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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 07/09/2025 04:26
Chichita y Roberto se casaron el 27 de septiembre de 1969 Fue un miércoles 9 de julio de 2008 a la tarde. Beatriz “Chichita” Casciari (78) entró a su casa y encontró a su marido en el sillón. Minutos antes, él le había enviado un mensaje de texto diciéndole que se sentía mal. Ella dejó lo que estaba haciendo, se subió al auto y fue a su encuentro: “Cuando llegué, la puerta estaba abierta y él estaba sentado. ‘¿Qué pasa, Robert? ¿Te quedaste dormido?’, le pregunté. Me acerqué y tenía el rictus hacia abajo. Llamé a emergencias, desesperada. Vinieron, intentaron reanimarlo, pero no hubo caso. ‘Señora, no hay nada que hacer, este hombre está muerto’, me dijeron. Lo primero que pensé fue: ‘¿Cómo le aviso a los chicos?’”. Ese día, después de cuarenta años de matrimonio, Chichita quedó viuda por primera vez. Tenía 60, dos hijos —uno de ellos viviendo en Barcelona—, cinco nietos y una pena que no le cabía en el cuerpo. “¿Qué hiciste, Roberto? ¿Cómo te vas a ir así de golpe, sin despedirte, sin avisarme nada?”, le reprochaba. Chichita y Roberto vivían en Mercedes, una ciudad de 70 mil habitantes ubicada a 100 kilómetros de Capital Federal. De aquel 9 de julio trágico, además de que era feriado, Chichita recuerda que su casa se llenó de gente. Cuando todos se fueron y el silencio volvió a ocupar las habitaciones, sonó su celular: “No estés triste, descansá”, decía el mensaje. Lo leyó y quedó perpleja: venía desde el teléfono de Roberto. La incógnita —cuenta ahora, como si fuera una escena de comedia negra— se resolvió rápidamente. “Fue una de mis nietas, que se había llevado el aparato de mi marido y me escribió desde ahí”. Meses después de la partida de su marido, dos mujeres se acercaron a preguntarle cómo era estar viuda. Chichita no dudó en responder. Décadas más tarde, esa misma pregunta —y las respuestas que fue encontrando— se transformaron en el eje de Todos los hombres de Chichita, el unipersonal que presenta cada domingo en el Paseo La Plaza. “No cualquiera se casa tres veces y enviuda tres veces”, dice y se dispone a repasar sus matrimonios con Roberto, Raúl y Carlos. Una historia atravesada por duelos y mandatos, pero también por la búsqueda de la construcción del amor y la realización personal. Con Roberto, su primer marido y padre de sus dos hijos Roberto, el salvador Chichita nació en la localidad bonaerense de San Isidro y fue la segunda de cinco hermanos. Hija de Beatriz y Marco Florencio, su infancia y adolescencia transcurrieron en una familia de clase media con un padre autoritario y violento. “Vivíamos entre discusiones, peleas y golpes. Crecí soñando con irme de mi casa para ser feliz”, cuenta. También soñaba con ser actriz, como Tita Merello, pero su papá le decía que no iba a lograrlo, que subir a un escenario, “era de puta”. A Roberto lo conoció durante unas vacaciones en Capilla del Monte, en Córdoba, y se casó enseguida. “Era todo lo contrario a mi papá: un tipo cariñoso, de buenos modales, tranquilo”, describe. “La primera vez que lo vi, me hizo acordar al chico del que me había enamorado el verano anterior, que resultó ser su primo hermano”, agrega. Se casaron el 27 de septiembre de 1969. Chichita todavía recuerda con claridad una postal de aquel día: “Estaba vestida de blanco y llovía torrencialmente. Me miré al espejo y me dije: ‘Está bien lo que estás haciendo’. Porque lo que yo buscaba era irme