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  • La infraestructura detrás de la IA: explorando el crecimiento global de los centros de datos

    Parana » Informe Digital

    Fecha: 28/08/2025 01:39

    Mark Zuckerberg realizó recientemente un anuncio de proporciones casi épicas: Meta construirá un clúster de centros de datos tan extenso que abarcará un área comparable a Manhattan. Este complejo sumará unos dos gigavatios de potencia —equivalente al consumo de una ciudad de alrededor de dos millones de habitantes—, destinado a albergar más de un millón de procesadores gráficos dedicados a inteligencia artificial. La comparación con una ciudad entera no es meramente retórica: ilustra el cambio de escala que ya experimenta la infraestructura digital. En la misma semana, Brasil aprobó tres proyectos en São Paulo valorados en 2.800 millones de dólares. Se trata de centros de datos que, una vez conectados, consumirán más de 350 megavatios de la red eléctrica del país. En términos prácticos, esto equivale al consumo eléctrico de cientos de miles de hogares. Esta dicotomía —un gigante estadounidense planeando su propia “ciudad de servidores” y la mayor economía de Latinoamérica sumergiéndose en la fiebre digital— resume la magnitud global del fenómeno. Los centros de datos han dejado de ser instalaciones técnicas discretas escondidas en las afueras. Se han convertido en un asunto de Estado, motor de inversión y objeto de disputas políticas. Ya no se discute solo su costo o la velocidad con que procesan la información, sino también cuánta energía y agua requieren, qué tensiones generan en las redes eléctricas y cuáles comunidades pueden o no aceptar tenerlos en su territorio. La “nube” es hoy un actor tangible y político que ocupa espacio, demanda recursos y transforma paisajes. Esta historia comienza con definiciones sencillas —qué es un centro de datos y qué función cumple—, pero avanza hacia preguntas cada vez más complejas: ¿por qué la inteligencia artificial ha acelerado su construcción? ¿Dónde se concentran y qué implica esto para regiones como América Latina? ¿Cómo se enfrentan las críticas sobre su voracidad energética y hídrica? Y sobre todo: ¿qué soluciones se plantean para sostener este crecimiento sin comprometer la infraestructura del planeta? Un centro de datos es, a simple vista, un edificio industrial. En su interior, alberga miles de servidores que procesan, almacenan y distribuyen información digital. Cada mensaje en WhatsApp, cada película en streaming, cada transacción bancaria o videollamada pasa por uno de ellos. La metáfora de la “nube” es útil para imaginar la conectividad, pero resulta engañosa: la nube se sustenta sobre concreto, acero y kilómetros de cableado. Estos recintos operan las 24 horas, los 365 días del año. El calor generado por los servidores requiere sistemas de refrigeración sofisticados, que van desde aire acondicionado industrial hasta enfriamiento por agua en ciclos cerrados. La confiabilidad es fundamental: la mayoría de los centros se diseñan con redundancias eléctricas y de conectividad que permiten continuar operando incluso si falla una parte de la infraestructura. Existen diferentes tipos de centros. Los de hiperescala, operados por Amazon Web Services, Microsoft, Google o Meta, pueden consumir cientos de megavatios cada uno. Otros son corporativos, diseñados para empresas o instituciones medianas. También están en crecimiento los llamados centros “edge”, situados cerca de las ciudades para reducir la latencia —el tiempo que tarda una señal en ir y volver—, algo esencial para el internet de las cosas, los videojuegos en línea o los autos autónomos. La función esencial de todos ellos es la misma: garantizar que los datos estén disponibles, seguros y accesibles a alta velocidad. Si internet es el sistema circulatorio de la sociedad digital, los centros de datos son su corazón. Durante años, el crecimiento de los centros de datos se atribuyó a la expansión de servicios en la nube y al auge del video en línea. Sin embargo, la inteligencia artificial ha alterado ese ritmo, llevándolo a un crecimiento exponencial. Entrenar un modelo de lenguaje como los que hoy alimentan a los chatbots requiere billones de cálculos en procesadores especializados y un consumo eléctrico que supera ampliamente el de las búsquedas tradicionales en la web. Una sola consulta a un sistema de IA puede consumir diez veces más electricidad que una búsqueda en Google. Las cifras lo respaldan. Según el Instituto de Energía y Medioambiente de la Universidad Estatal de Pensilvania, en 2023 los centros de datos de IA ya representaban el 4,4% del consumo eléctrico en Estados Unidos, y esa proporción podría triplicarse para 2028. La Agencia Internacional de la Energía proyecta que hacia 2030, los centros de datos absorberán alrededor del 20% de la demanda global de electricidad. Son cifras que colocan esta infraestructura al mismo nivel de industrias históricamente intensivas, como el acero o la aviación. El impacto no se limita a la energía. La refrigeración es otro aspecto crítico. Un centro de datos mediano puede utilizar más de un millón de litros de agua diarios. