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  • El huevo de la serpiente

    » Diario Cordoba

    Fecha: 26/08/2025 07:14

    Coincidimos una pareja de amigos y yo con un tipo que tomaba una copa en la terraza de un bar de un pueblo de las Tierras Altas de Soria. Mi amiga le pidió fuego y así empezamos a «pegar la hebra» con él. Se ganaba la vida con trabajos esporádicos de cierto riesgo que le obligaban a viajar de un lado a otro. Con caótica verborrea azuzada por alcohol y marihuana, nos contó sus peripecias, un mejunje que dejaba entrever su insatisfacción laboral, vital y sentimental (aludía a una novia «pequeñita» -él era un oso «alopécico»- que le estaba esperando en la habitación del albergue mientras el planificaba ir de fiestas a un pueblo vecino). Este hijo de emigrantes de la serranía conquense vivía en Valencia, en un apartamento minúsculo y desde allí iba desplazándose a esos curros precarios. En su farfullar mezclaba la indignación con Mazón y con anécdotas de alcaldillos corruptos amiguetes suyos… De pronto su discurso dio un giro para señalar a los emigrantes, moros sobre todo, como causa de los males, aunque él «no era racista». Mi amiga se levantó de la silla y propuso que nos fuéramos -hace tiempo que decidió pararles los pies a los discursos fascistas- y puso al interfecto de vuelta y media. El verborreico devino gritón y luego agresivo, viniendo tras nosotros para entablar pelea. Cuando estábamos ya en la puerta del hotel a salvo de sus garras nos gritó «fachas, fachas». Mi amigo dijo que se había cabreado tanto porque le habíamos dejado una vez más enfrentado a su lacerante soledad, pero hay mucho más, quizá más preguntas que respuestas. ¿Qué está pasando para que en un contexto de supuesta bondad económica estos discursos tan falaces como éticamente reprobables calen en la clase trabajadora y en el precariado? ¿Qué ha hecho mal la izquierda para dejar desguarecido a su potencial electorado? ¿Por qué tanto odio de los antiguos migrantes hacia los nuevos? La respuesta es compleja, primero porque esas capas sociales no perciben en el día a día esa supuesta prosperidad macroeconómica que hace crecer la inflación. Los casos de corrupción sistémicos y reiterados llevan a pensar que la política es un estercolero y todos son iguales. Se cree que la Administración no funciona, como se demuestra en su ineficacia ante las catástrofes, cada vez más recurrentes: «solo el pueblo salva al pueblo». Añadamos a esto ese mecanismo sadomasoquista diseccionado por Fromm en El miedo a la libertad, por el que los que están abajo buscan un chivo expiatorio (judíos en su análisis del ascenso nazi, emigrantes hoy) para exorcizar sus frustraciones. La serpiente del fascismo siempre está al acecho. Antes de que eclosione hay que destruir sus huevos, que proliferan en tiempos de crisis y desconcierto, como el actual. *Profesor universitario y escritor

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