un dios superior al concepto de patria. Mientras el mundo se desplaza por los estados modernos, nuestro gobierno intenta hacerlo a través de selvas sin sentido. Dicen que se trata de liberalismo: es un lamentable anarco capitalismo sin rumbo o con un rumbo claro, el de consolidar la ganancia de los poderosos contra los salarios de los necesitados. El actual gobierno va a dejarnos una sola herencia: miseria y deuda, una deuda enorme apoyada sobre una miseria cuyo gasto central no se realizó en justicia social, sino en un deleite de los capitales que pagan intereses y viajeros que salen alegremente del país, a lo que se suma el esnobismo de nuestros ricos de comprar todo afuera porque no les interesa en lo más mínimo el esfuerzo productivo de la clase trabajadora ni el de la industria nacional. Digamos la verdad: cuando hablamos de crisis , nos referimos a cuarenta y tres años, si prefieren, cuarenta y cinco. La crisis nace en 1976 y en ese tiempo la destrucción mayor tuvo nombre y apellido: liberalismo. Si hay un defecto que caracterizó al menemismo, fue la destrucción del Estado, y el del kirchnerismo, la invasión de los empleados, pero ninguno de los gobiernos, salvo los intentos de Alfonsín, cuestionó al liberalismo instalado por el mercenario José Alfredo Martínez de Hoz. Importante fue el gesto del gobernador de Corrientes, Gustavo Valdes, que resultó en un fuerte triunfo en su provincia y en una brutal derrota para la soberbia gobernante. En comparación, es penosa la falencia de Mauricio Macri, quien hubiera debido conservar la dignidad de su partido y no cambiarla a manos de personajes que salieron corriendo en apoyo al triunfador y hoy no saben qué papel jugar. En igual situación se encuentran los pobres radicales con peluca. Lo más grave de lo que estamos viviendo es la cantidad de economistas, empresarios y periodistas aferrados a la idea de que el sistema instalado sobre el equilibrio fiscal alcanza para generar un proyecto de país que no habría de terminar nuevamente en un atroz estallido. Si es cierto que el campo popular se quedó sin dirigentes- y eso está a la vista-, mucho más lo es que el empresariado se refleja en cualquiera de las demencias de turno; hace mucho que perdió la posibilidad de transitar la racionalidad que el capitalismo exige en todas sus acciones. La corrupción puede ser una razón para desnudar la debilidad de un proyecto que nunca tuvo lógica ni coherencia ni destino. Estamos montados sobre una irracionalidad pensada desde las necesidades de los grandes grupos económicos sin incluir de ninguna manera al resto de la sociedad. Pensar un país es hacerlo a partir de la conciencia de la necesidad del esfuerzo y de dar trabajo a su población. Ese es el eje de toda causa política; los equilibrios fiscales pueden ser existentes o no, coyunturales o no, pero no proporcionan grandeza a un país ni integran a sus ciudadanos. Cuando en su pobreza mental e ideológica, Milei y sus seguidores hablan de terminar con el populismo, a lo que se refieren esencialmente es a las necesidades de los humildes. Conciben una sociedad donde los grandes grupos económicos puedan imperar satisfaciendo sus veleidades y olvidándose absolutamente de los humildes. La ideología de Milei es esa: para los ricos, todo; para los pobres, nada. La voluntad de eliminar a la oposición expresada por el Gobierno y una caterva de señores que se dicen economistas, para quienes solo la muerte de la oposición daría lucidez a su proyecto, es lo que en el mundo se denomina “autoritarismo” y supone la destrucción de la democracia. Este rejunte indeseable, de libertad no tiene nada, ni siquiera un lejano parentesco.

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