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  • La mujer que se levanta todos los días pensando que vive en 1994 y la estrategia de su marido para recordarle que están casados

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/08/2025 05:07

    Michelle y Ian Philpots en una visita a la TV estadounidense (Ian Philpots) La alarma suena a las 06:30. Las cortinas dejan filtrar un poco de luz. Toda la habitación se tiñe de tonos azules. En la mesa de luz, junto a la lámpara, reposan varias notas adhesivas, un calendario tachado, una foto de boda y un rostro. La silueta amable de Ian Philpots, con una sonrisa que parece prometer algo más que el nuevo día. Michelle despierta, parpadea y, por un instante, todo es un misterio. Para ella, cada mañana es una página en blanco. Un volver a empezar desde cero. La voz de Ian flota desde la cocina. —Buenos días, Michelle —dice, con la naturalidad de quien ya aprendió a no sorprenderse con la sorpresa ajena. Empieza el ciclo otra vez. Al mirar la fotografía, Michelle pregunta, como cada vez: —¿Quién es él? —Soy yo, tu esposo —responde Ian, ofreciendo la misma infinita paciencia. En ese gesto reside la compasión de dos décadas condensadas en veinticuatro horas. Michelle Philpots no recuerda haber conocido a Ian. No recuerda su boda, ni los años que han compartido, ni siquiera el accidente que transformó su vida en una secuencia de fragmentos efímeros. Su memoria se resetea cada mañana, incapaz de almacenar círculos completos de experiencia. “Cada día es como si fuera el primero. Puedo retener información durante unas horas, pero desaparece mientras duermo”, suele contar Michelle en entrevistas. La foto del casamiento que todas las mañanas ve Michelle para recordar (Ian Philpots) Los días antes de la niebla Michelle era una joven común, lúcida, sociable, con una red de amigos, sueños incipientes y una devoción temprana por el motociclismo. En 1985, un accidente de tráfico, el primero de dos, le dejó una lesión cerebral. No hubo señal externa, ningún miembro roto, ninguna huella visible más allá de un golpe en la cabeza que, al principio, no parecía nada serio. El segundo accidente, en 1990, fue más cruel. Otra colisión —dos tragedias separadas por cinco años— y una consecuencia: la amnesia anterógrada, una condición neurológica que impide crear nuevos recuerdos de largo plazo. Desde 1994, Michelle perdió la capacidad de fijar los recuerdos recientes. Su reloj emocional y mental se detuvo. “Para Michelle, es como despertar cada día en una dimensión diferente. Ningún evento después de los primeros noventa deja huella en su mente, salvo las notas dispersas y las imágenes fijas”, afirma Ian. Un matrimonio sellado en la invisibilidad La historia romántica de los Philpots desafía todas las convenciones. Cuando se casaron en 1997, Michelle ya vivía en el laberinto de su amnesia. Ella olvida cada mañana la ceremonia de su boda. Ian, consciente de esa condena, se armó de paciencia y herramientas: alarmas, agendas electrónicas, recordatorios en papel que tapizan puertas y espejos. “—¿No te cansas nunca?” —le preguntó Michelle una vez. “—No, porque yo recuerdo por los dos”, contestó él, mientras le mostraba el anillo de bodas. El ritual diario de Ian repite siempre la misma coreografía. Le explica a Michelle quién es, le muestra fotos, recorre con ella los mismos espacios e historias. Las paredes de la casa actúan como cuadernos extendidos. Allí, cada superficie recuerda lo que su mente no puede. Michelle avanza de mensaje en mensaje hasta recomponer, con esfuerzo, una identidad fragmentada. El caso de Michelle Philpots inspiró una comedia romántica de Hollywood, "50 Primeras Citas" “Las notas son mi vida, sin ellas estaría perdida," ha admitido Michelle. Y mientras sostiene un papel amarillo con la letra de Ian, una frase sobresale en negrita sobre todas las demás: “Recuerda que te amo.” En otro rincón, una pantalla digital marca que es miércoles, veintisiete de agosto de dos mil veinticinco. Pero para Michelle, la fecha importa menos que la certeza de despertar renovada y, al mismo tiempo, vacía de memoria. Las estrategias del olvido La vida de los Philpots se configura en torno a rituales estrictos y mecanismos de anclaje. El celular emite avisos programados sobre tareas simples que van desde tomar la medicación, preparar el desayuno o visitar a la médica de cabecera. Calendarios electrónicos y papeles cubren la heladera y las habitaciones. En cada uno, los nombres y descripciones básicas de parientes, amigos y vecinos, así como precisiones sobre el trabajo, cuentas bancarias y la ubicación de objetos importantes. Michelle se desplaza como una turista en su propia existencia. Usa el sistema de etiquetas para reconstruir escenas y, en ocasiones, se sorprende a sí misma en una conversación de la que