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos estima que si la expansión de la IA continúa, los centros de datos requerirán entre 4.200 y 6.600 millones de metros cúbicos de agua al año hacia 2027, una cantidad superior al consumo anual de países como Dinamarca. En climas cada vez más secos, este detalle representa una fuente de tensiones con comunidades y autoridades. Actualmente existen alrededor de 11.800 centros de datos en el mundo. Casi la mitad se localizan en Estados Unidos, con grandes polos en Virginia del Norte —conocida como Data Center Alley—, Silicon Valley, Dallas y Chicago. Esta concentración responde a la combinación de buena conectividad de fibra óptica, proximidad a grandes mercados y disponibilidad de energía relativamente barata. Europa distribuye su capacidad entre Londres, Frankfurt, Ámsterdam y París, aunque varias ciudades han comenzado a limitar nuevas construcciones por falta de espacio y electricidad. En Asia, China destaca con más de 400 centros, acercándose al volumen europeo, además de Singapur, Hong Kong y Tokio. En Oceanía, Sídney se perfila como un nodo relevante para Australia. Rusia mantiene un mercado más pequeño, con enfoque en la soberanía digital y el almacenamiento local. América Latina avanza a un ritmo más pausado, pero Brasil ya se ha consolidado como líder. São Paulo concentra casi 500 megavatios de capacidad instalada y atrae inversiones de gigantes como Equinix, Scala o Digital Realty. México se perfila como segundo polo gracias al nearshoring —estrategia que traslada operaciones a países cercanos para reducir costos y dependencia de proveedores lejanos— y a la instalación de centros en Querétaro, donde se concentra más de la mitad de las operaciones del país. Chile se suma con Santiago, un destino atractivo por su oferta de energía renovable y su clima frío, donde Google y Microsoft ya construyen instalaciones de gran escala. En comparación con Norteamérica o Europa, la región todavía es pequeña. Sin embargo, el ritmo de crecimiento es notable y refleja una tendencia: los centros de datos se están expandiendo a todos los continentes, con cada vez más países dispuestos a ofrecer incentivos para atraer estas inversiones. El crecimiento acelerado ha suscitado críticas. Irlanda es el ejemplo más claro: sus 82 centros de datos consumieron en 2023 más del 20% de la electricidad nacional, lo que llevó a imponer una moratoria para nuevas conexiones en Dublín. Singapur aplicó una pausa similar cuando sus centros alcanzaron el 7% de la demanda del país. Ámsterdam también frenó temporalmente la construcción de nuevos complejos. En todos los casos, la preocupación radica en que la infraestructura local no pueda satisfacer las demandas digitales. El agua representa otro frente de batalla. En Uruguay, un proyecto para instalar un centro que utilizaría más de siete millones de litros diarios desató protestas en medio de una prolongada sequía. En España, comunidades de Aragón denunciaron que la nube “se bebía” sus ríos. En Santiago de Chile, grupos ambientalistas advierten que los centros de datos compiten con los embalses que abastecen a la población en épocas de sequía. Las respuestas no se hicieron esperar. Las empresas tecnológicas están firmando contratos a largo plazo para abastecerse de energía eólica y solar, convirtiéndose en algunos de los mayores compradores de energías renovables del mundo. También experimentan con sistemas de enfriamiento que reducen el uso de agua y reutilizan el calor residual para calefacción urbana, como ya ocurre en Estocolmo. El debate más innovador gira en torno a la energía nuclear. Google anunció un acuerdo para alimentar futuros centros de IA con pequeños reactores modulares, capaces de ofrecer unos 500 megavatios de manera constante y sin emisiones directas. Este tipo de reactores aún no están desplegados a gran escala, pero ilustran la búsqueda de soluciones estables y limpias para sostener la expansión de la nube.

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