lejos de mi casa y Roberto me llevó a vivir a Mercedes, un pueblo feo, horrible y triste, pero que quedaba a 100 kilómetros de mi casa”. Con el tiempo supo amar a Roberto. “Siempre digo: el enamoramiento no es el amor. El verdadero amor es una construcción diaria. Y con Roberto fue así: formamos una familia, tuvimos un sexo increíble, fuimos generosos los dos. Terminé enamorándome bien de mi marido porque él tenía todo”, cuenta. Chichita junto a sus dos hijos: Hernán y Florencia Casciari Con Roberto criaron dos hijos, Hernán y Florencia, y atravesaron juntos momentos difíciles: el embarazo adolescente de su hija, la adicción de su hijo y los vaivenes económicos de un país en crisis. “Roberto era bueno, pero era muy conformista; y yo, todo lo contrario: quería que los chicos tuvieran zapatillas de marca, que cada uno tuviera su bicicleta, empapelar la casa, irnos de vacaciones. En un momento tuve que tomar las riendas porque él se deprimía. Pero a pesar de todo eso salimos adelante”, dice. Cuando Hernán y Florencia se fueron de Mercedes, no llegó el “nido vacío” sino todo lo contrario: “Nos unimos más. Dormíamos abrazados, hablábamos de nuestros hijos y de los nietos. Era como una segunda luna de miel”, cuenta Chichita. Hasta que aquel 9 de julio de 2008 lo encontró muerto en el sillón: “Ese día él había ido a jugar al tenis por la mañana. Roberto era un atleta, muy cuidadoso en las comidas, nunca tuvo ningún problema como para que le pasara una cosa así. A la tarde, yo me fui a merendar con mi mamá al geriátrico y él se fue a jugar al paddle. Lo dejé en una esquina: doblé para un lado y él dobló para el otro. Nos dimos un beso y quedamos que a las 17.30 nos encontráramos en casa a tomar unos mates. Y al final no lo vi más. Fue un mazazo en la cabeza. Nunca había estado sola: primero viví 20 años con mi papá; después 40 años con él. Con su muerte se me dio vuelta el mundo”, asegura. Chichita y Roberto con su primer hijo, Hernán, durante unas vacaciones en Mar del Plata Raúl, un milagro romántico El dolor de la primera viudez la dejó en un estado de anestesia. “Sentía un vacío total. No sabía qué hacer con mi vida. Era como un zombi. Iba a trabajar y hacía lo imposible para no volver a casa. Lloraba hasta que me quedaba dormida. Un día, una vecina escuchó mis gritos, me tocó timbre —ella era evangelista— y me dijo que dejara de llorar, que Roberto era un ángel, y que lo que quería es que yo fuera feliz”, recuerda. Cuatro meses después —durante un encuentro familiar, en noviembre de 2008— conoció a Raúl: un viudo de 85 años, padre de la mujer de uno de los mejores amigos de su hijo. “Cuando lo vi por primera vez pensé: ‘Uy, qué parecido a Roberto en viejo’. Nos sentamos a charlar y estuve tres horas escuchándolo. Me contó por todos los estadíos que iba a pasar durante la viudez. Aunque él era 25 años mayor, fue la primera vez que le presté atención a una persona después de la muerte de mi marido”, dice. La relación, que al principio parecía más una amistad, avanzó. En diciembre, Raúl le propuso matrimonio. “Me dijo: ‘Tengo un amigo en San Martín de los Andes y me encantaría llevarte allá y que lo conozcas, pero no quisiera presentarte como una amiga, porque te haría quedar mal. Me gustaría llevarte como mi esposa’. ‘Raúl, ¿vos me estás ofreciendo casamiento?’, le contesté. Yo todavía estaba con todo el mambo de Roberto, así que le dije que no. Pero después me fui a Pinamar con unas amigas y empecé a sentir que lo extrañaba. Extrañaba hablar con él, salir a comer… Lo comenté y una de las chicas me dijo: ‘Dejate de joder, Chichita, casate. ¿Qué podés perder?’