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  • Se cumplen 84 años de la deportación y el genocidio de los alemanes del Volga

    Crespo » Paralelo 32

    Fecha: 27/08/2025 14:13

    Para entender la magnitud de esta tragedia, es fundamental contextualizarla en la historia de la Rusia zarista y, posteriormente, de la Unión Soviética. A mediados del siglo XVIII, el vasto territorio del bajo Volga estaba escasamente poblado. La emperatriz Catalina la Grande, de origen alemán, vio en los colonos de su tierra natal la solución para poblar la región, modernizar la agricultura y proteger la frontera sur del Imperio Ruso. En 1763, emitió un manifiesto invitando a los alemanes a establecerse en estas tierras, ofreciéndoles importantes privilegios: exención del servicio militar, libertad de culto, autogobierno local y la promesa de tierras para siempre. Cientos de miles de alemanes, principalmente de regiones empobrecidas que conforman los estados de Hesse, Renania-Palatinado, Baden-Wurtemberg y Baviera, y otras zonas del suroeste, aceptaron la oferta. Emigraron al Volga, donde fundaron ciento de colonias, y durante casi 150 años, vivieron relativamente aislados, preservando su idioma, costumbres y religión. Esta prosperidad y aislamiento, sin embargo, los haría vulnerables en el futuro. El pacto con la corona rusa se rompió en 1871, cuando el zar Alejandro II revocó los privilegios, obligando a los alemanes del Volga a realizar el servicio militar. Esta fue una de las principales causas de la primera gran ola migratoria hacia América, con contingentes masivos que se dirigieron a Estados Unidos, Canadá, Brasil y Argentina, donde buscaron la libertad y las oportunidades que habían perdido. Tras la Revolución Rusa de 1917, los alemanes del Volga lograron un reconocimiento oficial de su identidad cultural con la creación de la República Autónoma Socialista Soviética de los Alemanes del Volga en 1924. Durante este breve periodo, pudieron mantener sus escuelas, periódicos y tradiciones en su propio idioma, un logro significativo en el contexto soviético. Sin embargo, este respiro sería efímero. La verdadera catástrofe se desató con la invasión de la Unión Soviética por parte de la Alemania nazi en junio de 1941. El 28 de agosto de 1941, Stalin emitió un decreto infame que acusaba a la población alemana del Volga de ser "espías y saboteadores" potenciales. La excusa, que no tenía ningún fundamento, sirvió para justificar la disolución de la República Autónoma y la deportación total de su población. Las aldeas fueron arrasadas y sus habitantes, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, fueron arrancados de sus hogares de forma brutal y hacinados en vagones de ganado. Era una condena a la esclavitud en los campos de trabajo forzado y asentamientos remotos en las regiones más hostiles de la Unión Soviética, como Siberia, los Urales y Kazajistán. Las condiciones eran tan inhumanas que muchos murieron en el trayecto y sus cuerpos fueron simplemente arrojados en el camino. En los lugares de destino, la tragedia continuó. Los hombres jóvenes fueron separados de sus familias para ser enviados a los "Ejércitos de Trabajo", donde las condiciones eran equivalentes a las de los gulags. Las familias que quedaron atrás vivieron en la miseria, sin alimentos ni refugio adecuados, lo que provocó una tasa de mortalidad alarmante. Las consecuencias de esta deportación masiva y el trato inhumano que sufrieron son la razón por la que se habla de un genocidio. Los alemanes del Volga, acostumbrados a la vida en las aldeas agrícolas, fueron forzados a realizar trabajos extenuantes en minas, aserraderos y la construcción de vías férreas. La jornada laboral se extendía por 12 o 14 horas, a menudo a la intemperie y bajo temperaturas extremas que podían bajar hasta los -50 °C en invierno. La alimentación era insuficiente, con raciones de pan duro y sopa de agua con escasos vegetales, lo que provocaba una desnutrición generalizada. Muchos se veían obligados a comer lo que encontraban, como corteza de árbol o bayas silvestres. Los alojamientos eran barracones sin calefacción, atestados de personas y plagados de piojos y enfermedades como el tifus y la disentería. La falta de medicinas y atención médica hacía que cualquier enfermedad, por simple que fuera, se convirtiera en una sentencia de muerte. El trato por parte de los guardias era brutal. Se utilizaban castigos físicos y humillaciones constantes para mantener a los prisioneros bajo control. Los que caían exhaustos por el trabajo o la enfermedad eran considerados "saboteadores" y a menudo eran ejecutados o dejados morir. La tasa de mortalidad fue altísima, con cifras que superan las decenas de miles de víctimas. Los que sobrevivieron, al final de la guerra en 1945, no pudieron regresar a sus hogares. El decreto de Stalin, que los acusaba de "colaboracionismo", seguía vigente, y tuvieron que permanecer en el exilio interno, bajo la condición de "exiliados especiales" sin derechos civiles. La deportación no solo destruyó la vida de miles de alemanes del Volga, sino que también dejó una profunda herida en la memoria colectiva de esta comunidad. La experiencia del trabajo forzado en Siberia y la posterior marginación se convirtieron en un pilar de su identidad, un recordatorio de la fragilidad de la vida y la importancia de la resiliencia en los momentos más oscuros.

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