no recuerda el origen. —¿Por qué tengo que ir al médico hoy? —pregunta. —Lo tienes agendado por un chequeo de rutina —responde Ian, señalando el aviso en la agenda electrónica. Hay días en que Michelle se irrita con la sobrecarga de recordatorios, pero al cabo de unos minutos comprende que esa estructura artificial es su única protección contra el caos. Michelle todas las mañanas se levanta sin recordar (Imagen Ilustrativa Infobae) Sus amistades, un pequeño círculo que aprendió a soportar las ausencias, visitan el hogar con regularidad. Cada encuentro se inicia igual: con presentaciones, alguna broma resignada, y el repaso de anécdotas que para Michelle carecen de contexto, pero a las que se aferra como si fueran piezas huérfanas de un rompecabezas imposible. El diagnóstico de los médicos llegó después de años de pruebas. La amnesia anterógrada provocó el borrado constante de sus vivencias nuevas, reteniendo solo lo que logró fijar antes de 1994. Inspiración para Hollywood Muchos oyentes encontraron en la historia de Michelle algo familiar, un eco de la película estadounidense “50 First Dates” (“50 Primeras Citas”), dirigida por Peter Segal y estrenada en 2004. En el filme, Lucy Whitmore (Drew Barrymore) se enfrenta a una condición similar que le impide crear nuevos recuerdos, y Henry (Adam Sandler) se enamora de ella, dedicando cada día a reconquistarla. “La película se basa en historias reales, como la de Michelle”, reconocieron en su momento los productores. Aunque el entorno hawaiano y el tono de comedia suavizan el dramatismo. Michelle y Ian vieron la película en casa, con la emoción contenida en el rostro de él y la perplejidad tierna de ella. —Parece que hablan de nosotros —dijo Ian al final. —¿La hemos visto antes? —preguntó Michelle. —Varias veces —respondió él, y se hizo un breve silencio, solo interrumpido por los créditos en la televisión. El arte de vivir dentro de un bucle En las entrevistas que concedió, Michelle narra su vida con una mezcla de humor y resignación. Bromea sobre la ventaja de “vivir siempre el mismo día”, aunque cada sonrisa deja entrever el precio de la confusión. Ha olvidado la muerte de amigos, disputas familiares, reconciliaciones y vacaciones. No puede formar nuevos recuerdos emocionales, lo que la aparta de la capacidad de duelo o de la satisfacción plena tras una celebración. "Pierdo la capacidad de enojarme o disfrutar del progreso. Todo debe comenzar de nuevo una y otra vez“, dijo Michelle en una ocasión, sintetizando la esencial tragedia de su condición. En la heladera, una nota resalta bajo el imán azul de un delfín: “Hoy, como ayer, te elijo. No olvides que siempre estás a salvo.” Los fantasmas de un futuro sin memoria Los médicos se declararon impotentes ante la condición de Michelle. “No hay cura. Solo podemos ayudar a gestionar la realidad desde la organización y el amor”, explicó uno de los neurólogos consultados por la pareja. Los tratamientos farmacológicos resultaron infructuosos. La única medicina viable es la paciencia. La comunidad de Spalding aprendió a aceptar la rareza de la situación. Los comerciantes del barrio saludan cada día como si fuera el primero, los compañeros de Ian, en el trabajo, desarrollaron un código tácito para cuidar de Michelle cuando ella sale sola. No faltan los momentos de angustia. Michelle ocasionalmente cae en estados de pánico si se encuentra sola en un lugar desconocido, incapaz de entender cómo ha llegado ahí. En esos casos, una pulsera médica y una tarjeta con datos de contacto de Ian actúan como salvavidas. Pequeñas islas de permanencia No todo se borra del mapa de recuerdos de Michelle. Los recuerdos de su infancia, de su familia y de los primeros años antes de los accidentes, se mantienen anclados. Puede recitar la dirección de la casa de su niñez, reconocer canciones favoritas y evocar a personas que no ha visto en décadas. El resto, sin embargo, se disgrega. De las bodas, bautizos y cumpleaños recientes solo quedan fotografías y relatos orales, repetidos con suficiente frecuencia como para producir una ilusión de familiaridad. La relación con Ian se cimenta en ese fragmento de permanencia. Aunque Michelle no puede recordar cada día, el afecto sobrevive encapsulado en los primeros años del noviazgo, antes de la amnesia. Esa es la isla fija sobre la que construyen, día tras día, su vida en común. Algunos días, Michelle se despierta con un vago sentimiento de reconocimiento hacia Ian. "Sé que debo amarte, aunque no pueda acordarme por qué“, confiesa la mujer. Ian sonríe y besa su frente. En la planta baja de la casa de Spalding, la pizarra blanca recibe la rutina matinal de Michelle, quien toma el marcador y escribe para recordar: “Hoy es un buen día. Vivo aquí. Ian es mi esposo. Todo está bien”.

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