. Volví y le dije que sí. La alegría que tenía… Mis hijos también: los dos se pusieron muy felices”. Raúl, su segundo marido, era 25 años mayor En enero de 2009, Chichita y Raúl dieron el “Sí”, tanto por civil como por iglesia. “El primer año de casados fue horrible: me la pasaba llorando por Roberto. Pero, al mismo tiempo, me sentía protegida por Raúl”, cuenta. Con el tiempo el vínculo se fue afianzando. “Yo creo que uno de los motivos por los que acepté casarme con él fue porque sexualmente no me iba a pedir nada. También para irme de Mercedes: cada rincón de la ciudad me hacía acordar a Roberto. Así que me fui a vivir a su casa: una quinta divina, enorme, en Luján. Raúl era cariñoso y muy romántico. Me terminé enamorando de él”. Casi tres años después, Raúl se enfermó. “Lo operaron el 31 de diciembre de 2011 y yo estuve ahí, mirando los fuegos artificiales desde la clínica. Pasó todo enero internado y después le dieron el alta con una bolsa de colostomía. Ahí me hice amiga con la caca. Todos los días la limpiaba, pero lo hacía con amor. No me costó”, cuenta. El deterioro fue inevitable: “Él se estaba muriendo y me agarraba de la mano porque no quería que me fuera de su lado. ‘Qué gran mujer sos, Chichita’, me decía. Por suerte no tuvo dolores. Murió el 15 de julio de 2012. Yo le cerré los ojos: le había prometido que iba a hacerlo. Y cumplí. Fue un adiós sereno, pero devastador. Otra vez sentí un vacío inexplicable”. A Raúl, su segundo marido, lo acompañó hasta el último suspiro. “Él se estaba muriendo y me agarraba de la mano porque no quería que me fuera de su lado”, recuerda Carlos, la combinación perfecta Después de la muerte de Raúl, Chichita se mudó a un departamento en Luján donde vivió cuatro años. Los dos primeros bajo tratamiento psiquiátrico. “La psiquiatra me dijo: ‘Usted tiene que pasar dos duelos, porque el de su primer marido no lo hizo. Va a ser bravo, pero tiene que acostumbrarse a vivir sola’”. Para darse ánimo —recuerda ahora— compraba objetos para decorar su casa. Después viajó casi tres meses a Europa a visitar a su hijo; pero al volver, otra vez cayó en la depresión: “Agarraba el auto de noche y salía a dar vueltas llorando”. Cuando empezó a sentirse mejor, intentó encontrar compañía en Tinder, pero las citas eran un desfile de frustraciones: “Uno vino desde La Rioja y me pasó a buscar con el auto todo sucio y lleno de botellas de aceite. Otro me encerró en su casa... Hubo uno que me gustó: se llamaba Mario y me llevó una semana a Camboriú. Con ese sí hubiera seguido, pero ¿qué pasaba? Él era de La Pampa y venía cada quince días. No venía a visitarme. Venía a trabajar y usaba mi casa de posada. Un día le pedí que no viniera más. ‘Quiero un compañero de vida, no una relación a distancia’, le dije”. En medio de esa búsqueda, en 2016, su hijo Hernán la invitó a hacer teatro. “Fue el regalo más hermoso que me dieron. Ahí me olvidé de Internet, de los hombres, de todo”, cuenta Chichita. A una de esas funciones fue una amiga de su hija Florencia, que tenía un papá que también había enviudado: Carlos. “Me llamó por primera vez un 9 de julio, a las cinco de la tarde (NdR.: el mismo día que falleció Roberto). No lo podía creer. Hablamos un ratito, me pareció muy correcto, muy serio. Cuatro días después, vino a tomar el té a casa. Cuando lo vi me gustó: buenos zapatos, bien vestido, ojos verdes. Después de haber visto tanto adefesio por Internet, de pronto, estaba frente a un señor. Me gustó su presencia, aunque me parecía demasiado correcto”. La primera cita fue fallida: “Empezó a contarme todos los achaques y problemas de salud que tenía. Después fuimos a cenar a un restaurante y pasamos un frío... Los dos quedamos en cama como un mes. Igual le di una chance y nos seguimos viendo. Un día fui a conocer su casa, otro día fuimos a San Antonio de Areco. Ahí me di cuenta de que todo lo que mostró la primera vez que nos vimos fue una pantalla, porque cada dos por tres tiraba un chistecito. Y eso me gustaba”. Carlos, su tercer marido, falleció en 2024 En diciembre de ese mismo año Carlos le propuso que fuera a vivir con él. Envalentonada, Chichita dejó su departamento en Luján y volvió a Mercedes después de casi diez años. “Me había ido de ahí cuando me casé con Raúl, a los seis meses de que murió Roberto. Y en el pueblo me despellejaron: dijeron que lo conocía de antes... todas mentiras”. Con Carlos, la vida era distinta. “A mí me gusta la pintura. Mientras pintaba, él aparecía y me cebaba unos mates. Le gustaban las películas, el teatro, salir a comer afuera y a pasear. Las mismas cosas que a mí. Era la conjunción de Roberto y Raúl. Juntos viajamos por todo el Caribe. Fuimos a Cancún, México, Cuba. Y a Búzios, como cinco veces. Él tenía diez años más que yo y también había enviudado dos veces”. El 16 de octubre de 2018 se casaron por civil (NdR.: descartaron la iglesia, porque Carlos era ateo). Un año después llegó un cáncer. “En lugar de ir al Caribe, íbamos al Cemic, a la Austral. Falleció el 22 de julio de 2024, rodeado de sus cuatro hijas y de mí, que lo tenía tomado de la mano. A diferencia de lo que me pasó con Roberto, esta vez no me sentí sola. Fue un duelo distinto, porque sentía que lo tenía adentro mío”. Después de su partida, Chichita le compró la casa a las hijas de Carlos y sigue viviendo allí: “Duermo abrazada a su almohada y charlo con él todas las noches. Tenemos una conexión muy especial”. Chichita cumplió su sueño de hacer teatro y este año, a los 78, estrenó su unipersonal en el Paseo La Plaza (Foto/Gastón Taylor) “No me retiré del amor” Hoy Chichita vive en Mercedes y reparte sus días entre distintas actividades. Se siente distinta, como “liberada”, como ella misma dice. “Ya no tengo que cuidar a nadie, porque cuidé mucho a Carlos, cuidé mucho a Raúl. Estoy bien. Estoy haciendo el unipersonal, que me encanta. Visito a mis hijos, hago aquagym, gimnasia, veo a mis amigas y voy al bingo, que me encanta. Estoy viviendo una etapa muy tranquila”, cuenta. De esos años de pérdidas también le quedó un aprendizaje. “El consejo que yo puedo dar a las personas que enviudan es pasar por el duelo. Ese dolor es intransferible. No podés compartirlo con nadie, tenés que experimentarlo. Pero todo pasa. Como me dijo una vez Raúl: ‘Vamos a llenar este vaso con agua. En algún momento, el agua, que es como tu dolor, se va a evaporar. Date tiempo’. Uno tiene que darse tiempo. Yo no me di tiempo, porque soy ansiosa y quiero todo ya”, dice. Y se despide: “Ahora disfruto de estar sola —asegura—. No me retiré del amor, pero tampoco sé si buscaría un cuarto marido: tendría que aparecer. Y si llega…”. * “Todos los hombres de Chichita”. Dirección: Carlos La Casa. Sala Casals, Espacio Orsai, Paseo La Plaza (Avenida Corrientes 1660, CABA). Funciones: domingos a las 20 horas. Entradas por Plateanet o en boletería.
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